La única pregunta que cabe después del espectáculo que ha ofrecido el Partido Popular este fin de semana y que parece no terminar tras el congresito de Sevilla es la referente a la naturaleza de la patología. Estamos asistiendo al retrato de una enfermedad. La enfermedad de Cristina Cifuentes, expuesta públicamente con bochornoso empeño, se ha convertido ya en la enfermedad de todo un partido, el PP. O sea, del partido que gobierna España y la Comunidad de Madrid. Por lo tanto, cabe preguntarse si también es la enfermedad de un país, de una sociedad, en tanto en cuanto estos personajes no son sino representantes de varios millones de ciudadanos, y además gobierno de todos. Esto último que parecería obviedad, es fiebre.
Porque no se trata ya de asuntos como la memoria histórica, la educación concertada, el derecho al aborto o la aprobación de un presupuesto. No es el aplauso a una cuestión ideológica o de principios. Se trata del aplauso a una mentira evidente y enloquecida. El aplauso a una dirigente que ha mentido. Se trata de que Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, lleva días galopando sobre una mentira peluda, mentira que además ya ha quedado demostrada, descubierta incluso por aquellos que primero callaron o la apoyaron. ¿Entonces? ¿Cómo debe una sociedad interpretar el aplauso de todo un partido, aquel partido que cosecha más votos entre los ciudadanos, aquel sobre el que recae el gobierno de un país, la gestión de nuestros bienes y nuestro patrimonio, cómo debe nuestra sociedad interpretar que todos a una ovacionen a una dirigente que ha mentido? ¿Deberíamos suponer que el aplauso de los representantes del PP es el aplauso de millones de españoles a Cifuentes?
La actuación de un gobierno modifica la de sus ciudadanos, y la imagen que estos tienen de sí mismos. Los hace partícipes. Un gobierno, igual que un partido, no acostumbra a dar ningún paso que pueda ser castigado por «los suyos». En esa forma de manejarse se refleja no solo la idea que tienen de la sociedad que gobiernan, sino de hasta dónde pueden llegar en su intento de «amoldarla».
Ciudadanos ha pedido la dimisión de Cifuentes. Francamente tarde, pero hecho está. Ella responde que no. ¿Y los votantes? ¿Y las universidades? ¿Y los rectores? ¿Y los catedráticos? ¿Y los estudiantes? ¿Y los madrileños y las madrileñas? ¿Qué hacemos?
¿Podemos de verdad permitirnos que nos gobierne un partido que dedica una ovación a la mentira enloquecida y evidente? ¿Debemos permitir que diseñen el futuro de nuestra sociedad aquellos que creen poder hacer eso sin que pase nada? ¿O es que, efectivamente, no pasa nada y los enfermos somos todos?