Cultura
Lara Moreno: “Con los relatos puedes asomarte a un tema, pegar un grito y salir corriendo”
La escritora acaba de publicar la colección de cuentos 'Ningún amor está vivo en el recuerdo' (Lumen, 2025)
Lara Moreno (Sevilla, 1978) es una de las escritoras más destacadas de nuestro país. El lector probablemente haya disfrutado ya de La ciudad (Lumen, 2022), una novela esplendorosa que narra la historia de tres mujeres atravesadas por el maltrato. Sin embargo, antes de ese libro, el cual supuso un punto de inflexión en la trayectoria de la autora, ya había publicado dos novelas igualmente aclamadas por el público y la crítica, además de dos volúmenes de relatos, y varios poemarios recogidos más tarde en la colección Tempestad en víspera de viernes (Lumen, 2020).
Ahora regresa al género del cuento con Ningún amor está vivo en el recuerdo (Lumen, 2025), una compilación de ficciones que desvelan el lado más inquietante de la intimidad. Desde Madrid, en la pantalla se muestra cansada: acaba de volver de un evento cultural en Normandía, ha participado también en la Semana Negra de Gijón, es madre… pero eso no le impide desplegar una energía creativa que, más allá de la página, se refleja también en nuestra conversación.
¿Cómo surge este libro? En el que, por cierto, decidiste rescatar viejos relatos y añadir otros nuevos.
Este libro nace justo antes de La ciudad, pero ésta se coló entre medias. Durante mucho tiempo, yo había escrito relato. De hecho, empecé publicando relatos; siempre estaba saliendo en antologías. ¿Te acuerdas? Ahora creo que ni existen las antologías de cuentos, pero hubo un momento en que eran muy habituales. Así que decidí reunir mucha producción que tenía, entre inéditos y cosas que están publicadas en lugares inencontrables. Por hacer una retrospectiva del género, porque lo había dejado un poco apartado.
Ahora creo que ni existen las antologías de cuentos, pero hubo un momento en que eran muy habituales – Lara Moreno, escritora.
Pero de pronto empecé a escribir La ciudad –eso fue un proceso largo– y ahora quería retomar el cuento. Ha pasado bastante tiempo, y La ciudad, aunque no tenga nada que ver, ha sido para mí un antes y un después en mi narrativa, no sólo por la temática, sino también por el estilo. Así que ahora tenía que traer los relatos al presente. En ese proceso se empezaron a caer muchos textos. Mi idea original era escribir unos pocos, dos o tres, pero cuando empecé con la escritura –el verano pasado–, me di cuenta de que necesitaba escribir bastante más. El diálogo entre esas dos temporalidades estaba en marcha. Y nada, empecé a escribir, y al final casi se igualaron los relatos antiguos y los nuevos. Porque no tenía tiempo y, además, estaba en una situación muy precaria; me refiero: sin poder estar sola en la habitación.
Precisamente, te iba a preguntar por la maternidad, porque la escritura de este libro te pilló con la bebé recién parida, y porque existen referencias a la maternidad en el libro. Y, a pesar de todo, no se distingue qué relato se escribió antes o después: hay una uniformidad muy lograda en la voz.
Gracias –por lo de la uniformidad; supongo que, sobre todo, está en los relatos antiguos. En los de ahora yo me sentía como una funambulista. Pensaba: tengo que conseguir que esto fluya porque no tengo tiempo ni espacio para hacer una inmersión de verdad, como la escritura requiere. Eran tan breves los espacios que tenía, que debía utilizar el lenguaje de manera muy fluida. No podía hacer un trabajo tan profundo como en La ciudad, o como en algunos poemas, que es como meter el brazo hasta el fondo.
Esto es como salir corriendo por un cable, ¡muy corriendo! Entonces, esa carrera tiene que ser perfecta, porque si no te pegas una hostia tremenda. O sea, dije: no tengo tiempo para nada más, tengo que tirar hacia adelante, elegir las palabras casi con los ojos cerrados.
¿El formato cuento se adaptaba mejor a las circunstancias?
Sí. El formato cuento era el único que se adaptaba. De todas formas, la idea de sacar el libro de cuentos estaba ahí; llevábamos posponiéndolo un tiempo. Me iba a tener que enfrentar a esto tarde o temprano, pero es cierto que ahora mismo me venía bien.
Hay otra cosa… Vuelvo a La ciudad porque, aunque yo disfruté la escritura de esa novela, ha sido difícil de defender, porque hay un combate cuerpo a cuerpo con la temática. Es un libro de tema duro, doloroso, que a veces es una lucha encarnizada. Toda esa problemática que genera el debate de La ciudad. Entonces, esto y mis circunstancias personales […] me hicieron pasar por un momento crítico en la escritura, cuando para mí la escritura siempre ha sido mi zona de confort. Así que los relatos se convirtieron en una escritura un poco más abarcable, era algo que podía disfrutar. Con los relatos puedes asomarte a un tema, pegar un grito y salir corriendo; puedes experimentar con las ausencias, con una escritura un poco más liviana. Es cierto que luego no son tan livianos, pero lo sentí como un paseo por un valle de margaritas y amapolas.
No sé si un valle… Una ve el título, la cubierta, y piensa que son relatos de amor, y luego hay de todo menos amor. Por ejemplo, el primer cuento al final termina en desastre.
Puede parecer que es un libro de amor, pero es mucho más un libro de incomunicación, de miedo, de grietas entre personas que no necesariamente tienen relación de pareja.
¿Qué crees que tienen en común todos los personajes del libro?
No sé si todos, pero al menos sí uno de cada cuento. Creo que tienen en común el miedo. Al principio me preguntaban: la incomunicación, la soledad. Pero nunca me siento identificada con la soledad; yo no concibo a los personajes así, aunque hay personajes solitarios, como los dos vecinos. Pero desde el miedo, sí: el miedo con fundamento, el irracional, el que provoca la ansiedad, el miedo de la falta de control, a la muerte o a la enfermedad, a cambiar radicalmente de vida, el miedo a estar solo… El miedo de la madre del asesino en serie, que piensa: «mi hijo no está bien; tiene algo diferente a los demás».
Puede parecer que es un libro de amor, pero es mucho más un libro de incomunicación, de miedo, de grietas entre personas – Lara Moreno, escritora.
En miedo al incendio, en esa familia que tiene que huir porque todo se quema. Ese cuento me gustó mucho, porque la niña tiene casi más conciencia del peligro que los padres. Siempre tienes una sensibilidad especial para contar a los niños. También estaba en La ciudad.
Sí, y en Piel de Lobo (2016), y en Por si se va la luz (2013). Pero, tanto respecto a los niños como a la maternidad, que antes me has preguntado… Tengo la sensación de haber hablado… Por ejemplo, en ‘No es una rata’: ella está embarazada, pero va a dejar de estarlo, porque está sintiendo un rechazo brutal por esa decisión. Es este lugar del embarazo donde todo se transforma en un «no», y no sabes de dónde viene. Creo que he profundizado más en eso que en la maternidad tal cual.
En ‘Salud para criarla’ hay una obsesión por la maternidad.
Sí, pero ese es un personaje obsesivo e histriónico per se. Desde ese lugar, donde ella está paseando un bebé por la mañana, con miedo de hacer cualquier cosa, salvarla o abandonarla, en realidad efectúa un recorrido por otras cosas que tienen que ver con ella: el recuerdo de su madre, de su infancia, etc. Al final, aunque dentro del carro hay un bebé, yo he escrito el relato en un ejercicio de forzar el pensamiento, los miedos, las obsesiones de la cotidianeidad. Tampoco es un personaje excesivamente cuerdo. Está en el límite. Es decir, más que enfrentarme a la maternidad como tema, he utilizado la maternidad para ensombrecer, tensionar o extrañar. Como esta pareja que tiene un bebé recién nacido, y llegan al pueblo: ella siente el rechazo brutal a toda esa gente, a cómo acosan a la niña e intervienen en su núcleo familiar. Todo se genera a partir de la maternidad, pero la maternidad es lo de menos.
Más que enfrentarme a la maternidad como tema, he utilizado la maternidad para ensombrecer, tensionar o extrañar – Lara Moreno, escritora.
En otros cuentos hay una pregunta por los cuidados dentro de la familia. Por ejemplo: lo que le ocurre a la niña Claudia […] en el ambiente libertino de su casa, y los vecinos se dan cuenta.
No lo había pensado así. El foco con Claudia quizá consistía en preguntar cuántas familias son peligrosas para los niños y las niñas. El caso es la indolencia con la que entran estos jovencitos [los vecinos] ahí, porque van a pillar y, con el paso del tiempo, desde esa hipocresía, se dan cuenta de que esa niña no sólo no estaba escolarizada, sino que tomaba drogas. Pero, al final, nadie hace nada, denuncias desde el anonimato, etc.
En realidad, se trata de cómo de difícil es intervenir, hacerse cargo de estos paraísos que supuestamente son las familias, y donde pasan cosas tan terroríficas como éstas. Hablo desde la romantización de esta pareja, pero es una cosa absolutamente violenta, deleznable. Entonces, ahí no me pregunto sobre los cuidados; me pregunto sobre cómo pasan esas cosas una y otra vez, y qué difícil es salvar a quien hay que salvar.
De todas formas, Claudia quizá sea el personaje más natural. Es más natural que las niñas que están leyendo a Margaret Atwood o que la niña que está viviendo el terror del incendio. Lo que está claro es que hay una intención por mi parte –algo que en las novelas trabajo de otra manera–, y es el extrañamiento. Esta atmósfera extrañada, de este «otro lado», del que hablaba Cortázar… aunque yo no trate lo fantástico. He intentado aprovechar los relatos para explorar este extrañamiento. Y los niños habitan muy bien el extrañamiento, porque se llenan muy rápidamente de un contenido que puede ser abismal, terrorífico o todo lo contrario.
Siempre hay algo de perturbador, ¿no? Y esa iba a ser mi última pregunta: lo perturbador, pero en relación al machismo, aunque no estemos en La ciudad. Por ejemplo, en la historia de la chica que se va a Melilla.
Bueno, la chica de Melilla está completamente desnortada, y es muy joven. A esa edad, necesitas formar todo: tu identidad laboral, tu identidad sexual… El relato en el que trato más el tema del machismo es ‘Como si la estuviera viendo’, que está escrito desde el punto de vista del hombre cuando ya no está con su pareja, con ella. No sé si esto ocurre en realidad: lograr hacer un retrato tan pormenorizado de tu propia mirada hacia la otra persona. Entonces, se va transformando ella en el recuerdo. Y él va dejando huellas de esas violencias que ha ejercido sobre ella, más allá del puro rechazo o la coacción. Ahí es donde más trato el machismo.
Es verdad que, después de La ciudad, me he quedado con los relatos que podían funcionar mejor, por los ecos que me sugerían. Hay otro, ‘Los vigilantes’, que tiene un punto distópico y los protagonistas tienen una relación sexual un poco extraña. Aun así, es otro tratamiento literario el que he querido transitar aquí. Lo que es verdad es que no quería hacer un retrato político-social. Los personajes están escritos desde la intimidad, y en ese sentido quizá sean más homogéneos.