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Trabajar en agosto

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Trabajar en agosto

«Ahora, en España, hay quien pretende prohibir a los musulmanes rezar en lugares públicos», apunta José Ovejero en su diario. «No podemos decir que Vox y sus tibios cómplices no estén dejando claro hacia dónde se dirigen».

Dos hombres de origen marroquí pasean por el barrio de Nuestra Señora de Fátima de Jumilla. MARCIAL GUILLÉN / EFE
José Ovejero
14 agosto 2025 Una lectura de 4 minutos
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11 de agosto

Una de las primeras medidas de los nazis en Alemania, primero, y después en los países que iban conquistando era obligar a los judíos a comprar solo en establecimientos para judíos y acudir solo a restaurantes para judíos. Sus actividades profesionales, de ocio y religiosas debían desaparecer del espacio público para no molestar a los arios y a los cristianos.

Ahora, en España, hay quien pretende prohibir a los musulmanes rezar en lugares públicos. No podemos decir que Vox y sus tibios cómplices no estén dejando claro hacia dónde se dirigen.


13 de agosto

Se va pasando el verano y, como siempre me sucede, tengo la sensación de no haberlo aprovechado lo suficiente: no he leído todo lo que quería leer; no he escrito todo lo que quería escribir; no he aprendido suficiente euskera; no he descansado todo lo que quería descansar. El problema de fondo es que quiero exprimir el tiempo en lugar de dejarlo correr sin pretensiones. Nunca he sabido renunciar. El famoso lema «lo queremos todo y lo queremos ahora» que se planteaba como una afirmación de rebeldía contra una sociedad que exigía sacrificio y renuncia a cambio de la promesa –incumplible– de recompensas futuras, en la vejez o en el más allá, se ha convertido en una afirmación de avidez y glotonería: lo quiero todo, escribir, aprender, disfrutar, holgazanear, pasar mucho tiempo con Edurne, hacer chapuzas en nuestra casa… No saber renunciar es una receta infalible para la depresión: cuando no puedes decidirte por una cosa para no perder otra, acabas sin obtener ninguna de las dos. Y si la obtienes no te basta.

Sé todo esto; en el ámbito de la teoría, soy un hombre sabio. Pero a la hora de poner en práctica mis conocimientos soy un idiota.

Me acuerdo ahora del dicho alemán: «Por qué fantasear con lo que está lejos cuando la felicidad está tan cerca». Eso, al menos, sí lo he aprendido, también en la práctica: ya no busco en otros lugares, en otros países, en otras relaciones, en actividades nuevas, una supuesta felicidad o satisfacción que no consigo allí donde me encuentro. Me falta dar el paso de renunciar a parte de lo que tengo al alcance de la mano; es como cuando se quieren cargar en brazos tantas cosas a la vez que se acaban cayendo todas. Qué pena no creer en la reencarnación y por tanto en la posibilidad de hacer mejor en otra vida lo que no sé hacer en esta. Mejor así; de lo contrario también me pondría tareas para mi próxima existencia.


14 de agosto

Paso la mañana picando una superficie de hormigón. Me agrada el trabajo físico. Aunque a veces acabe dolorido, encuentro satisfacción no solo en una actividad que ofrece resultados inmediatos y te permite transformar la materia; también por la sensación de potencia y salud del propio cuerpo; aunque duela, funciona; aunque tenga limitaciones evidentes, también, a menudo, es capaz de hacer más de lo que habría pensado.

Pero me parece que hay algo más: al empuñar un martillo, un pico, una azada, una sierra, siento que me integro en una tradición. Si los hidalgos y aristócratas se enorgullecían de no tener que trabajar manualmente, quienes venimos de una estirpe obrera o campesina, aunque nos hayamos alejado de ella, al trabajar con el cuerpo, renovamos los lazos con los antepasados, y no me refiero solo a la familia, también al medio social del que provenimos.

No pretendo comparar mi actividad con la de quienes de verdad realizan un trabajo exigente físicamente que necesitan para subsistir. Yo puedo elegir cuánto tiempo dedico al trabajo físico y manual y, si el sol pega demasiado fuerte, lo interrumpo. Aun así; al clavar una varilla de hierro forjado a mazazos o al reventar el hormigón con un pico, siento –y lo digo con algo de embarazo– algo parecido al orgullo.


Vemos la serie Taboo. Perfectamente prescindible. Luego, por curiosidad, leo sobre Jorge IV, que es un personaje bastante antipático de la serie –casi todos lo son–. Descubro que en la realidad no solo fue tan obeso y glotón como nos lo muestran en la ficción. También fue un holgazán y un despilfarrador que, a pesar de disfrutar de un salario regio, se endeudó una y otra vez para pagarse sus vicios. Y el Parlamento le canceló la deuda en más de una ocasión a cuenta del erario público, es decir, que el pueblo le pagaba el alcohol que consumía en cantidades descomunales, el láudano, las prostitutas, el arte del que se rodeaba… Qué poco han cambiado algunas cosas.

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