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“No encajan bien en Suecia”

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“No encajan bien en Suecia”

"Una identidad cultural y nacional que desde hace siglos no ha vivido grandes retos, de repente se ha visto envuelta en un complejo proceso", escribe Boris Matijas.

Jimmie Akesson, líder del partido Demócratas de Suecia. Foto: News Oresund / Wikimedia Commons
Boris Matijas
11 septiembre 2018 Una lectura de 4 minutos
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Cuando a las diez de la noche empezaron a salir los resultados de las elecciones, la primera emoción que experimenté fue rabia. ¡¿Cómo es posible que una de cada tres personas que tan amablemente y atentamente me saludan por la calle hayan votado a un partido cuyo líder había declarado que los inmigrantes “No encajan bien en Suecia”?! Rebobiné hasta el recuerdo de esa misma mañana, en la cola del colegio electoral. Trataba de poner cara a los que habían votado al partido ultraderechista Demócratas de Suecia. Pero, mientras en mi imaginación se sucedía un lío de infografías, la rabia se transformó en empatía.

Una identidad cultural y nacional que desde hace siglos no ha vivido grandes retos, de repente se ha visto envuelta en un complejo proceso. Un proceso iniciado en los años 60 por los trabajadores extranjeros, que dibujaron los primeros tímidos esbozos de la diversidad cultural, y que dio pasó a la avalancha de casi un medio millón de refugiados en tan solo cuatro años. Desde la asimilación controlada que, igual que muchos otros países europeos, llenaba los suburbios de las grandes ciudades, el país nórdico pasó a la integración forzada.

El volumen de personas que llegaron hizo que surgieran las voces que avisaban de que el tiempo se había acabado. Unos oportunistas que trataron de forzar la máquina, aún sabiendo que esta cultura, tradicionalmente contemplativa, que toma su tiempo en establecer procesos ordenados, pautados y consensuados, no estaba preparada para ello.

En 2014 tuvieron su primera gran victoria. Irrumpieron en la escena política nacional llevándose un 15% de los votos. Desde entonces, surfeando la ola de refugiados que durante los siguientes años fueron llegando, el discurso populista se apoderó de las comunidades más frágiles del país. Especialmente de la zona rural del noreste de la provincia de Scania, donde casualmente vivo. Es aquí, donde la tasa de paro es superior a la media nacional y existe gran transición posindustrial, donde el eje Tradición/Global se torció hacia la derecha.

Esto explica en parte por qué en las once de las doce provincias de Escania la SD fue la fuerza más votada. En algunas comunidades han sumado casi un 50% de los votos. En mi pueblo, en concreto, casi un 30%. También tiene que ver con las diferencias culturales. Antes de que en el siglo XVII se integrasen en Suecia, Scania y Blekinge pertenecían a Dinamarca. Un hecho que va arraigado a la identidad de su gente.

Pero la  principal explicación tiene que ver con el miedo, descontento y fragilidad. Son el caldo de cultivo de las narrativas xenófoba que hicieron brotar el sentimiento de exclusividad. Pero no antes de saltarse el cortafuego que la cultura –campo donde la igualdad representa el primero de todos los valores- había instalado en todas las instancias de la convivencia.

Durante los últimos años, Jimmie Åkesson se hartó de dar sermones a lo largo del país hablando de lo que significaba “ser sueco”, sobre “la cultura mayoritaria”, y otras simplicidades tan frecuentes en el repertorio de los ‘magos populistas’.

Hace unos meses mientras repartía el correo por mi querida “Suecia profunda” le escuchaba hablar en una entrevista. Curiosamente, el hombre eligió Dinamarca para hacerlo. Jimmie, siendo buen sueco, quería convertir Suecia en Dinamarca. Todo iba bien para el joven Jimmie, hasta que su tradicional ‘canto de Fauno’ quedó interrumpido por las preguntas de la periodista. “¿Cómo debe ser uno cuando llegue?, ¿Qué debería ser?” Tras la pausa, en la que imagino su mirada vagando por las cercanas costas suecas que se esbozaban en la distancia, Jimmie contestó: “No hay un único modelo de cómo debería ser, pero uno tiene que acoplarse a la mayoría”.

No sé por qué, pero allí, en mi pequeño cochecito amarillo, escuchando al “líder inspirado”, empecé a pensar en Leni Riefenstahl. En la simetría del orden. En uniformes. En las mayorías. Por suerte, la Suecia de hoy nada tiene que ver con la Alemania de entonces. Incluso, para seros sincero, me alegro de los resultados obtenidos por la ultra derecha. Por dos motivos:

En primer lugar, porque obligará a redefinir la política tradicionalmente atrincherada en dos bloques. Sea quien sea el que gobierne, tendrá que asimilar diferentes posturas y hacer concesiones. Adaptarse a los nuevos tiempos. Unos tiempos claramente marcados por el descontento social, expresado en forma de castigo, y traducido en votos a la ultraderecha.

En segundo lugar, porque la victoria que los Demócratas de Suecia han obtenido a nivel local en varias comarcas dejará en evidencia su incompetencia. Les desnudará ante la opinión pública, que tendrá la oportunidad de presenciar cómo detrás de la retórica barata y la verborrea chovinista en realidad no existe un programa serio. La falta de competencias, que ya empezó a comentarse en algunas comunidades donde tendrán que asumir responsabilidades, demostrará la validez de aquellas palabras de Derek Bok: “Si cree usted que la educación es cara, pruebe con la ignorancia”.

Ambos bloques han rechazado cualquier posibilidad de pacto con la ultraderecha. De aquí al día 25, cuando está previsto el primer pleno del nuevo Parlamento, se verá quien puede formar el nuevo gobierno. Luego, tendrán cuatro años para dejar claro entre ese 83% que no votó a los Demócratas de Suecia que son los xenófobos, chovinistas, racistas y nazistas los que no encajan bien en Suecia. Hasta entonces, a mí me queda el trabajo de aceptar la opinión de mis vecinos, comprender los motivos que les llevaron a sentirse como se sienten, y respirar tranquilo porque no fueron más.

El resto de Europa conmigo, porque un Salvini sueco ya sería demasiado.

Yo he votado a Miljöparti, el partido medioambiental. Es la única fuerza que plantea preguntas que sobrepasan los viejos debates. El nacionalismo, racismo, capitalismo, comunismo, consumismo, etc. desaparecen ante las amenazas que trae el cambio climático.

 

Boris Matijas, nacido en Yugoslavia, escribe en castellano y vive en Suecia. Es escritor, consultor y, siendo un gran amante del mundo de la letras, cartero ocasional. Actualmente está cursando el Máster de Estudios Medioambientales y Ciencias de Sostenibilidad en la Universidad de Lund, Suecia. Es autor de los libros Cuenta siempre contigo (Premio Feel Good) y Conectar los puntos, Inventar lo posible (Plataforma).

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Comentarios
  1. josepz dice:
    13/09/2018 a las 19:28

    No se puede financiar indefinidamente a la gente necesitada, alguién tendrá que hacer algún esfuerzo, no lo van a hacer siempre los mismos.

    Responder
    • Patxi dice:
      17/09/2018 a las 11:19

      Y Ud. es de esos que hacen siempre el esfuerzo de ayudar a los demás?

      Responder
  2. mecs dice:
    13/09/2018 a las 14:21

    LOS SURAMERICANOS QUE LLEGAMOS EN LOS AÑOS 70 Y 80 FUIMOS TRATADOS CON UNA SOLIDARIDAD Y GENEROSIDAD INMEJORABLE, CON DELICADEZA Y RESPETO, PERO CLARO QUE EXISTEN LOS RACISTAS Y XENÓFOBOS ¿EN QUE PAÍS NO LOS HAY? MIENTRAS SEAN MINORÍA…

    Responder
    • 0rdou dice:
      14/09/2018 a las 22:57

      Totalmente de acuerdo

      Responder
  3. Chorche dice:
    11/09/2018 a las 14:02

    EL LEGENDARIO DISCURSO DE OLOF PALME SOBRE INMIGRACION. 53 años mas tarde necesitamos volver a oirlo.
    https://www.youtube.com/watch?v=C3HK8ubv7Mg

    Responder

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