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Trocitos de asteroide, bolas de fuego

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Cultura

Trocitos de asteroide, bolas de fuego

"Así andamos, un poco como zombis entre esos pedazos de rocas ardientes que pasan, sin casi ni darnos cuenta de que las estamos esquivando", reflexiona Laura Casielles.

Foto: Pixabay
Laura Casielles
18 junio 2020 Una lectura de 6 minutos
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LA MIRADA DE LAURA CASIELLES // Mirad, sinceramente yo ya no sé en qué fase estamos. Si me dejaran ponerles a mí los nombres, probablemente a esta la llamaría “fase de empezar a ir otra vez como pollo sin cabeza”. No logro acordarme ni de cuánto tiempo falta para poder viajar a casa de mi familia sin salvoconductos, ni de a qué bares puedo ir. Pero la normalidad de los compromisos y las autoexigencias está de vuelta con su rodillo aplastante, y otra vez ocurren demasiadas cosas todo el rato. Encuentros, planes, tareas, noticias se suceden a velocidad creciente a nuestro alrededor con el estresante añadido de dejarnos la mascarilla en casa y tener que volver a por ella cada vez que pretendemos salir a la calle.

Acabo de escuchar por la radio que hace un par de noches en varias ciudades del sur se vio pasar una bola de fuego. Un asteroide cruzó a 60.000 kilómetros por hora sobre nuestras vidas y dejó una estela de luz en el cielo de Sevilla. Le preguntaban a un experto si podría habernos caído sobre las cabezas como temían los galos, y respondía que más bien no. Por una combinación afortunada de su velocidad y las leyes de la física, al atravesar la atmósfera el rozamiento hace que esa clase de rocas ardan y se desintegren en muchas piedritas que no hacen daño al llegar al suelo. 

Tal y como lo contaban, era muy emocionante. Ese rozar la catástrofe y que quede deshecha. Decía el experto que, para que ocurriera un verdadero impacto, tendría que tratarse de un meteorito mucho más grande, “del tamaño de un edificio de cinco o seis pisos”. Me pregunto cuántos de esos habrá ahora mismo vagando por el cosmos.

No me enteré, y me parece una pena, porque me gustaría mucho haberlo visto. En realidad, ni siquiera sé si se habría dejado atisbar desde la ciudad en la que vivo. Pero vamos, tampoco me extraña, porque estos días no me entero de casi nada. Como pedazos de meteorito, van pasando cosas y no me rozan. La comisión de reconstrucción de un país deshecho. Los feroces debates de Twitter. Las cifras del paro, lo del turismo, los disparos sobre fotografías de personas. 

Este fin de semana tuve demasiados planes, y el lunes el cuerpo estaba tomado por una familiar pero casi olvidada sensación de desasosiego. Tampoco logro enterarme de cuándo estoy cumpliendo bien las normas y cuándo no. La enésima polémica entre los mismos, la transfobia, los nanobots. “¿Estáis bien? Nosotros también”, se oye a través de la ventana.

Es imposible ver nada entre tanto jaleo, y el atolondramiento se confunde con el desinterés. Me decía una amiga esta mañana: “¿Te acuerdas de con qué ganas nos poníamos la radio para cada rueda de prensa hace unas semanas? Y ahora qué pereza nos dan”. Yo le respondía: “Estoy aburrida de todo, y particularmente aburrida de mí”. 

Pero es un hastío removido, inquieto. 

“No, no pasó tan cerca”, decía el experto en la radio. “A unos 40 kilómetros”. A mí me parece cerca, para un meteorito, la verdad.

Tiroteos en la frontera entre China y La India. Pablo Alborán que dice que en los últimos diez años no nos cantó lo que nos habría podido ayudar a ser más libres, mientras el cuerpo de Sara Hegazy enfrenta el último exilio. Diez amistades con las que quiero quedar y no sé cuándo. Rebrotes del bicho en Pekín y en Alemania. Un premio a una de mis escritoras favoritas. Elecciones en no sé dónde. Dexametasona. Europa que no sé qué. Las muertes y los amores tomando cuerpo para todo el mundo. La gata yo creo que está nerviosa por algo. Los fascistas a lo suyo. En septiembre qué va a pasar. 

¿Cuántos pisos tienen los edificios que vuelan sobre nuestras cabezas?

Decía un personaje de una obra de Pablo Messiez: “Te cautivará aquello en lo que decidas detenerte”. Si algo ha sido este loco 2020 es el año de desestabilizar nuestra relación con la intensidad. Nos hemos detenido en cosas, y nos han cautivado. De lo penetrante del permanente acontecimiento hemos pasado a que nos atraviese la hondura lenta de la introspección. Y ahora que el alboroto vuelve, tal vez tantos sobresaltos nos han hecho nacer alrededor una capa de cinismo que, como una atmósfera, despedaza todo lo que amenace con caernos encima. Por lo que pueda pasar. 

Así que así andamos, igual que por este planeta, un poco como zombis entre esos pedazos de rocas ardientes que pasan, sin casi ni darnos cuenta de que las estamos esquivando. 

Aunque, espera: de pronto he pensado que a lo mejor podríamos verlo de otra forma. 

Que tal vez simplemente estamos tomando la perspectiva equivocada. 

Pensemos por un momento desde el punto de vista del asteroide. Esa bola de fuego que viaja por el espacio, desplegando toda su luz entre una lluvia de fragmentos. Perdiendo por el camino algo de cuerpo, pero sin parar su vuelo. Y sin ser capaz de ver que, mientras coge velocidad y se siente deshacer por el despiadado rozamiento del aire, hay gente ahí, en sus ventanas, aguardando el asombro de cruzarse con ella.

Se me viene a la mente, con esa imagen, un cuento que me encanta. Está escrito pensando en que lo lean niñas y niños, se llama La estrella fugaz que no quería caer en el mar, y forma parte del libro Este loco mundo, de Miguel Ángel García Argüez, José María Gómez Valero y David Eloy Rodríguez. 

Y como es muy breve, voy a acabar esta semana lo que os cuento dejándolo aquí. Como un mantra para saber seguir viendo, entre tantos trocitos de asteroide que caen, el milagro que supone ese ir volando que nos regalan, todo el rato, las rocas de fuego. 


Arriba, la estrella fugaz viaja resplandeciente a toda velocidad atravesando el cielo.

Abajo, la niña mira la estrella fugaz y piensa un deseo.

Arriba, la estrella fugaz siente por un instante un temblor: tiene un poquito de miedo. Miedo de perderse, miedo de no brillar lo suficiente, miedo de brillar demasiado, miedo de no poder volver atrás, miedo de olvidar el lugar del que partió… Y, sobre todo, sobre todo, tiene miedo de caer en el mar.

Abajo, la niña mira la estrella fugaz y pide un deseo.

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Comentarios
  1. Cristina dice:
    31/07/2020 a las 22:02

    SIN PALABRAS! INCREIBLE.
    En estos momentos viene bien despejar la mente, mirar la vida con otra perspectiva y imaginar ser esa niña.
    Gracias!

    Responder
  2. Eugenia dice:
    20/06/2020 a las 20:44

    Estoy muy de acuerdo en lo que sientes, (te tuteo porque seguramente tengo la edad que debe tener tu abuela). Yo seguiré en la fase 0, siento que no concuerda todo lo que hemos hecho con esta rara normalidad. El cuento de la estrella fugaz es hermoso. Gracias por contarlo.

    Responder

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