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La ultraderecha necrófaga

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Un momento para respirar

La ultraderecha necrófaga

«Vox es un partido necrófago que prospera alimentándose del detritus de nuestras creencias», escribe José Ovejero en su diario. «Y el PP ha decidido ser el cocinero del cadáver».

La filósofa francesa Simone Weil. DOMINIO PÚBLICO
José Ovejero
17 julio 2025 Una lectura de 5 minutos
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13 de julio

Avanzo despacio con el euskera. Se me queda bastante bien el vocabulario que voy aprendiendo, pero me aturullo con las declinaciones y con el orden de las frases, que cuando aprendí alemán me parecían más sencillos a pesar de todo. O quizá mi cabeza se ha vuelto más lenta.

Aunque ahora recuerdo que también entonces, cuando empecé a aprender en el Instituto de Cultura Alemana, tuve durante meses –de hecho, incluso tras pasar un par de niveles– la impresión de que iba aprendiendo pero era incapaz de construir una sola frase. Solo llegué a creer que un día hablaría la lengua después de pasar dos meses en un curso intensivo de alemán en un pueblecito del Rin, gracias a una beca que obtuve de chiripa.

¿Tenía entonces más tiempo o tan solo estaba más dispuesto a interrumpir mi vida normal para hacer algo completamente diferente? Cuando en la clase de alemán preguntaron quién quería irse inmediatamente a Alemania becado durante dos meses levanté la mano sin dudarlo. En los últimos años me han ofrecido alguna vez ir becado a una residencia de escritores uno o dos meses y mi respuesta espontánea ha sido un «ufff» de pereza. Será eso hacerse mayor.


«Un deseo injusto común a toda la nación no era de ninguna forma superior, a los ojos de Rousseau –y estaba en lo cierto–, al deseo injusto de un hombre». Estoy dedicando estos días a leer a Simone Weil para el «proyecto Europa». En su Nota sobre la supresión general de los partidos políticos, Weil da razones para acabar con el sistema de partidos, razones que son hoy tan válidas como entonces, aunque es cierto que no sabríamos cómo sustituirlos o reformarlos para alcanzar una sociedad más justa. Weil argumenta que la democracia no es un bien en sí, sino un medio para alcanzar el bien. Por tanto, no tiene razón de ser si no produce dicho bien. Los partidos, que supuestamente buscan el bien por determinados caminos que dependen de su ideología, son en realidad máquinas de acrecentar el propio poder: ningún partido busca la verdad sino la utilidad, sus miembros defenderán acciones con las que no están de acuerdo si eso ayuda al partido, no se premiará al crítico sino al conforme, ni un solo partido consideraría beneficioso reducir su poder por incapaz que esté resultando para alcanzar el bien común. De hecho, el bien común puede ser un estorbo, porque favorecer a los poderosos puede dar al partido más poder.

Weil da un ejemplo que resuena desgraciadamente en nuestros días: «Si la República de Weimar, en lugar de Hitler, hubiera decidido por las vías más rigurosamente parlamentarias y legales meter a los judíos en campos de concentración y torturarlos con refinamiento hasta la muerte, las torturas no habrían tenido un átomo de legitimidad más de lo que tienen ahora. Pues bien, semejante desarrollo no es en absoluto inconcebible».

¿No estamos asistiendo hoy, en casi todo el mundo, a una brutalidad perturbadora aprobada por mayorías? Partidos libremente elegidos defienden con el apoyo de los ciudadanos, de los tribunales y de la prensa el encierro de personas en campos de concentración, la tortura, la discriminación, la expulsión del «diferente», por sus ideas, su origen, su color, etc.


14 de julio

Tampoco ayuda a creer en la utilidad de los partidos el repugnante espectáculo al que estamos asistiendo estos días en el Parlamento y sus alrededores mediáticos y judiciales.

El problema, en el que no se adentra Weil, es que cuando la mayoría deja de creer en los partidos su descreimiento no suele conducir a una búsqueda del bien por otros medios sino a aliarse con el mal más descarnado. El desgaste de la democracia en España da alas a la ultraderecha, la única que se está beneficiando de verdad de la renuncia por la derecha conservadora a una política racional y dirigida al bien común.

No es que los partidos mueran y con ellos desaparezca la democracia. Es la democracia la que muere y, paradójicamente, alimenta con su agonía a otros partidos, que le dan el golpe de gracia.

Vox es un partido necrófago que prospera alimentándose del detritus de nuestras creencias. Y el PP ha decidido ser el cocinero del cadáver.


Por supuesto, tampoco ayuda la corrupción enquistada en el PSOE, que contribuye a ese «todos los políticos son iguales» fomentado por quienes desean ocupar sillones que les estaban vedados. Los nazis también proclamaban la corrupción del sistema mientras maquinaban para instaurar un sistema aún más corrupto. Y desde luego más inmoral, porque –como sucede con Trump, Bolsonaro, Ayuso, etc.– la corrupción no era un defecto de funcionamiento, un resultado no buscado pero producido por el (des)equilibrio de poderes, sino la base misma de su actuación y de su programa. No hablo solo de corrupción económica, que también, sino de perversión de la ley y de las instituciones.


Simone Weil no fue muy popular entre sus conocidos. Exigía una coherencia tal que sus compañeros –de trabajo, de estudios, de activismo– se sentían incómodos con ella. Y era tan crítica –tan honestamente crítica– con todos que acababan rehuyéndola. Yo no quisiera a mi lado a alguien que desvelase de forma tan severa mis incoherencias. A menudo es más fácil soportar que nos engañen que escuchar la verdad.

Me pregunto si esa fue una de las razones de que nunca tuviera una relación amorosa. El enamoramiento exige cierto grado de obnubilación. Y Simone Weil no habría sido capaz de besar con los ojos cerrados.


15 de julio

La ultraderecha recurre a la IA y a bulos porque la realidad contra la que luchan no existe. Esto es, inventan una realidad para justificar la violencia que necesitan para que exista precisamente la realidad que dicen combatir.

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