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Bullical es en Las Hurdes remover la tierra junto a una planta para que el terreno quede poroso y se riegue mejor. En Salamanca, se utiliza mullicar con el mismo significado. El origen es el latín mollIre . Un ejemplo hurdano: “Ya tengu bullicaus lus plantonis de l’ulival”. Lo cuenta en Twitter –bueno, en X– el filólogo Aníbal Martín , muy activo en redes, donde difunde con amenidad curiosidades de su lengua materna, el extremeño. Forma parte Martín de una hornada de jóvenes influencers que aprovechan con desenvoltura las posibilidades de la red para la promoción de idiomas minorizados . Son muchas, aunque en algún momento Internet pareciera la sentencia de muerte de las lenguas sin ejército. “Gracias a YouTube, el santo patrón de las lenguas en peligro de extinción ”, escribe el escritor Stefan Popa en la lista de agradecimientos que cierra la novela Si la adelfa sobrevive al invierno , bello libro sobre la lengua arrumana, una de las de los Balcanes.
Las redes abaratan la comunicación y la democratizan: con talento y ganas, pueden conseguirse buenas audiencias para canales de promoción lingüística montados a costo muy bajo o nulo, lo que contrasta con tiempos anteriores en que se dependía de la concesión de espacios en televisiones, radios o periódicos o la carísima fundación de medios propios. Internet, puede decirse, ha bullicau , mullicado , el árido terreno de las lenguas amenazadas, ahora poroso y más fácil de regar por buenas iniciativas individuales.
Preguntado por esta cuestión, Martín apunta a que la cosa empezó con los foros: “El típico foro de los pueblos. Yo me paso horas muertas mirando los foros de la zona de las Hurdes, porque muchísima gente escribe en hurdanu, y es un sitio donde descubrir palabras nuevas o refranes”. La gente, en esos foros, “habla de una forma más desinhibida, se escribe como se habla, y ves realmente la lengua en acción, no autoexplicativa, sino como medio de comunicación ”.
Las redes posibilitan también –señala este divulgador– “aprender las ortografías, porque lo vas viendo escrito una y otra vez”, así como “aprenderla viendo vídeos”. Proyectos como la Wikipedia en extremeño (“Güiquipedia: la ciclopedia libri”) serían prácticamente imposibles en un mundo analógico. El digital ofrece además diccionarios y traductores que facilitan la escritura en la lengua en cuestión a quienes no la dominan: el asturiano Eslema satisfizo en 2021 medio millón de consultas.
Un interés renovado por las lenguas
Una nueva vitalidad reanima a lenguas amenazadas, pero de ellas se da la paradoja de que el respeto que concitan, el interés por estudiarlas, su uso literario y ceremonial, crecen a la par que disminuyen aceleradamente sus hablantes nativos. Jorge Pueyo, otro joven activista lingüístico, se convierte en el primer diputado que habla aragonés en las Cortes; su lengua ve aprobarse su primera Ortografía oficial, tras la creación de la Academia de la Lengua Aragonesa en 2013 , y el número de sus estudiantes en la provincia de Huesca se dobla en cinco años.
En Asturias, hay por primera vez –la hubo en la pasada legislatura, aunque finalmente no fructificase– una mayoría parlamentaria favorable a la cooficialidad de la lengua vernácula, lo que debe mucho al trabajo de asociaciones como Iniciativa pol Asturianu . Prueba elocuente de que el interés por la lengua asturiana no es una demanda artificial es su uso inédito en anuncios de grandes compañías privadas como McDonald’s, Ikea o Decathlon , con Estrella Galicia como la última en sumarse. El mercado, por lo demás, premia proyectos como Puru Remangu , una marca de ropa feminista, impulso de la joven emprendedora Enar Areces , de la que hacen furor sus camisetas con emblemáticos vocablos autóctonos como repunante o los nombres locales mil del sexo femenino: fañagüeta, amasuela, raxa, peseta, castaña, páxara, clica, regaña, ñal …
La asturiana Enar Areces posando con una de las camisetas de su marca: Puru Remangu.
Pero es una ley de la vida que toda acción engendra su reacción, y también sucede en este caso. La novedosa vitalidad de las iniciativas de defensa y protección de estas lenguas corre pareja a aquella de la que saben proveerse sus enemigos. El asunto de la pluralidad lingüística siempre ha sido problemático en España, y estos avances generan iras que se traducen en todo otro rosario de asociaciones y plataformas adversarias y, allá donde los nuevos gobiernos PP-VOX lo posibilitan, medidas legislativas consagradas a revertirlos . Del pacto aragonés, la ley de lenguas, que incluye medidas de protección y promoción tanto del aragonés como del catalán, es una de las primeras y más pregonadas víctimas.
En Asturias, el PSOE se mantiene al frente del gobierno regional, pero en municipios como Xixón, el pacto PP-Foro-Vox que cedió a la formación de ultraderecha la Concejalía de Festejos ya significa que el castellano desplace al asturiano en espacios que eran feudo de la lengua local: así, por ejemplo, algo tan vernáculo como la Fiesta de la Sidra Natural deja de anunciarse en asturiano para pasar a adoptar el monolingüismo castellano . La ofensiva contra la lengua autóctona ha sido caballo de batalla de la formación de ultraderecha, vinculada a una Plataforma contra la Cooficialidad caracterizada por un grosero activismo en redes, que llegó a incluir, hace unos años, la identificación del asturiano y su reivindicación con el abuso sexual o la fotografía de un hombre de color comiendo hierba.
Ellos fueron también los autores de unos carteles vejatorios y homófobos contra Adrián Pumares, diputado de Foro Asturias favorable a la cooficialidad. Un antiasturianismo brutal y descomedido que no deja de hacer parte de un linaje muy antiguo: en 1980 decía el filósofo Pedro Caravia, discípulo de Ortega y Gasset y un intelectual que influyó grandemente sobre las élites que hicieron la Transición en Asturias, que los defensores del asturiano querían “por lengua un balbuceo, un babillage de subnormal”.
La odiada heterogeneidad
El asunto lingüístico, en España, ha sido siempre complejo, peliagudo; una de las tensiones aparejadas a la tensión histórica que aquí se da entre cierta fascinación por el modelo centralista francés y la imposibilidad de aplicarlo en un país rugoso. Ha habido quienes han aceptado y celebrado esa rugosidad implanchable, ha habido quien se ha resignado a soportarla y ha habido quien ha enloquecido de rabia por la imposibilidad de la homogeneidad; locura que se despliega en todo su esplendor contra los idiomas más vulnerables.
Es algo diferente el caso del gallego, el euskera y el catalán, lenguas con enemigos, desde luego, pero cuya protección suscita de un consenso que resulta más caro atacar . Las élites gallegas que hicieron la Transición no se educaron en las tertulias de un Pedro Caravia lucense o pontevedrés, sino en la célebre mesa camilla de Ramón Piñeiro, inteligente y culto galleguista consagrado en aquellos años a educar informalmente a las futuras élites de la región y pergeñar un “galleguismo difuso” que consistiese, no en la fundación de partidos gallegos, sino en la galleguización de los españoles; en un entrismo –que parece que llegó a diseñarse explícitamente: tú irás a UCD, tú al PSOE…– de defensores de la lengua y la autonomía gallegas en los mismos, así como en una influencia amable que llegó a seducir a Manuel Fraga.
De Piñeiro se cuenta que, antes de morir de cáncer de páncreas, recibió al exministro franquista y ya presidente de la Xunta en su casa de Santiago, que le rogó que utilizase y dignificase el gallego en sus discursos presidenciales, y que Fraga le dijo que perdiera cuidado; que honraría siempre ese ruego. El exministro franquista utilizaría con desenvoltura la lengua que, por lo demás –y a diferencia de Alberto Núñez Feijóo , cuyas patadas a la lingua son proverbiales–, hablaba perfectamente, habiéndola aprendido de niño en su Vilalba natal.
Manifestación de la plataforma Queremos Galego en Santiago de Compostela.
La retórica victimista
Con respecto a estos idiomas minorizados pero más musculosos, la estrategia es actuar, no como lisos y llanos abusones, sino adoptando una retórica victimista, imitación de la de las víctimas reales . La estrategia se ideó precisamente en Galicia, donde una asociación llamada Galicia Bilingüe comenzó a replicar para el español las reivindicaciones y fraseología típicos de la defensa de idiomas minorizados, bajo el lema Dos lenguas, mismos derechos / Dúas linguas, mesmos dereitos , y expresando como sus reivindicaciones la “elección de lengua vehicular en la enseñanza, bilingüismo en la administración, no primar el uso de una lengua a la competencia profesional, apertura de la cultura a los creadores en ambas lenguas y que los topónimos prohibidos en español vuelvan a ser oficiales”.
Gloria Lago, su presidenta, lo sería más tarde de la plataforma Hablamos Español, formada por colectivos de otras regiones, tales como Círculo Balear, Libertad Lingüística, Asociación por la Tolerancia o la ya citada Plataforma contra la Cooficialidad asturiana. En esta línea de victimización de la segunda lengua más hablada del mundo, contra la que el intelectual conservador Jon Juaristi llegó a decir que había un “genocidio” en marcha, los pactos PP-VOX transforman ahora las oficinas de promoción de las lenguas minorizadas en oficinas de defensa del español, caso de la así llamada Oficina de la Libertad Lingüística en que se acaba de convertir, en Baleares, la Oficina de Defensa de los Derechos Lingüísticos creada durante el gobierno progresista de Francina Armengol.
En Catalunya, en Illes Balears, en el País Valencià, la oficialidad de la lengua local no está en cuestión, salvo en las efusiones más utópicas de la ultraderecha; no se la pone en cuestión, aunque se cerca la fortaleza de otros modos: en València, resurgen con el nuevo Gobierno los intentos de desvincular el valenciano del catalán, una separación filológicamente insostenible. El nuevo consejero de Educación valenciano, José Antonio Rovira, anunciaba recientemente que se estudiará cambiar el nombre de los departamentos de filología catalana, clamando que “el nostre idioma es diu valencià” . Rovira pertenece al PP, partido frecuentemente acusado de no tener un modelo lingüístico único para toda España, y de decir cosas en Asturias sobre el asturiano o Aragón sobre el aragonés que serían impensables en Galicia sobre el gallego o Catalunya sobre el catalán.
R. Buch señala que ese modelo único sí existe y es la ‘RP’, la “rebaja permanente”: pugnar por que aquellas lenguas con un alto nivel de uso y reconocimiento no tengan tanto, que las medianas tengan poco, y la directa estigmatización de las precarias. Y por supuesto, rechazar con vigor cualquier transformación del statu quo en sentido favorable a las “lenguas españolas” –así las llama la Constitución– distintas del castellano , aunque sea en pos de conferir coherencia a un estado de cosas atravesado de contradicciones; de las paradojas que la Transición se vio obligada a pergeñar a fin de satisfacer a tirios y troyanos y espantar el fantasma de la guerra civil: así la unidad indivisible de la patria cohonestada con la existencia de nacionalidades históricas, la ausencia de religión oficial con el reconocimiento de pingües privilegios para la Iglesia católica… o también el reconocimiento de lenguas cooficiales en sus respectivas regiones, pero la puerta vedada, a diferencia de en países coherentemente plurilingües como Canadá o Suiza, a su utilización en las Cortes o su presencia en algún grado (la enseñanza de rudimentos de cada una, la alusión a sus literaturas…) en los currículos educativos de todo el país, así como en la radiotelevisión pública.
Simplemente “conllevancia”
Se acabó adoptando en España una suerte de westfaliano cuius regio , eius religio lingüístico: cada lengua en su casa, pero nunca en la de todos ; una engañosa pluralidad; la heterogeneidad concebida como una mera yuxtaposición de cuerpos homogéneos. El plurilingüismo español ha solido entenderse, no como una riqueza que celebrar y en la que educar, sino como una desgracia bíblica a “conllevar”, pero también lo entienden así muchos defensores de lenguas minorizadas que viven con frustración el bilingüismo de sus respectivos territorios o la imposibilidad de “vivir en” la lengua vernácula, de un cien por cien del día de interacciones y ocio en la misma, demanda imposible que, en sus expresiones más groseras, llega al extremo de las historias de camareros latinoamericanos o de otras partes de España vilipendiados por sólo hablar español,que saltan con regularidad al debate fogoso de las redes sociales. En nombre de las lenguas minorizadas se cometen también excesos, magnificados por supuesto por sus enemigos, pero no completamente inventados.
El babel español –pero todos o casi todos los países son en algún grado un babel; España no es excepcional en ello– renueva sus estatutos constantemente, sin que acabe de hallarse un arreglo definitivo, en una historia convulsa que va alternando los periodos centralistas y federales, los enemigos y amigos de la pluralidad lingüística , a veces animada, a veces estigmatizada, de un modo que llega a ser desconcertante para quien vive lo suficiente como para atravesar más de una de estas etapas distintas.
El escritor gallego y exconselleiro de Cultura Alfredo Conde relata en A propósito de Fraga una curiosa interacción con el ascensorista de origen galaico de un hotel de Buenos Aires; una historia elocuente al respecto de este desconcierto que también se da dentro de España, entre gente que no emigró al extranjero, pero vivió parecida cosa dentro de su propio país. Relata Conde que comenzó por hablar a este hombre en lengua gallega: “Hasta que un día en el que subíamos los dos solos en el ascensor, lo paró y me suplicó que, por favor, no le hablase en gallego. Con los ojos llorosos me dijo: ‘No sabe usted el trabajo que llevé y lo difícil que me fue olvidarlo para poder hablar como el resto de la gente. No haga que ahora vuelva a llorar por no ser capaz de recordarlo, por favor”.
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