Itahisa Pérez se educó en una escuela de barrio, en una zona rural, en Malpaís de Candelaria (Tenerife), donde una decena de niños y niñas de diferentes edades y cursos compartían el mismo espacio y la misma maestra. Habla de DELIA, así, en mayúsculas: «Era muy humana, autoritaria, seria, pero a la vez risueña, flexible, cercana, muy didáctica y familiar. Y nada es contradictorio. Una maestra muy querida en el barrio y que mi familia también apreciaba mucho. Una época donde la maestra era una figura de referencia y respeto, no solo en la escuela, también en las familias y en el barrio». También recuerda, del colegio en el que comenzó a estudiar 5º, a Antonio Pedro, un «maestro disruptivo» con el que salían a cantar al patio, o en el aula, sin ser clases de música. Hoy Pérez es profesora de Educación y Psicología Social en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y ha sido una de las diez finalistas de los Premios Educa Abanca como mejor docente en 2019, nominada por los alumnos y alumnas.
¿Cómo se imagina la universidad en la que está trabajando dentro de 10 años?
Me imagino una universidad más desarrolllada, con una plantilla de docentes más permanente, que cuida a su talento y que sigue apostando por el compromiso social. Una universidad con un personal docente comprometido socialmente, que apoya a su alumnado, que defiende la calidad de la enseñanza, cada vez más sensibilizado por la igualdad y la conciliación, que tan necesaria es para que una sociedad se desarrolle.
Hay estudios que dicen que la escuela desaparecerá como está concebida ahora mismo.
Espero que la universidad siga apostando por las personas y por una docencia presencial, porque el proceso de enseñanza-aprendizaje eficiente y la formación de personas cívicas y comprometidas requiere un vínculo emocional, una interacción personal, unas vivencias, que la tecnología no puede ni tiene capacidad para sustituir. La tecnología ha avanzado mucho, pero la calidez humana, el vínculo afectivo y las relaciones personales no son tecnológicas, sino que forman parte de la naturaleza humana y de nuestro ser más auténtico y salvaje. Y eso hay que cuidarlo, porque formamos a futuros profesionales, pero también a personas que se están desarrollando, que van a ser padres o madres, que son hermanos/as, vecinos/as, empresarios/as, docentes… Y en su mano, en nuestra mano, está mantener los valores que queremos que rijan nuestra sociedad. Afortunadamente ya hay estudios o evidencias que afirman que una persona aprende más y mejor cuando está motivada y disfruta del proceso, cuando siente y se emociona, cuando se crea el vínculo en el aula y con el grupo.
Esos estudios dicen que todo estará interconectado, el aprendizaje nunca terminará, puede que hasta las aulas dejen de existir…
Si bien es cierto que vivimos en una sociedad interconectada, donde cada vez accedemos a mayor contenido e información, y que desde la pedagogía se aboga por el aprendizaje permanente o a lo largo de la vida, términos nada nuevos y muy alejados de lo tecnológico, creo que no son factores suficientes para que desaparezcan las aulas. La figura del docente es necesaria e imprescindible. Como ejemplo, podemos analizar qué está ocurriendo en gran parte de la población con Internet y las redes sociales. Podemos acceder a gran cantidad de información, nos llegan muchas noticias por WhatsApp que reenviamos sin contrastar, que nos creemos sin ponerlas en cuestionamiento, que compartimos en Facebook, Twitter o Instagram sin que pasen un control de calidad. Ni siquiera reflexionamos sobre ellas ni formulamos nuestro propio juicio crítico. Cada vez accedemos a más información, pero también el analfabetismo digital es cada vez mayor. Cada vez hay más personas que saben leer, pero también hay más que no comprenden lo que leen. Esto es peligroso y preocupante. ¿Esta es la sociedad que queremos? Yo no, e intento en mi día a día poner mi granito de arena para tomar conciencia. Y, por supuesto, esto se aleja de esa o esas escuelas donde estudié, pero regreso a ellas a través de mis recuerdos, para saber lo que quiero, para aprender y no repetir patrones de manera automatizada para fomentar relaciones basadas en el respeto a la diferencia, en la riqueza de la diversidad que tan presente está en muchos discursos y qué poco siento a veces que se practica.
¿Cuál es el principal fallo que hay que corregir?
Para mí, en la educación en general faltan valores. Valores que deben partir de la familia y que debe enseñar la escuela, pero de una manera integral y consciente, no solo celebrando el Día de, ni de manera transversal, porque en la transversalidad a veces se difuminan los contenidos y al final no se prioriza lo fundamental. A mí me sorprende que cuando mis estudiantes llegan a 4º de carrera, la inmensa mayoría me confirma que no han estudiado valores en su trayectoria educativa. Creo que hay contenidos y asignaturas que deben ser innegociables por los partidos políticos, pero claro, aquí entramos en un terreno resbaladizo cuando no hemos logrado a puertas de 2020 el famoso Pacto por la Educación. Eso ya refleja cuáles son las prioridades de nuestro país. Y la educación es el arma más poderosa que existe en el mundo. Ahora bien, si nos referimos al sistema educativo, falla, además, la inversión.