‘La mirada’ es una sección de ‘La Marea’ en la que diversas autoras y autores ponen el foco en la actualidad desde otro punto de vista a partir de una fotografía. Puedes leer todas las de José Ovejero aquí.
Confieso que al principio no sabía qué pensar. ¿Se debe mantener en su lugar un relieve antisemita que muestra a una cerda enorme de cuyas ubres maman dos judíos, mientras un rabino inspecciona el ano del animal? El relieve, de 1305, se encuentra en la Iglesia de Santa María de Wittenberg, la ciudad en la que predicó Lutero –en esa misma iglesia– y en la que publicó sus famosas noventa y cinco tesis, también donde escribió algunos de los más repugnantes panfletos contra los judíos que se conocen.
Si estoy a favor de que se eliminen de iglesias, calles y plazas las placas y las esculturas que ensalzan la dictadura franquista, ¿no debería también desear que se retire una escultura antisemita? En principio, la lógica sería la misma, no solo por mi rechazo a la obra en sí, también teniendo en cuenta el contexto: tanto en España como en Alemania la ultraderecha xenófoba parece querer dar una pátina de normalidad a la nostalgia de las dictaduras y a los discursos del odio. Culpar al otro (sea judío, gitano, extranjero, homosexual), ridiculizarlo, insultarlo, deshumanizarlo han sido prácticas habituales desde hace siglos, antes de pasar a perseguirlo, encerrarlo, eliminarlo. Cualquier obra que haya contribuido a ese proceso perverso debería desaparecer del espacio público… ¿o no?
Un tribunal alemán ha desestimado esta semana la reclamación de un ciudadano que exigía la retirada del relieve, que por otra parte responde a un tipo de representación, la Judensau (la cerda judía), del que hay varias decenas de ejemplos en Europa, no solo en Alemania. Que los nazis utilizasen con entusiasmo esa expresión y otras similares –Saujud, Judenschwein– era para el querellante una razón más para considerar el relieve como una humillación y un insulto a los judíos de hoy.
Y sin embargo el deber de combatir la intolerancia y el odio contra grupos determinados choca con la necesidad de conocer el pasado y sus horrores. Mostrar la ferocidad del antisemitismo, también la complicidad de la Iglesia, es una manera de mantener vivo el recuerdo de la crueldad que puede ejercer una sociedad, azuzada por informaciones falsas y por imágenes degradantes. Pero para ello no basta con dejar el relieve en su sitio sino que es imprescindible integrarlo en un contexto. De hecho, el tribunal alemán ha fundamentado su fallo con que en este caso ya hay una placa en el suelo unos metros por debajo del relieve en la que se mencionan los seis millones de judíos exterminados en el holocausto.
Deberíamos aprender –en este caso– de los alemanes y hacer algo parecido en España: instalar en aquellas localidades que aún incumplen la Ley de Memoria Histórica manteniendo estatuas o monumentos arquitectónicos en honor a fascistas y criminales franquistas, paneles que detallen las humillaciones, los asesinatos, las persecuciones, las torturas, todo el daño causado por quienes protagonizaron algunos de los momentos más vergonzosos de nuestra historia. Que la persistencia de la piedra sirva no para honrar a los asesinos y sus defensores sino para denunciarlos.