LEOPOLDO DE GREGORIO // La razón que justifica la permanente derrota de la izquierda está fundamentada en que, mientras el único objetivo que verdaderamente persigue la derecha es el de la obtención del beneficio utilizando todo lo que ha conseguido en la perpetuación de dicha obtención (un proceso que está completamente subjetivizado y que en consecuencia se manifiesta como una substantividad perfectamente definida), el que mueve a la izquierda se desenvuelve en lo que Rousseau denominó Voluntad General. En consecuencia, sólo puede plasmarse como el resultado de un consenso que. al precisar la anuencia de un acuerdo, se encuentra sometido a unas disidencias que condicionan el objetivo a perseguir.
La izquierda, exceptuando aquella que, debido a una opresión desmedida, recusa toda medida racional persiguiendo este objetivo a través de una revolución, actúa en función de algo tan incorpóreo (y consecuentemente tan amorfo) como son los ideales. No es de extrañar que para darle cuerpo a esta entelequia haya buscado constituirse como una entidad y que en función de la diversidad de puntos de vistas que necesariamente han de dimanar de aquella Voluntad Popular lo haya hecho conformándolo como una amalgama de idearios que, por su propia naturaleza, son completamente independientes entre sí. En este contexto, sus personalizadas diferencias rinden culto a unas identidades que les impiden ponerse de acuerdo para alcanzar el anteriormente mencionado objetivo.
La derecha sí está identificada con lo que está buscando. Y lo está porque sus objetivos nada tienen que ver con la intangibilidad de las idealizaciones. Desenvolviéndose en lo exclusivamente material (una realidad que para enmascararla necesita arroparse en la espiritualidad que tan convenientemente encuentra en las religiones), es curioso cómo ha endilgado peyorativamente a la izquierda aquello de la dialéctica del materialismo. La derecha (a diferencia de lo que acaece en la izquierda) constituye un bloque cuya identidad es completamente coherente con esta identificación.
La izquierda no sólo carece de un tutor que como guía y ejemplo configure el desarrollo de lo que hubiera de ser su privativa identidad. Se encuentra comprendida en el hábitat de una madrastra que, dueña de la casa, la mantiene cuidando un fogón que, aunque sinónimo, no forma parte del hogar. La izquierda mancha. Y mancilla porque desde tiempo inmemorial ha estado compuesta por unas entidades zafias, sucias, amorfas e incultas. Lo curioso -otra vez lo curioso- es que cuando algunas de las entidades de esta izquierda se han instruido; cuando –aunque en un número que se me antoja demasiado reducido– se ha iniciado la difícil tarea de hacer uso del cerebro, una disposición que por su naturaleza debería rescatarle del ostracismo en el que aquella se encontraba, solamente ha servido para encontrar en esta modificación una motivación para tildarla de impertinente y visionaria. Ahora, los que a sí mismo han adquirido una concienciación de lo que debe de ser hecho son desestabilizadores del Sistema. Y por tanto han de ser sometidos a través de Unas Fuerzas, Unas Leyes e incluso Unos Preceptos que vulneran El Derecho y La Moral; un sometimiento que (a semejanza de lo que en los ámbitos anglosajones se conoce como TINA), impida la perturbación de lo que en los nuestros podríamos denominar como NEPOA (“No es posible otra alternativa”).
Las desestabilizaciones que se produjeron con anterioridad fueron eliminadas bien por la represión, bien por medio de un sucedáneo cultural. En consecuencia no llegaron ni siquiera a conformarse como una clase “en sí” y mucho menos una clase “para sí”. Se mantuvo; y en función de esta Nepoa se siguió manteniendo una dicotomía entre la economía de lo político y la economía de lo social. En consecuencia, mientras se siga cultivando como única alternativa aquella que, propiciada por el capitalismo, está fundamentada en una desigual distribución de lo que haya sido producido, seguirá manteniéndose dicha dicotomía. Una repartición a la cual el capital no está dispuesto a renunciar.
Ante esta realidad y en función de la necesidad de enfrentarnos con una situación que permanentemente nos está utilizando, hemos de volver a familiarizarnos con lo que desde hace mucho tiempo conocimos como conciencia de clase a través de una Unidad Popular que a diferencia del pasado no ha de ser conformada de nuevo como un medio con el que alcanzar un fin. Ha de ser ella misma, a través de la unívoca participación de lo que decida el pueblo, la que en su ejercicio materialice las funciones que a sí mismo se han atribuido los partidos. En este contexto, concuerdo con Alberto Garzón cuando asevera que “la Unidad Popular no es una herramienta para la maximización de actas de diputados. Tampoco es una consigna electoral. Es, por el contrario, el único instrumento posible para la salvación de una sociedad y una comunidad política que se está disputando una forma de vida. Se trata de escoger entre la consolidación del neoliberalismo, facilitado por un futuro triunfo del bipartidismo, o entre la constitución de una alternativa económica y social construida desde la ruptura democrática y desde abajo. Desde las entrañas de una sociedad que demanda pan, trabajo, techo y dignidad”.
Y esto no podemos pretender conseguirlo teniendo en mente la guerra de trincheras con las que las izquierdas han pretendido ir conquistando los bastiones que detentan las derechas. Las guerras de trincheras forman parte de batallas perdidas. Esto es algo que nos demostraron fehacientemente tanto Reagan como Thatcher. No tenemos cañones. Por no tener no tenemos ni siquiera mantequilla. Lo único que como una fruta aún verde acariciamos es el poder lograr una unidad que trascienda a los intereses y personalismos que como fruta fermentada obra en el seno de los sindicatos y de todos los partidos políticos. Una Unidad que no puede ser la exteriorización con la que se manifiesta la turba, sino por el contrario, una actividad que haya sido la resulta que se haya alcanzado en las distintas Asambleas.
Y esta Unidad y la manera de desarrollarla constituye un principal tan inconmensurable que para sí ya quisieran tenerlo aquéllos que poseyendo tan solo las riquezas tienen obligatoriamente que estar enfrentados entre sí. La Unidad de las bases es el Todo. No sólo porque con esta Unidad se estaría conformando una fuerza que por su número y su capacidad de asumir decisiones de una manera colectiva, constituiría un poder coactivo que difícilmente podría ser a su vez coaccionado por los medios que dispone el Capital; es que frente a las bases de ese Todo, el Capital es algo muerto. Y si pretendiera seguir siendo, tendría que transmutar lo que hasta ahora ha sido una economía de lo político a una economía de lo social.
A este respecto considero que al igual que hubo un Partido Socialista que ponderó la realidad de un “No Es Posible Otra Alternativa”, participó en unos acuerdos que la derecha ha venido posteriormente derogando (subvirtiendo al mismo tiempo la credibilidad de los que se plegaron), estimo que con la llegada de ese nuevo surgimiento que pretendiendo “asaltar los cielos” está llevando a cabo una ponderación entre lo que como proyecto relacionó con un color y el color y el poder que conlleva el púrpura, este “asalto” nos vuelve a demostrar que los “círculos” (y toda la parafernalia con la que se pretende conformarlos como algo diferente) no son en si mismos otra cosa que unos medios que interfieren en la consecución de un fin. Esta Unidad no se puede alcanzar cuando en función de la asunción de una “Nepoa” que es completamente incompatible con el espíritu que surgió del 15-M, se pretende compatibilizarla con aquel “Sí se puede”, que fue el aliento que se expandió por toda España.
No voy a respaldar aquello de que “la solución está en mandar a los banqueros a prisión” (que sin ponernos demasiado exquisitos sería una actividad en extremo apropiada). Y no voy a consensuarlo porque para llevar a cabo una acción de esta naturaleza, lo que se ha de hacer tiene que ser suficientemente tamizado y ponderado por las decisiones que se adopten en las diferentes asambleas a las que me referí en los anteriormente citados artículos. Lo que no obstante no voy a aceptar es que teniendo en cuenta la propensión a expresarse con la que la ciudadanía manifestó lo que sentía, se aluda a los Botín como ejemplo de “empresarios honestos”. Con programas políticos que pretenden contener proyectos sociales que en función de su transversalidad pueden llegar a ser contradictorios, no es posible poner en marcha un frente común con objetivos claros destinados a la movilización y la conquista popular de los derechos. No es posible soplar y sorber al mismo tiempo. Es necesario trascender sobre esta pretensión para centrarse en la necesidad de forjar un consenso programático con el que se estaría resumiendo qué es lo que tendría que ser llevado a cabo. La transversalidad sólo puede llevarnos a una hegemonía completamente extraña a aquélla con la que Gramsci pretendió concienciarnos sobre lo que nos ha de determinar como identidad.
A tenor de todo lo que ha sido mencionado ¿podemos confiar en concertar coaliciones con una derecha que cuando hayan disminuido las condiciones en las que se acordaron, como detentadora de todos los medios de producción volverán a aposentarse en la indiscutible materialización de su poder? Según un miembro – un tanto contestatario – del Partido Socialista como José Antonio Pérez Tapias “La izquierda es ‘voluntad de compromiso’, capaz de articularse en formas de participación política y organización democrática como vías imprescindibles para la transformación social necesaria, alentando el protagonismo de ciudadanas y ciudadanos que se involucran en sus propios procesos de emancipación y de reconstrucción solidaria de la realidad social”
El único objetivo de la izquierda ha de ser la hegemonía de una Unidad Popular que estaría constantemente renovándose a través de la participación de la ciudadanía en el proceso democrático llevado a cabo en las Asambleas de Base. El intentar alcanzarlo por medio de programas que se encuentren prisioneros de encuestas, a lo único que hipotéticamente nos podría llevar sería a conformar un Poder que al no estar fundamentado en la Unidad Popular con la que “los de abajo” pretendemos forjar una comunidad mucho más igualitaria – y por tanto más humana -, tendría que seguir haciendo concesiones a quienes verdaderamente estarían detentando el Poder Económico. No podemos esperar alcanzar nuestros objetivos actuando en la forma en la que lo hacen los sindicatos. No podemos conformar una oposición que se desdibuja al aspirar exclusivamente mantener el poder adquisitivo de los trabajadores. Y no es posible hacerlo porque las sonrisas que conllevan tener que cortejar las puntuales concesiones que se hayan podido arrancar de los Presupuestos Generales del Estado son tan solo una muestra más de los sometimientos con los que se pretenden validar unas consecuciones que son exclusivamente puntuales connivencias. El “buenismo” con el que Zapatero trató de seducir al monstruo (inducido por un hábito en boga con el que pretenden las Izquierdas validar la fuerza de la razón), no generó otro resultado que el de ser catalogado como “Bambi”. El “buenismo” es tan incompatible con lo que ha de ser la firmeza, como es la esperanza y la fe con respecto a lo que es la realidad.