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El origen de los renos voladores

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Cultura | OTRAS NOTICIAS

El origen de los renos voladores

Desde tiempos remotos se ha adorado a árboles sagrados. Algunas de las setas que crecen junto a ellos tienen propiedades alucinógenas que bien pueden explicar ciertos 'viajes'

Santa Claus y sus renos. Foto: Public Domain Super Heroes.
Pedro P. Blancas
24 diciembre 2016 Una lectura de 3 minutos
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Artículo publicado en la sección de Historia de La Marea 23.

Los renos de Santa Claus volando en cielos nocturnos son unas de las imágenes emblemáticas de la Navidad. Pero esta ingenua estampa no es tan inocente, o al menos no lo es su origen. Durante el solsticio de invierno, manadas de renos migran en busca de la amnita muscaria que crece bajo las coníferas de Laponia e inician otro particular viaje. Estas setas tóxicas son famosas por su forma de paraguas rojo con lunares blancos, colores que comparten con Santa Claus desde que a éste le cambiaron su tradicional traje verde de duende de los bosques por el bicolor del logotipo de la bebida gaseosa más popular del mundo.

El poeta Clement Moore incorporó los renos a la iconografía navideña en Nueva York, en 1824, recuerda el catedrático de Historia Antigua Carlos G. Wagner. Anteriormente, habían sido los holandeses los que exportaron su tradición de Sinter Klaas al norte de América.

Pero el Santa Claus descrito por Moore era más parecido a un duende clásico que el actual gordinflón creado por el dibujante satírico Thomas Nast en 1863, aunque al principio lo retrató como a un gnomo -otra criatura fantástica casualmente muy asociada a las setas- que se colaba por las chimeneas.

En el siglo III de nuestra Era, el obispo conocido como Nicolás de Bari se delizó por el tejado de unas hermanas casaderas que no disponían de dote. Lanzó tres monedas de oro por la chimenea  y éstas cayeron dentro de sus medias de lana colgadas para secar al calor del fuego. La fábula, protagonizada por quien después sería San Nicolás, explica los atributos de Papa Noel, fijados como se muestran actualmente en 1931 por encargo de la multinacional que elabora dulzones zarzaparrillas. El duendecillo de los bosques, el gnomo de las setas, se convirtió así en un abuelo jocoso y algo cargante que deja sus regalos bajo el árbol de Navidad.

Ritos ancestrales

Los elementos vegetales que hoy se hacen omnipresente en escaparates y templos de consumo han sido adorados por tribus y culturas en todas las geografías desde tiempos remotos. Los árboles del Mundo, de la Vida y la Inmortalidad eran sagrados y abrigaban a sus pies hierbas mágicas y hongos visionarios como regalos envueltos de ilusión. Sus propiedades eran bien conocidas por los chamanes y muy celebradas por la población en general.

Con la romanización y posterior cristianización, los pueblos celtas, nórdicos y eslavos transformaron sus costumbres en rituales de nuevo cuño. Según una tradición medieval, explica Wagner, San Bonifacio arrancó el Roble Sagrado de los germanos y plantó en su lugar un pino, que decoró con pecaminosos manzanas. Su pretensión era erradicar el hábito que tenían los feligreses de ingerir los alucinógenos que crecían a su alrededor y con los que alcanzaba el éxtasis. De esta manera poco consistente, se justifica el paso de la adoración milenaria de árboles sagrados como el abeto o el abedul, al adorno comercial cargado de bolas y luces.

Otro árbol asociado a las copiosas fiestas es el acebo, portador de buenas suerte y plantado alrededor de las casas galas como protector que proporcionaba fortuna y prosperidad. En este caso, el origen se asocia a los druidas, unos meticulosos observadores de la naturaleza. Al sur del Rhin, las distintas tribus les rendían «prestigio y estimación». Por ello, sentenciaban «casi todas las controversias públicas y privadas» y, además, interpretaban «los misterios de la religión», según escribió Julio César en su obra La guerra de las Galias. Estos sabios conocían los beneficios de plantas como el muérdago sagrado que crecía en el solsticio de invierno que anuncia la actual Navidad. Lo usaban, junto a otras como el beleño o el eléboro, por sus bondades medicinales y afrodisíacas en rituales mágicos.

Renos, duendes, setas y árboles conforman el imaginario del solsticio de invierno, cuando nacen los dioses Horus, Mitra, Apolo… y también Jesús.

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