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Opinión | OTRAS NOTICIAS

Podemos o Trump

Artículo de Íñigo Errejón sobre los objetivos políticos de la propuesta que encabeza de cara a la Asamblea de Podemos. La Marea publica un artículo de cada uno de los cabezas de lista de los proyectos para Vistalegre II.

Íñigo Errejón en una foto de archivo.
Íñigo Errejón
05 febrero 2017 Una lectura de 4 minutos
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Con la investidura de Trump como presidente de los Estados Unidos se abre definitivamente una nueva época a escala global marcada por la disputa entre reductos más o menos estables de la hegemonía neoliberal y fuerzas populistas emergentes de distinto cuño. Poco antes del crash de 2008, y después de décadas de indisputada omnipotencia neoliberal, parecía que las élites acariciaban la fantasía tecnocrática de la política reducida a la mera administración de lo existente. La llamada “Tercera Vía”, primero teorizada por Anthony Giddens y Ulrich Beck y después aplicada vehemente por políticos como Tony Blair, dejó a las clases populares huérfanas de una alternativa a la hegemonía neoliberal antaño representada por la socialdemocracia clásica. Es conocida la anécdota de Margaret Thatcher que, en un alarde de teoría hegemónica, reconoció entre risas al New Labour de Blair como su mayor logro.

En el sueño húmedo de las élites -“el fin de la historia” de Fukuyama- la globalización habría borrado las identidades y pasiones colectivas de la política, así como cualquier necesidad de una cierta idea de comunidad o pertenencia. Tanto lo creyeron así que con la crisis económica vieron incluso una correlación de fuerzas favorable y la ventana de oportunidad para otra nueva ofensiva oligárquica de recorte de derechos. En la “modernidad líquida”, los gobernantes rozaban una democracia individualizada de consumidores y la utopía proto-totalitaria de una democracia sin pueblo. Pero como advertía Freud, lo reprimido siempre vuelve y, a partir de 2011 apareció el fantasma del populismo indisociablemente unido al retorno de lo político entendido como antagonismo y construcción del “pueblo” como sujeto colectivo. Las élites vieron en este fenómeno social una suerte de anomalía infantil, animal e irracional exaltada por las bajas pasiones de la plebe mas, en rigor, no era otra cosa que el síntoma del desmoronamiento de los regímenes y élites tradicionales, cobrándose la desintegración del campo socialdemócrata como primera víctima.

En general, existen tres grandes asideros identitarios: Dios, la clase y la nación. Descartando la primera opción en los Estados laicos, la segunda tampoco parecía más plausible teniendo en cuenta las profundas transformaciones en el mundo del empleo como la deslocalización de la industria y la clase obrera tradicional, la emergencia del precariado y el mantra de “we are all middle-class now”. Se abría así una carrera hacia lo nacional-popular, entendido como un lugar vacío aún por construir y en disputa entre fuerzas progresistas y reaccionarias, un momento constituyente en el que los distintos pueblos de Europa debían elegir sobre qué base refundar su país (el “We the People” con el que empieza la Constitución yankee). El populismo no es más que una “forma” o “lógica” política, pero lo que le da un contenido concreto depende de la elección del adversario: si es el penúltimo contra el último o “la gente” contra una minoría privilegiada y corrupta, “la casta”.

Debería ser un motivo de orgullo nacional que en España el 15M y sus secuelas –mareas, PAH, etc- no solo pusieran la primera vacuna a cualquier rearticulación de las identidades en sentido reaccionario (racista, por ejemplo), sino que además señalaran el camino y construyeran los mimbres simbólicos e imaginarios para una mayoría social nueva, transversal y alternativa a la del régimen. En este sentido, Podemos no nació para representar al 15M porque este es, en rigor, “irrepresentable”, pero sí para llevar esta voluntad colectiva nueva a derrotar las élites en su propio terreno. Como el arquero de Maquiavelo, Podemos apuntó alto para llegar lejos: si bien aún no ha conseguido el objetivo al que miraba, sí ha conseguido el objetivo al que apuntaba: enfrentarse a las grandes maquinarias en hasta seis contiendas electorales, consolidar un espacio político propio, evitar la restauración del Régimen del 78 y mantener la posibilidad de seguir abriendo brecha en el futuro desde posiciones conquistadas decisivas. La flecha sigue volando alta.

Después de una suerte de empate catastrófico que parece haber prorrogado la disputa indefinidamente, Rajoy busca ahora la derrota sobre todo moral del cambio, gobernar sin convencer, y por eso nosotros debemos hacer justo lo contrario mientras tanto: dirigir culturalmente antes de ganar. No es momento de replegarse o atrincherarse, sino de seguir a la ofensiva y tener la iniciativa. Las que faltan en este proceso tienen nombre propio: rostro de mujer, mayores y viven sobre todo en el mundo rural. Por eso es una tarea política fundamental feminizar la organización, así como democratizar, descentralizar y federalizarla para quizás dejar de ser una máquina de guerra electoral tan agresiva, pero ganando la capacidad de otorgar más certezas y generar más confianza entre los y las de abajo.

No hemos llegado hasta aquí enfadándonos con nuestro pueblo y esperando apocalipsis para ganar las elecciones y el país. Una fuerza realmente transformadora no choca contra el sentido común de su gente sino que lo ve como materia prima con la que trabajar para rearticularla en otro sentido. Nadie duda de que este país ya ha cambiado gracias a Podemos, ahora Podemos tiene que cambiar para ganar el país. Un ‘fenómeno Trump’ en España es hoy imposible, pero sólo lo seguirá siendo mientras seamos una fuerza democrática, transversal, popular y patriótica.

Íñigo Errejón es portavoz en el Congreso de Podemos y candidato de la lista Recuperar la Ilusión

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