Persianas metálicas bajan de golpe (Anagrama, 2023) es una novela tan inquietante como desasosegante. Y así debe ser la literatura. Lo señalaba José Ovejero en su ensayo La ética de la crueldad. Allí afirmaba que, en literatura, la crueldad ética es “aquella que, en lugar de adaptarse a las expectativas del lector, las desengaña y, al mismo tiempo, lo confronta con ellas”. La nueva novela de Marta Sanz es éticamente cruel: tras un envoltorio distópico y tras un humor capaz de despertar más de una carcajada a lo largo de la lectura, Sanz nos ofrece el más cruel de los retratos de una sociedad, la nuestra, que no solo se encamina, sino que, en parte, ya ha abrazado la deshumanización.
Porque, efectivamente, en el futuro imaginado por Sanz, un futuro, dicho sea de paso, muy presente, los individuos se han convertido en esclavos del algoritmo: siguen sus instrucciones, acatan sus normas, aceptan sus imposiciones, asumen su dependencia. Y lo hacen bajo el férreo control de drones, que vigilan que el orden se mantenga.
Sanz actualiza de esta manera la figura del falansterio de Charles Fourier: ahora son el algoritmo y sus herramientas –los drones– los que ejercen el control más absoluto de la sociedad. Se trata de un control ejercido desde la invisibilidad: el poder, como también lo describió Dickens a través de la Torre de Londres rodeada de niebla al inicio de Nuestro amigo común, no se ve. No se consigue identificar quién es el que mueve los hilos, quién toma las decisiones y, sobre todo, a quién se obedece realmente.
“La moralidad o inmoralidad de las prácticas económicas se gradúa en función de un límite que el ingeniero jefe se encargó de fracturar implantando en cada dron dos entradas de uso obligatorio: relativismo y maniqueísmo”, nos cuenta el narrador, que, inmediatamente después, señala que de lo que se trataba era de “fomentar el eclecticismo, la interdisciplinaridad, la interconectividad”, términos todos ellos que no nos son ajenos: así hablan los gurús de la tecnología, tras cuyas palabras se esconde el socavamiento de cualquier forma de relación –asociativa, sindical, cooperativa e, incluso, emocional y/o amorosa– social y no solo: porque desde el aislamiento, vendido en términos de éxito del individuo, cualquier forma de acción social resulta eliminada.
Y precisamente aislados están los habitantes de Land in Blue (Rapsodia), ese país/mundo/realidad creado por Sanz y que se parece mucho más al nuestro de lo que pensamos. En Land in Blue (Rapsodia) la explotación laboral y la falta de perspectivas son sistemáticas: mientras los mayores trabajan hasta su último aliento, los jóvenes viven en una especie de retiro, aislados ante la falta de expectativas. Lo único que ambos grupos poseen es la compañía de drones, que los supervisan en un entorno en el que todo es artificio, en el que todo ha sido reemplazado por máquinas.
De ahí que la protagonista, una mujer madura, converse con Bidi, a quien considera su amiga, si bien no es más que una actriz reproduciendo una más de tantas voces. Bidi es su única compañía, pues sus hijas, Selva y Tina, viven separadas de ella. Las relaciones interpersonales se han roto, hoy todo se ha vuelto impersonal. Las persianas se bajan de golpe, las tiendas cierran, todo llega por una precarizada paquetería. Las máquinas sustituyen a los trabajadores de antes y lo virtual ha sustituido la esfera pública.
Apropiándose del lenguaje propagandístico que rodea el mercado de la tecnología y que abanderan los gurús de lo virtual y de la inteligencia artificial, Sanz desmonta el discurso: saca a la luz la manipulación que se realiza a través de este neolenguaje y el tipo de sociedad que se pretende conformar con este. Y, paradójicamente, no son los individuos, casi completamente alienados, sino los drones quienes comienzan no solo a cuestionar el sistema que los creó, también a rebelarse contra el algoritmo en nombre de una humanidad perdida. Es precisamente esto lo que hace de Persianas metálicas bajan de golpe una novela romántica: hay en los drones una aspiración a recuperar lo esencialmente humano. En un mundo gobernado por el miedo, los abusos, la soledad, lo puramente transaccional y lo virtual, los drones reivindican las relaciones interpersonales, el amor, la compañía, la protección del otro, la empatía.
“Los libros crueles”, escribía Ovejero en su ensayo, son aquellos que “nos obligan a cambiar, si no de vida, al menos de postura, que nos vuelven incómoda esa en la que estábamos plácidamente aposentados en nuestra existencia”. La novela de Sanz, como toda su narrativa, es cruel, terrible y necesariamente cruel. Persianas metálicas bajan de golpe nos obliga a abrir los ojos hacia un futuro que, en realidad, es en gran medida nuestro presente.