Cultura
Ayana V. Jackson contra el cliché colonial
La fotógrafa estadounidense recontextualiza la iconografía colonial dando el protagonismo a las mujeres racializadas. Su exposición ‘Nosce Te Ipsum: Membrum Fantasma’ es un canto a la cultura mestiza que puede verse en el festival PHotoEspaña.
La sociedades occidentales se han construido de espaldas a su historia colonial. Sevilla contaba en su población con más de 6.000 personas negras esclavizadas en el siglo XVI, y aquella fue una tónica que duró mucho tiempo. Velázquez o Murillo, por ejemplo, tuvieron en sus talleres a esclavos de origen africano que acabaron siendo grandes maestros de la pintura (como Juan de Pareja o Sebastián Gómez). Tampoco es muy conocida la historia de los negros de México, menos divulgada que la de otros países latinoamericanos como Cuba o Colombia. Muchos se preguntan también por qué en Nueva Orleans, hoy en día, hay negros que desfilan durante el carnaval con vistosos atuendos de origen indio (quien no sepa de qué estamos hablando, que vea esa joya titulada Treme): la razón está en que muchos esclavos evadidos encontraron refugio en las comunidades seminolas de Florida, y con ellas compartieron sangre y mezclaron sus culturas. Luego, al ser trasladados forzosamente a las reservas indias, volvieron a escapar, esta vez hacia el sur, hacia México. En Coahuila, a sus descendientes se les conoce como los «mascogos». La artista Ayana V. Jackson les dedica la serie fotográfica «Los hilos invisibles son los lazos más fuertes», y algunas de estas imágenes pueden verse estos días en el Museo Nacional de Antropología, en Madrid, en el marco del festival PHotoEspaña.
Toda nuestra historia (la de Europa, la de África, la de América), está tejida con estos «hilos invisibles», hilos que son tangibles en los bordados con los que estos afromexicanos trenzan sus prendas tradicionales. Las fotos de Jackson son una celebración, pero también una reivindicación de carácter identitario. Como indica Marisol Rodríguez, comisaria de la exposición Nosce Te Ipsum: Membrum Fantasma, Jackson «revisa los mitos de las diásporas africanas y se apropia de las imágenes coloniales para recrearlas como un medio de emancipación del cuerpo negro».
Jackson es descendiente de William Still, un conocido abolicionista del siglo XIX, padre del llamado «ferrocarril subterráneo», una red de rutas y casas seguras para facilitar la huida de los esclavos del sur hacia el norte. En la sala de estar de sus abuelos, en East Orange (Nueva Jersey), Ayana pudo contemplar desde niña la historia de su familia gracias a los retratos que había colgados en la pared. «Tienes una historia, tienes un legado», le contaban sus abuelos. «Hay alguien a quien admirar y a quien corresponder como parte de esta familia». Y eso ha hecho desde entonces: «Mi trabajo artístico es mi forma de militancia».
Originalmente, el impulso de Jackson fue desvincular la imagen de los cuerpos negros de una forma de violencia simbólica: la sexualización de esos cuerpos en los años ochenta y noventa. Había, efectivamente, una riquísima historia alternativa y se propuso explorarla en sus obras con ella misma como protagonista.
Los negros, en la pintura de los maestros españoles, o no aparecían (aunque las colonias estaban llenas de ellos, y también la Península) o lo hacían en una esquina del lienzo. Una de las pocas excepciones podría ser La cocinera con la cena de Emaús, de Velázquez, un delicadísimo lienzo (conocido en España como La mulata, un remache colonialista innecesario) que se encuentra en la Galería Nacional de Irlanda. El cuadro es singular por varias razones: la sirvienta es la protagonista absoluta, se la ve agotada por el trabajo (aunque en ese cansancio hay una enorme dignidad) y, además, es mujer. Esta excepción velazqueña es la regla absoluta, inamovible, innegociable de Ayana V. Jackson.
La referencia a la pintura no es gratuita (ninguna divagación lo es ante un trabajo tan evocador como el de la artista norteamericana). La exposición de Jackson incluye varios lienzos y dibujos de la época colonial en los que se categoriza a indígenas y a afroamericanos, además de representarlos con un carácter subalterno e incluso burlesco. La propuesta de la fotógrafa es radicalmente opuesta, aun cuando juegue con «la tensión entre la seducción y la repulsión» existente en esas imágenes coloniales, según sus propias palabras.
«Sus poderosos retratos –explica Marisol Rodríguez–, liberados del estatismo y los estereotipos del referente histórico, abren un espacio para repensar la fotografía y convertirla en un instrumento de resistencia crítica frente a las construcciones de raza, género y clase que todavía nos lastran».
Aunque Jackson aparece en estas imágenes, no son autorretratos en sentido estricto. Se aproxima, más bien, a la obra de Cindy Sherman, quien en su ya clásica serie «Untitled Film Stills» (1977-1980) se disfrazaba y se fotografiaba a sí misma según los clichés con los que las novelas de misterio y las películas de serie B representaban a las mujeres en los años cincuenta y sesenta. Aquellos personajes, según Sherman, «se cuestionaban algo» sobre el hecho de ser mujeres y el papel que por ello se veían obligadas a representar. Lo que en Sherman era una indagación, en Jackson es un aserto.
La fotógrafa compone imágenes de poder, heroicas, majestuosas, contribuyendo con ello a cambiar la perspectiva sobre las mujeres racializadas de las colonias. «Durante los últimos 15 años he estado trabajando a partir de archivos: los recontextualizo para contar nuevas historias, pues si no lo hiciera, nunca veríamos imágenes de mujeres negras y mestizas levantadas en armas, o en una batalla», explica la artista. Uno de sus referentes, por ejemplo, es Carmen Robles, una coronela afromestiza que luchó en el ejército zapatista durante la Revolución mexicana. En estas imágenes aparece haciendo escorzos en el aire, ingrávida y fiera, contradiciendo las reglas de la física y de la historia. Sus títulos no dejan lugar a dudas: «No sólo era valiente, también era bella» o «La seguiría por tierra y por mar».
México (en anteriores trabajos también Sudáfrica) tiene un gran peso en la obra de Ayana V. Jackson. Allí hay una historia y una cultura que siente que debe (debemos) recuperar. Se trata de ese membrum fantasma al que hace referencia el título de la exposición: «Existe la noción del miembro fantasma, la sensación de quienes han sido amputados y aún sienten dolor en lo que ya no está. Eso es lo que significa estar desconectado de la propia historia como descendiente africana. Cuando voy a la Costa Chica de Oaxaca [una de las regiones con mayor población afrodescendiente de México], o a Ghana, estoy buscando mi miembro fantasma».
De la combinación de las series «La Danza de las Diablas» y «Los hilos invisibles son los lazos más fuertes» nace una videoinstalación con una banda sonora muy especial: la épica versión que hizo Roberta Flack de Angelitos negros. La estrofa «Pintor nacido en mi tierra con el pincel extranjero…» adquiere nuevas resonancias sobre la dominación colonial, el criollismo blanco y la omisión de las poblaciones indígenas, afrodescendientes y mestizas en la historia y en el arte. El resultado es impresionante y esclarecedor: se agradece el esfuerzo de los académicos por su necesario trabajo de decolonizar archivos y museos, pero esa reivindicación ni es nueva, ni es blanca, ni es elitista. Antes que ellos, entre otros muchos, ya estaba Antonio Machín.
La exposición ‘Nosce Te Ipsum: Membrum Fantasma’, de Ayana V. Jackson puede verse en el Museo Nacional de Antropología, en Madrid, hasta el 31 de agosto.