Es irónico que la mayor compañía de cruceros del mundo se llame Carnaval (Carnival, en inglés), una fiesta caracterizada por la permisividad que, en el contexto de cambio climático, es una fiesta sin ninguna gracia. La Corporación Carnival se publicita con orgullo como “el operador de cruceros más popular que existe” ofertando viajes a algunos de los lugares más frágiles del planeta y es, de nuevo, irónico que su reclamo sea visitar ecosistemas tan fascinantes como el Ártico mientras contribuye a su destrucción.
Hace una semana, gracias a la ONG Stand.earth, se hizo público un estudio en el que se demuestra la mala calidad del aire que se respira en sus cubiertas. Las conclusiones son preocupantes: dos años de investigación para demostrar, por ejemplo, que la calidad del aire de cuatro de los barcos operados por Carnival llega a ser peor que la de ciudades tan contaminadas como Pekín o Santiago de Chile.
¿Sigues teniendo ganas de subirte a un crucero? Aún hay más. El estudio ha demostrado que, además del impacto sobre pasajeros y tripulación, el 70% de las emisiones ocurren a 250 millas de la costa, exponiendo a millones de personas, ajenas al carnaval, a niveles de contaminación peligrosos para la salud.
Carnival mantiene que la sostenibilidad y los derechos humanos son parte indisociable de su política empresarial y, sin embargo, hace oídos sordos a las múltiples peticiones de organizaciones ambientales que piden que dejen de utilizar el fuelóleo pesado (HFO), ampliamente considerado como uno de los combustibles más contaminantes de los disponibles para el transporte marítimo. Este es el carburante más utilizado por sus flotas, lo cual no solo tiene efectos sobre la salud de pasajeros, tripulantes y comunidades costeras, también tiene un grave impacto climático. Y esto sí, nos afecta a todos, especialmente cuando este combustible es utilizado en la zona ártica.
El fuelóleo pesado es un combustible de muy alta densidad, similar al del Prestige. Es el preferido de compañías de cruceros por su bajo coste y, sin embargo, ya fue prohibido en aguas antárticas por el peligro tan grave que conlleva para estos ecosistemas, tanto por el riesgo de derrame, como por su efecto en la aceleración del deshielo –el carbono negro resultante de su combustión se deposita en el hielo, absorbiendo 5 veces más calor–. En este sentido, la Clean Arctic Alliance (Alianza por un Ártico Limpio) trabaja, junto con comunidades indígenas que ven amenazado su modo de vida, para que sea también prohibido en el Ártico.
Así debe ser de forma urgente, pues (otra vez irónicamente) el deshielo abre nuevas rutas marítimas al tráfico comercial y de crucero. De hecho, más de 30 millones de personas viajarán en crucero en 2019, ajenas en muchos casos a los impactos climático, humano y medio ambiental al que contribuyen, pero también ajenos a que estarán expuestos a los niveles de contaminación de Pekín, a pesar de estar en alta mar.
Que Carnival se preocupaba poco por la salud del polo norte ya lo sospechábamos, lo que demuestra este estudio es que tampoco se preocupa por la de sus pasajeros. En realidad, ojalá entendamos alguna vez que nuestra salud y la del planeta van ligadas. Lo explica muy bien la activista inuit Sheila Watt, en referencia a la historia de violencia de su comunidad y a las reacciones de los inuit ante esta y el cambio climático: “Esta historia de violencia es ahora el reflejo de la violencia que estamos infligiendo a nuestro planeta. Puedo entender que la economía sea volátil, pero mantener un crecimiento económico insostenible provoca daños irreparables en la atmósfera y está obligando al planeta a reaccionar con violentas tormentas y otros comportamientos erráticos. Es similar a la situación de los inuit o los pueblos indígenas y de los niños vulnerables del mundo que se han visto expuestos a un trauma sin contar con atención, espacios para sanar o estrategias de respuesta adecuadas, lo que conduce inevitablemente a un comportamiento auto-destructivo. Lo que estamos observando en nuestras comunidades y en nuestra atmósfera no son comportamientos anormales. Lo que estamos viendo son reacciones perfectamente normales a circunstancias extremadamente anormales. El trauma humano y el trauma del planeta son el mismo”.
Miriam Zaitegui es experta en políticas cambio climático y transporte y coordinadora de la campaña HFO-Free Arctic en España.