Cultura

‘Memoria del frío’, una novela sobre las mujeres que hicieron posible el regreso de la democracia

"Cuando terminé de leer la última página me hallaba sumida en un estado de shock y congoja del que me costó salir", escribe Esther López Barceló sobre 'Memoria del frío'

Presas en el taller de la cárcel de Segovia. Cedida por el autor de 'Memoria del frío'

He necesitado dejar que pasen los días para escribir acerca de esta novela. Porque no es una más. Es la crónica descarnada de la violencia del fascismo sobre los cuerpos vulnerables de miles de mujeres y hombres. Sobre todo, de las mujeres. Contada a través de una escritura que golpea, que acaricia, una escritura que cobra corporeidad, que en la envergadura de cada frase marca el pulso de las emociones y los acontecimientos. Una escritura que aspira a ser imagen. Y con ella trenza el hilo de la(s) historia(s) valiéndose de sólidos fragmentos que dan cuenta, de forma ávida y tangible, de ese afán de destrucción de los vencedores sobre los rescoldos de los vencidos, de quienes a pesar de todo se mantuvieron –inexplicablemente– asidos a la vida. 

Y, a pesar de ser su primer novela, Miguel Martínez del Arco se atreve a construir el relato cimentándolo sobre la base de una estructura en la que el tiempo no es el hilo conductor. Nos adentramos en los entresijos de las diferentes tramas dando saltos de décadas entre los párrafos, sosteniendo la tensión de acciones separadas en el tiempo, como si discurrieran de forma paralela en un alarde de virtuosismo propio de un veterano en la alquimia de las palabras. Así es como también el propio autor se introduce en la novela desde nuestro presente compartido, desvelando de ese modo el desenlace de los diferentes escenarios que envuelven las historias. 

Cuando terminé de leer la última página me hallaba sumida en un estado de shock y congoja del que me costó salir –quienes lleguen al final, entenderán–. Era incapaz de escribir, solo quería cobijar al autor bajo mi abrazo como hago con mi hijo cuando sufre. Porque esta historia es también la de él: Miguel Martínez. Los editores de Hoja de Lata dicen en la contraportada, sin faltar a la razón, que es el relato de vida de Manuela del Arco, la presa política que más tiempo pasó entre la cochambre, el hambre y la violencia de esas jaulas que el franquismo se atrevió a llamar cárceles. Sin embargo, para mí esta es también la historia del hijo de unos heroicos padres antifascistas, con los cegadores destellos y terribles sombras que ello implica. Porque todo lo que encontramos en este documento imprescindible –léase el adjetivo en mayúsculas y sin el tono manido acostumbrado– es el fruto de una reconstrucción tardía pero contundente, llevada a cabo por un Miguel que, siendo ya adulto, necesita comprender hasta la extenuación para corresponder y, por fin, perdonar: corresponder a sus padres desde el compromiso del militante antifascista, pero también perdonarles –y perdonarse– por todo el dolor que aquel sacrificio les comportó a los tres. Y me desdigo de utilizar el concepto del perdón, porque no es eso. A Miguel le supuraban aún heridas antiguas que la escritura ha logrado cicatrizar al fin. 

Manuela del Arco y su marido, Ángel Martínez.
Manuela del Arco y su marido, Ángel Martínez.

En cuanto al título se refiere, ese frío al que se alude no es solo uno, sino muchos: es el de la punzada gélida e insoportable de la tortura, el de la temperatura a la que emergían los presos y presas cuando alcanzaban la libertad, el que hiela el cuerpo de los que se saben a pocas horas de la muerte a manos de los fusiles, el del niño que aprendió a callar muy pronto. Los padres de Miguel pasaron durante años –casi dos décadas– por todas las etapas del frío sin haber recibido jamás el calor de la reparación debida. Se jugaron la vida –se dice pronto: la vida– transportando multicopistas, escribiendo panfletos, descifrando mensajes en clave y vendiendo plumas Parker. Actos en sí mismos carentes de gravedad que, tras triunfar la barbarie, se transformaron en las exiguas armas con las que alimentar y organizar a todo un enjambre que, a partir de la unidad en la estrategia diseñada por el Partido Comunista, fuera capaz de tumbar la dictadura.

Y, a pesar de que sabemos cómo acaba la historia colectiva, cada misión y plan atestigua la ingrávida altura a la que es capaz de llegar la voluntad humana cuando la fuerza de una idea la trasciende. Es el relato del hijo de unos héroes que, hasta ahora, carecían de la mitología que los encumbrara. Aunque no se trata de idealizar, ni de caer en maniqueísmos, porque Miguel relata inteligentemente la complejidad de sus personalidades. Y tampoco se limita a su par de biografías, ni mucho menos, porque esta novela es una colcha cosida a base de retales de otras vidas paralelas: la de Paquita, la de Feli, la de Esperanza, la de Encarna, la de Ana, la de Joseamalia. Las otras mujeres que pasaron a formar parte de la genealogía de su madre, a ser familia, una muy grande y sólida compuesta exclusivamente de presas políticas. 

Miguel Martínez, cual arqueólogo, ha exhumado la fosa a la que fueron arrojados los testimonios del antifascismo que combatió al régimen desde el propio núcleo de la represión, especialmente, los de ellas. Y sabía por dónde comenzar a hincar la pala porque desde hacía décadas dormía sobre un arcón que guardaba el mayor legado documental de sus padres: una caja llena de cartas. Diecinueve años de correspondencia entre un hombre y una mujer que se enamoraron durante el juicio que les condenaba.

Pero no es esta una novela epistolar, más allá de que esas más de cinco mil cartas hayan compuesto el relleno estratigráfico del que se ha valido el autor para imaginar el día a día de las vidas de sus padres entre rejas. Pero tampoco crean que es tan solo una historia de amor, porque esta novela además nos habla de la traición y el esperpento que abrió las puertas de Madrid al ejército golpista, de los pisos clandestinos de tortura, de la movilidad de los prisioneros en un periplo circular e interminable por las diferentes cárceles del país, de la maldad de los verdugos y de la persistencia de las víctimas. Es la constatación de que sí, claro que hay una superioridad moral en quienes defienden la democracia frente a quienes la aniquilan. Y también es una novela sobre la lucha guerrillera, la solidaridad, la homofobia y la subordinación de la mujer en el antifranquismo; sobre la capacidad de organización política en las celdas, la tenacidad para anclarse a este mundo sin dejarse arrastrar por la locura; sobre el trecoma que dejó ciegas a cientos de presas, la clandestinidad extrema que convertía a amantes en perfectos desconocidos, la posibilidad de tener algo parecido a una vida después de arder en el mismísimo infierno. Y, por encima de todo, es una novela sobre la sororidad, que solo podía reflejar con tal sensibilidad alguien que escribe desde los afectos.

Miguel Martínez pasó por mi vida como en un sueño. Al menos así lo recuerdo yo, difuminado entre las brumas de mi mala memoria. Nos conocimos de forma breve pero suficiente como para que me contara ya entonces que quería escribir este libro. La casualidad ha hecho que, años después, Daniel A. Prendes, uno de los editores de Hoja de Lata, me enviara la feliz consecuencia de aquel proyecto que me desveló Miguel en esa conversación olvidada y que retomé con él ayer mismo. Empecé preguntándole cómo estaba y me dijo que muy bien en un tono verdaderamente feliz. Me explicó que, en un principio, pensó que escribir la novela era una obligación pero que, al final, se había dado cuenta de que no, que había sido un ejercicio incluso egoísta, porque escribir le había sanado. Y yo me alegré tanto de escucharle decir eso que, aún ahora al recordarlo, se me viene un nudo a la garganta.

La editorial Hoja de Lata se enamoró del manuscrito de Miguel Martínez tras una primera lectura. Fue un amor correspondido al instante, como suceden pocos. Tanto es así que el hijo de Manolita dijo no a la oferta de una editorial de esas de rancio abolengo y sobrada capacidad adquisitiva. Para él significa mucho que la familia hojalatera haya apostado por su obra siendo un escritor novel y desconocido. Gracias a esa decisión contamos además con un riguroso y apasionado prólogo de la escritora Edurne Portela, experta en la literatura que emana de las heridas de la violencia política. No en balde su primer libro fue un ensayo sobre la escritura poética de mujeres víctimas de la dictadura argentina, trabajo al que después han seguido otras reflexiones plasmadas en conferencias, artículos y prólogos acerca de la construcción de la memoria a través de la creación literaria. 

Durante nuestro diálogo, Miguel y yo nos quejamos de la gente que confunde el objetivo de la novela y por eso le pregunto explícitamente qué era lo que quería contar, para qué se sentó ante su escritorio durante dos años sabáticos, entre los que se coló el confinamiento de la pandemia. Y me descubre lo que se evidencia a lo largo de sus páginas: que el origen del libro, su objetivo, era contarlas a ellas. Miguel considera que, «desde La voz dormida de Dulce Chacón, no ha habido ninguna obra sobre el tema que no colocara a las mujeres en una posición de sempiterna subalternidad, en la que ellas se ven desplazadas a un espacio impuesto por los hombres de sus vidas. Y si los hombres de entonces, en su mayoría obreros manuales sin apenas estudios, se sirvieron de una construcción política propia, esta sería tan sofisticada como podía llegar a ser las de las modistas y las amas de casa. Sin embargo, todas ellas pasaron a la historia desde sus diminutivos. Mientras ellos eran el camarada Martínez y el camarada Carrillo, ellas –después de décadas de lucha y prisión– seguían siendo Paquita, Manolita o Feli. Incluso, alguien tan importante para la recuperación de la memoria como Tomasa Cuevas, se convirtió en «la mujer de Miguel Núñez». «Lo que busco en Memoria del frío es colocarlas en la posición real que ocuparon en la historia porque siento como una injusticia que no se les reconozca el valor que tuvo su lucha en la consecución de las conquistas sociales que tenemos ahora. Ellas también hicieron posible la llegada de la democracia».

Miguel Martínez quería dejar constancia de esa forma de lucha diferencial de las mujeres, en la que los afectos y su demostración eran necesarios: «Ellas generaron una vida comunitaria que, a través de la sororidad, las hizo familia. Eran muy conscientes de la pugna que estaban librando debido a su condición de mujeres, también en el seno del Partido Comunista. Y también he leído en las cartas cómo mi madre reivindicaba su espacio propio ante su marido, diciéndole: yo tengo una vida y esa vida es mía y para convivir tendrás que respetarla». 

Cuando le pregunto cuál es legado que heredó de su madre, me sorprende con una respuesta desprovista de épica pero cargada de optimismo: «Me dijo que había luchado para que pudiéramos elegir, para poder optar en la vida y, además, siempre me dejó muy claro que la vida es solo una y por eso hay que gozarla. Es quizás por ello que, cuando se reunían todas las resistentes en nuestra casa, siempre la llenaban de alegría con sus risas, recordando las anécdotas cómicas que también habían formado parte de sus experiencias». 

Para terminar, le formulo el mismo dilema que él le plantea a su madre en un momento antológico de la novela: «¿Te ha merecido la pena?». Y aquí dejo, como epílogo y corolario a este texto, sus palabras literales porque para conocer la respuesta de Manuela hay que leer el libro: «Sí, para mí ha sido un autodescubrimiento. Ha significado un proceso de liberación y creación. Había pasado toda mi vida sintiéndome el depositario de la memoria de mucha gente y necesitaba descargarme de esa enorme responsabilidad. Y estoy contento con el resultado porque, a fin de cuentas, como decía mi madre, vida solo hay una y viene toda en el mismo paquete, así que hay que saber construir desde todo lo que nos pasa». Y Miguel lo ha conseguido; quien lo ha leído, lo sabe. 

Portada de 'Memoria del frío' (Hoja de lata).
Portada de ‘Memoria del frío’ (Hoja de lata).

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Comentarios
  1. Eterna gratitud a todas las mujeres que lucharon contra la dictadura y sus verdugos.
    La democracia aún sigue enterrada en las cunetas. Todo sigue bien atado y controlado y en las mismas manos. Sigue vigente la falsa historia que escribieron los vencedores y la «ejemplar» Transición se la cocinaron ellos a su conveniencia y total impunidad.
    Ya lo dice muy claro Pedro Pastor en la entrevista que le hace Sebastián Faber publicada en esta revista: «la dictadura está integrada dentro de nuestro patrón genético. Está instalado en el fondo de nuestro subconsciente colectivo. Seguimos siendo hijos e hijas del franquismo. Pero eso las instituciones se han empeñado en que no lo reconozcamos».
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    El pasado 30 de septiembre en el Centro Social Librería La Pantera Rossa de Zaragoza se presentó el libro «Mujeres, género y violencia» en la guerra «civil» y la dictadura de Franco, escrito por Conxita Mir y Angela Cenarro.
    Este libro recoge varias investigaciones sobre la violencia contra las mujeres en la guerra «civil» (1936-1939) y la primera etapa de la dictadura de Franco. Tiene como hilos conductores la puesta en valor de las mujeres como sujetos históricos y el uso del género como categoría de análisis para arrojar nueva luz a nuestro pasado traumático. Las aportaciones del volumen permiten avanzar en tres direcciones. Una es la reflexión sobre las posibilidades que las fuentes escritas, orales, memoriales y arqueológicas abren para la reconstrucción de estas zonas oscuras del pasado. Asimismo, se presta especial atención a las agresiones específicas que sufrieron las mujeres en la guerra, como las violaciones y los rapados. Por último, rotura el camino en una línea de investigación todavía poco explorada pero de gran potencial, el sistema tutelar y de protección de menores, instrumento idóneo para el control moral de las mujeres en el régimen de Franco.

  2. IN MEMORIAM.
    ALFONSO SASTRE: LA MUERTE DE UN COLOSO DE LA COHERENCIA (VÍDEO).
    Autor de una obra inmensa, Alfonso es más conocido y reconocido en Latinoamérica que en la España que le vio nacer. Invisibilizado por la industria cultural que reparte premios y hace listas de éxitos literarios, su incomodante definición del intelectual “bienpensante”, su rigor creativo, su negativa a complacer los estereotipos de moda y su coherencia ética lo hacen insoportable para quienes pastan entre el rebaño mediático afín al capital.
    https://canarias-semanal.org/art/31312/alfonso-sastre-la-muerte-de-un-coloso-de-la-coherencia-video

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