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Marta Sanz: “No deberíamos dejarnos robar la palabra entretenimiento”
La escritora reflexiona sobre los derroteros de la cultura.
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“El asunto de la cultura en las sociedades neoliberales en crisis tiene la apariencia de una pescadilla que se muerde la cola. La cultura desaparece de los programas políticos, educativos y pierde espacio en los medios de comunicación desde el mismo momento en que forma parte de los bienes espectaculares de una sociedad y se relega al mundo del ocio. La cultura, en los programas políticos, son los coros y danzas. Las gracias de los bufones que asienten”. La escritora de Marta Sanz (Madrid, 1967) es una talla sólida y brillante. Autora consagrada de la literatura en español, su mirada sobre la realidad es tan atinada como feroz. “Hemos llegado a un extremo en que me da miedo que todo acabe siendo publicidad, proselitismo de los lugares comunes de las sociedades capitalistas: la literatura, el relato histórico, la ciencia, la política…”, afirma. Y prosigue sus reflexiones:
“En el proceso de desacralizar y democratizar la cultura –que lógicamente es un proceso muy necesario– hemos hecho algo mal, porque de repente el nexo entre lo cultural y lo educativo se relaja, y da la demagógica impresión de que nadie tiene derecho a intentar enseñarle nada a nadie o a iniciar ese proceso ambicioso en el que, a partir del trabajo con las palabras, se aspira a ensanchar la visión del mundo de los receptores. A partirles el cráneo en dos cachos, como diría Kafka. Ya no queremos que un escritor o una escritora muy listos nos partan el cráneo. Preferimos la tranquilidad y sentirnos espuriamente iguales en el espacio de la cultura cuando vivimos en sociedades donde las brechas de la desigualdad son cada vez más bestias.”
Hay que estudiar. Reivindicar el valor del estudio y de las moscas cojoneras que van contra corriente. Contemplar la posibilidad de que haya gente más sabia o informada que nosotros que puede enseñarnos cosas. Vivimos en un mundo en que todos queremos escribir, pero pocos leen. Hay que evidenciar ese desnivel para que no haya más recortes en la enseñanza pública. No todo es autodidactismo. No todo es autogestión. No todo es YouTube. No todo es ceñirse a un discurso dominante que nos venden como si no fuera un discurso ni dominante, sino como lo natural, lo de sentido común, lo inevitable… No todo es la forma del agua y el be water de Bruce Lee. A veces hay que poner un dique. O dar un golpe encima de la mesa. En el relativismo derivado de ciertas formas del discurso posmoderno, en la destrucción de los metarrelatos y en la sustitución de los mismos por maneras sentimentales o viscerales, falsamente asépticas, se inicia el imperio de la postverdad, Trump y Comanchería, el bulo y el difama que algo queda, la perversa horizontalidad de todos los discursos. Eso destroza los principios democráticos, la educación y el posible valor –moral y político– de la cultura.
Somos seres humanos iguales que nos movemos en contextos de desigualdad y violencia: en algunos de esos contextos de desigualdad se establecen conversaciones que nos hacen mejores. Debería ser así en las aulas y tal vez debería ser así también en el ámbito de una cultura que no se moviera única y exclusivamente al dictado de unos intereses económicos que clientelizan al receptor en lugar de proponerle un espacio de encuentro respetuoso, a menudo incómodo, que propicia preguntas y ayuda a construir el sentido crítico. La cultura ha dejado de ser eso para transformarse en la guarnición del filete.
El desprestigio de una cultura que, o es banal o es casi servil, repercute directamente en la precarización de los oficios culturales: quienes nos dedicamos a la escritura ya no somos sacerdotes del templo –¡a Dios gracias! –, pero tampoco se nos valora como trabajadores que desempeñamos un oficio. La precariedad nos golpea a casi todos y nuestras posibilidades de protestar se minimizan bajo los efectos de dos mantras malignos: uno, nos dedicamos a lo que nos gusta y realizarse en la vocación neutraliza el peso de la pobreza (recomiendo muy vivamente la lectura del ensayo de Remedios Zafra, titulado El entusiasmo); dos, se tiene el espejismo de que nuestra vida es lujo y perros que se atan con longanizas, porque una vez alguien vio una foto en la que participábamos en un congreso glamuroso. Esa percepción es falsa en el 99% de los casos, aunque en la cultura, como en todos los espacios de una realidad organizada mediante los parámetros del capitalismo, también funciona la diferencia de clases. Y sus luchas.
La cultura es una empresa que da beneficios y que coloca en primer plano la costura y la cocina en un país, en el que se destroza el sector primario y secundario, las infraestructuras necesarias para el desarrollo, y solo se privilegia el sector servicios y sus aditamentos. Hay pues razones económicas vinculadas al desprestigio social de la cultura humanística y a la desaparición de la filosofía en las aulas en beneficio de las finanzas. Los centros educativos y los planes curriculares dejan de ser herramienta para la construcción de la conciencia crítica y se convierten en espacios de resignación y resiliencia donde se aprende un léxico de aventura heroica como eufemismo del exilio económico y de la pobreza intelectual. Se aprende el valor de la levedad y se deja de desarrollar una destreza de comprensión lectora, especialmente sensible a los lenguajes artísticos, que nos hace mirar debajo de las alfombras, por debajo de lo obvio y de lo explícito, buscando las razones, destrozando todas esas frases hechas que a menudo redundan en nuestras represiones asumidas y nuestra infelicidad.
Durante muchos años, se ha abonado la idea, desde el seno mismo de los oficios culturales, de que la cultura no servía para nada, de modo que, en una sociedad utilitarista, pragmática y capitalista, ¿para qué propiciar la cultura, con qué fin, con qué beneficios? Siempre hay asuntos más importantes y, a la vez, queda la sospecha de que la cultura sí que sirve, sí que interviene, sí que transforma y, en ese caso, ¿para qué arriesgarse a que no sea asertiva y pretenda desarrollar formas de pensamiento que cuestionen las verdades inmutables, los tabúes y los elementos de esa ideología invisible de los que habla Zizek? Para entretenernos siempre tendremos los espectáculos deportivos y para aprender las escuelas de cocina o de negocios. Por cierto, sería importante reformular un concepto de placer y de belleza siempre ligado a la velocidad y a la vez, en el mundo de la cultura, no deberíamos dejarnos robar la palabra “entretenimiento”: hay libros muy entretenidos que, volviendo a la metáfora kafkiana, nos parten en dos el cráneo y renuevan nuestro imaginario; otros libros entretenidos, sin embargo, solo aspiran a seducirnos publicitariamente. Resumiendo, para mí una política cultural verdaderamente democrática no es tanto la que abre el Teatro Real a David Bisbal, como la que fomenta la posibilidad de que la gente hable de Virgilio en la barra de los bares. Incluso, tal vez, las dos opciones podrían no ser incompatibles”.
De acuerdo con el análisis. Para fomentar un tipo de cultura educativa valiosa hay que cuestionar y reprogramar aquello que nos venden en los medios y las redes sociales. Comparto un blog donde se liberan contenidos para reflexionar esto: http://dieteticadigital.net/dietetica-digital-libre/ Abierto a la participación!
Magnífica reflexión desde una perspectiva crítica, que desborda y supera a las clásicas ideas preconcebidas y anquilosadas que circulan con frecuencia por los patios de los colegios «revolucionarios». Análisis complejo bien explicado.
Autora consagrada de la literatura en español. (primer párrafo)
Con todos mis respetos, Cristina, ¿en español o sería más apropiado decir en castellano?
En español es más apropiado.
«… Para entretenernos siempre tendremos los espectáculos deportivos y para aprender las escuelas de cocina o de negocios…
En ello estamos y el resultado es evidente: un mundo risueño, feliz, casi perfecto y con un futuro de lo más prometedor y halagüeño.