Opinión
Un recuerdo de Facebook y un cartel de Gaza
"Cómo podemos esperar que nos impresione un genocidio cuando llega una patera y avisamos, nosotros, la especie humana, para que detengan a esas personas que se han jugado la vida en el mar", reflexiona la autora.
Hoy me llegó a mi correo electrónico un recuerdo de Facebook de hace diez años. Por aquel entonces, usaba más o menos las redes sociales, y solía publicar algunas fotografías que me parecían curiosas. El de hoy, bueno, el de hace diez años, era el recuerdo de una señal con el nombre de un pueblo tachado. La raya roja en diagonal indicaba, al borde de la carretera, que aquel municipio se había terminado. Hice la foto porque ese lugar se llamaba La Esperanza. Y junto a la foto, escribí: “La esperanza solo acaba aquí”.
Dice la RAE que esperanza es un “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”. Y pienso hoy, diez años después, que no, que la esperanza casi siempre surge, como decía una canción de Ariel Rot, cuando ya nada esperas, cuando vemos que lo que deseamos está más lejos que nunca, cuando necesitamos agarrarnos a algo, aunque sea una mentira, para no desfallecer.
Esperanza, como saben, viene del latín sperare, que significa esperar. Y cómo podemos esperar –en estos tiempos de prisas, además– que nos impresione un genocidio cuando llega una patera y avisamos, nosotros, la especie humana, a las autoridades para que detengan a esas personas que acaban de jugarse la vida en mitad del mar, que puede que llevaran esperando años de hambre, de miseria hasta haber puesto sus pies en la arena de una playa de Granada.
Cómo podemos esperar, por tanto, que nos duelan esos menores migrantes que se mueven de titular en titular en los periódicos, a modo de pelotas de tenis, a merced de una frase muy pronunciada en política: “No son mi competencia”. Qué podemos esperar de la sociedad que mira para otro lado, o que mira para sí misma, un mundo que reacciona como reacciona ante los más vulnerables.
Tal vez la respuesta, como siempre, sea la más sencilla: nada, no podemos esperar nada. Y es justo ahí, en ese punto de no retorno, cuando, de repente, diez años después, encuentro otra señal, en este caso, en una tienda de un pueblo de Galicia. Un cartel en el escaparate y otro en la puerta avisan: “Este establecimiento condena el genocidio de Gaza”. Y entonces pienso que, hoy, la esperanza solo empieza aquí.