Si alguien sabe de inmatriculaciones, ese es Antonio Manuel. Si alguien sabe de flamenco, ese es Antonio Manuel. Si alguien sabe de memoria, sí, ese es Antonio Manuel. ¿De Andalucía? Antonio Manuel. ¿De derechos humanos? Antonio Manuel. Y si alguien sabe, entre otras muchas cosas, de decencia, ese es sobre todo Antonio Manuel. De apellido Rodríguez Ramos, Antonio Manuel, profesor de Derecho Civil en la Universidad de Córdoba, acaba de ser nombrado Ateneísta de Honor junto al escritor José Manuel Caballero Bonald, la bailaora Sara Baras, la historiadora Rosario Camacho Martínez y la Fundación Medina Sidonia. Con él conversamos sobre algunas cuestiones de actualidad.
¿Por qué vamos a ir a nuevas elecciones?
Desde el hooliganismo de partido o de bloque, quizá lo más cómodo para mí sea culpar al de enfrente o al que se encuentre a mi lado, en ningún caso a los míos. Y me temo que este hooliganismo político es la única razón que justifica el despropósito de nuevas elecciones, para exigirnos que esta vez votemos bien y no le hagamos pasar a los partidos el trago de entenderse o de aceptar que vencieron los otros. En otras palabras, la partitocracia ha vencido a la democracia. Para ser grande hay que ser entero, escribía Pessoa. También los partidos. Creo que se equivocó Unidas Podemos no aceptando un gobierno pionero de coalición en esta restauración democrática, con la Vicepresidencia y tres ministerios de enorme potencial legislativo y carga simbólica. Creo que se equivocó el PSOE enquistándose en la negativa posterior a cualquier posibilidad de entendimiento que no pasara por la sumisión y el desprecio a Unidas Podemos por no someterse y despreciarle. Y creo que también se equivocan las derechas, en especial la desnortada y radicalizada C’s, no aceptando la voluntad de la mayoría social y haberse abstenido con normalidad democrática a lo Valls para ser enteros y coherentes con la misma razón de Estado que pregonan. Los partidos parten lo que las causas unen. Y a ninguno parece unirles la democracia más que su ombligo.
¿Lo llegó a imaginar la noche electoral del 28-A, cuando ya conocíamos los resultados?
Ni en la peor de mis pesadillas. En política es infinitamente más rentable la esperanza que los hechos. Y aquel día, la mayoría social progresista, ecologista, feminista y de izquierda teníamos la esperanza de que PSOE y Unidas Podemos se entenderían porque ya lo habían hecho en la moción de censura y en el proyecto de presupuestos. Que ahora no lo consigan solo obedece a que confunden el poder como sustantivo con el poder como verbo. Por supuesto que es legítimo un gobierno de coalición con el que la inmensa mayoría de quienes votaron por ambas formaciones estarían de acuerdo. De la misma manera que, con idéntica legitimidad, dentro y fuera de Unidas Podemos sigue habiendo voces críticas que apostaron desde el principio por el apoyo a la investidura sobre un acuerdo programático, para evitar el riesgo de nuevas elecciones y una posible victoria de las derechas, conociendo además la habilidad contrastada del PSOE para imputar sus incoherencias a los demás mientras se aprovechan de los éxitos ajenos. Una y otra fórmula nos pasó por la cabeza aquel 28-A. Jamás que los hechos nos condenaran a la desesperanza.
¿Qué es lo más urgente de recomponer en España?
Su escudo. Desde la muerte del dictador, nunca como ahora habían estado mejor bordados a la bandera: la cruz, la corona y la configuración territorial del Estado heredada desde los tiempos de la conquista de Granada. Podríamos empezar, de una vez por todas, por la separación real de Iglesia y Estado, como cualquier otro país que aspire a llamarse moderno, en lugar de favorecer el empoderamiento de la jerarquía católica tolerando el mayor escándalo inmobiliario de la historia, su paraíso fiscal por no declarar ni tributar por los millonarios ingresos que genera, y por permitir la competencia desleal en la educación concertada en perjuicio de la pública, entre otros privilegios injustificables en un Estado aconfesional. La corona, sin duda, como resabio de una institución sin justificación democrática. Y esta delirante configuración territorial, con hasta cinco modelos de Estado superpuestos entre los municipios y el gobierno central: diputaciones, fueros, diputaciones forales, comunidades históricas y resto de comunidades. Un hecho inaudito en el resto de Europa y del mundo. Gran parte de nuestra brecha social se debe al auge de este nacionalcatolicismo que pervive en el escudo de España y que muchos se lo colocan tan cerca del pecho como lejos de la cabeza. Porque todo este inmenso poder patrimonial y económico no aparece en los Presupuestos Generales del Estado, ni consta en la Administración Tributaria. Todo cambiaría si existiera una derecha republicana, laica y federal, para que volvieran a ser transversales estos conceptos y no monopolio de la izquierda más revolucionaria.
¿Qué espera de la sentencia del procés?
Me gustaría que la sentencia reconociera como legal y legítima la aspiración de un pueblo a manifestar pacífica y democráticamente su voluntad con respecto al Estado español o lo que sea. Eso fue lo que ocurrió. Podría haberse realizado de otra manera, en un referéndum pactado, y siempre estamos a tiempo para que así sea. Yo aposté por el diálogo, sin 155 ni DUI. Creo que una reforma constitucional siempre es posible. Y, en mi opinión, no encuentro justificadas estas desmesuradas prisiones preventivas, ni las acusaciones de sedición ni rebelión. El conflicto catalán solo ha servido para alimentar odios y no para fomentar abrazos. Y, mucho me temo, que la sentencia solo servirá para lo primero.
¿Por qué aceptamos esta precariedad en la que buena parte de la sociedad está viviendo? ¿Por qué se está normalizando vivir con angustia, con miedo de no poder pagar ni un alquiler?
No lo sé. O quizá lo sé pero desearía no saberlo. Porque mucho me temo que la razón de fondo que explica esta resignación social sea la pérdida de la esperanza en los valores tradicionales de la izquierda para salvar la situación, unida a la carencia de una alternativa ideológica y económica que pudiera despertar la esperanza de las clases más desfavorecidas frente a este devastador capitalismo que hemos aceptado casi como dogma de fe. Sin duda, su principal victoria consiste en la pérdida de la conciencia de clase. Me duele como un tiro en las tripas escuchar a gente muy humilde con discursos propios de la derecha más rancia y reaccionaria. En lugar de unirse para defender sus causas comunes, solo aspiran a cambiar de bando y renegar de las marcas políticas que los defienden. Y, mientras tanto, no paran de compartir memes y vídeos con enorme carga racista, machista o xenófoba, como si fueran inofensivos o apolíticos. No hay peor derrota que la cultural. Ellos lo saben y bombardean a diario con mensajes simplistas de inseguridad y miedo a lo único que genera inseguridad y miedo al capitalismo salvaje. En España, además, aderezados de nacionalcatolicismo. Duele mucho un pobre desesperanzado. Y duele dos veces un facha pobre.
¿Qué se le viene a la cabeza cuando escucha vicepresidencia para proteger el estilo de vida europeo?
Otro miedo más, esta vez, al derrumbe de los pilares socioeconómicos de la Unión Europea. El eufemismo del nombre esconde el pavor de algunos Estados miembro de la Unión Europea a las amenazas de quienes disparan desde dentro (Brexit, nacionalismos excluyentes…), y de los que disparan desde fuera (crisis migratoria, guerra comercial entre EEUU y China…). Si lo que se quiere proteger es el Estado del Bienestar, fundado en la redistribución de la riqueza para garantizar la universalidad de los derechos sociales, me temo que hace años que está en peligro por las propias políticas de la UE y de los Estados-miembro que ahora hipócritamente se erigen en sus defensores. Aun así, en este momento clave de la historia donde la UE es una placa tectónica atrapada entre otras de mayor dimensión política y económica representadas por Estados (Rusia, China, EEUU, Brasil, India…), soy partidario de la defensa a ultranza del Estado del Bienestar con anclaje constitucional como barricada frente a esta desalmada lucha de titanes. Sin olvidarnos nunca de que España debe ser el embajador de este modelo y el puente de encuentro con el Mediterráneo y el Atlántico.
¿Cómo ve Andalucía?
Jarta de tó pero cansá pa levantarse. La mayoría social de Andalucía es de izquierda. Así lo creo. El día que deje de serlo, Andalucía habrá muerto. Pero en las últimas elecciones, una gran parte de la población se abstuvo o votó a la derecha ejercitando una moción de censura contra Susana Díaz y el PSOE que había gobernado desde los albores de la transición autonómica, en solitario o fagocitando a las marcas con las que había formado coalición. Objetivo cumplido. ¿A costa de qué? Del concepto mismo de Andalucía. La única aspiración de las derechas es convertirnos en Castilla de la Frontera, con más clases de oratoria para que hablemos bien el castellano de los telediarios, y con más clases de oratorio para que recemos mejor de rodillas. El desembarco de las derechas y su alianza estratégica con el nacionalcatolicismo son desoladores.
¿Qué es, desde su punto de vista, lo más grave del gobierno de PP y C’s con el apoyo de Vox?
El hecho en sí. Porque el advenimiento de las derechas solo constata el fracaso del PSOE en su gestión de la autonomía no haciendo uso de la misma. Porque confirma que el espíritu del 4D y del 28F ha muerto porque el PSOE lo había matado. Porque provocaba dolor y vergüenza ajena ver cómo Susana Díaz se plegaba a las derechas admitiendo que se corregiría un libro de texto andaluz donde se decía que Andalucía es una “realidad nacional”, exactamente lo que reza en el Manifiesto de Córdoba de 1919 y en nuestro Estatuto de Autonomía, votado por su propio partido, por el PP que le increpaba, por el Parlamento de Andalucía, por el Congreso y por el pueblo andaluz en referéndum. Durante esta legislatura, no me cabe duda de que el PP pavoneará su andalucismo regionalista para desmarcarse simbólicamente de la ultraderecha, mientras le hace concesiones permanentes que hieren de muerte al propio concepto de Andalucía, desde el abandono a la memoria histórica, el desprecio a la violencia machista o el cierre masivo de aulas en la educación pública en favor de la concertada religiosa.
¿Y está la oposición a la altura de las circunstancias?
A Susana Díaz se la ha tragado la tierra. Su abstención en la investidura de Rajoy y el apoyo al 155, la desubicó del espacio simbólico (que no real) de la “izquierda andaluza” que históricamente había ocupado el PSOE. Si quieren recuperarlo, tendrán que buscarse a otra persona. Eso creo. La oposición del PSOE no es creíble.
¿Y la de Adelante Andalucía?
La que proviene de Adelante Andalucía, que nació para ocupar ese espacio huérfano desde la alianza Podemos-IUCA más otras fuerzas andalucistas y sociales, sufrió la pérdida capital de Antonio Maíllo y durante un tiempo la de Teresa Rodríguez. Si Adelante Andalucía tiende a mimetizarse con la propuesta centralista de Pablo Iglesias, con sinceridad, estará abocada a ser margen. Si, por el contrario, aspira a fortalecer su espíritu fundacional y generar un sujeto político propio para, por y desde Andalucía, similar a otras confluencias, entonces sí creo que su oposición será creíble y esperanzadora.
Va a ser que al final… ¿estén ganando los malos?
Parafraseando la letra flamenca, “Llegaron las derechas/ y nos molieron a palos,/ que Dios ayuda a los malos/ cuando son más que los buenos». En Andalucía o en Madrid, por ejemplo, están ganando porque fueron más que las izquierdas en unos procesos electorales concretos, con unas circunstancias muy concretas: en un caso, de moción de censura popular contra el PSOE de Susana Díaz; en el otro, por la injustificable fragmentación de la izquierda. En estas nuevas elecciones, puede ser que coincidan ambas circunstancias. Y si en el Congreso ocurriera lo que pasó en Andalucía o en Madrid, no será porque votamos mal sino porque fueron los políticos malos quienes permitieron la victoria de los peores.