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Opinión | OTRAS NOTICIAS

‘Gracias’, Pablo

El autor considera que los partidos han pensado más en ellos mismos que en los ciudadanos: "Pablo Iglesias ha antepuesto los intereses del procés al de los trabajadores".

Toño Fraguas
03 mayo 2016 Una lectura de 4 minutos
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Quien pisa un chicle no camina cómodo. A cada paso la goma de mascar se va pegando por los adoquines, ralentiza la marcha e incluso obliga al caminante a intentar despegarla con un palo, o con lo que haya a mano. Si en España a día de hoy sigue gobernando Rajoy, y si tiene más posibilidades de repetir como presidente del Gobierno hay que agradecérselo en buena medida al pegajoso chicle del nacionalismo catalán y a la ineptitud de los grandes partidos alternativos al PP, especialmente de Podemos. ¿Podían haber hecho algo más para evitar un nuevo Gobierno del PP? La respuesta es fácil: sí. Podían haber borrado la línea roja del debate territorial y volverla a pintar dentro de dos años. Y, en ese plazo, dar prioridad a los parados, los jubilados, los dependientes, los precarios, etcétera.

El bloqueo en las ideas se ha debido, entre otras cosas, a la debilidad orgánica de la formación de Pablo Iglesias respecto a las confluencias nacionalistas. Esa dependencia patológica de la izquierda respecto al nacionalismo es la que mantiene a Rajoy en la Moncloa y es la que siempre ha jugado en contra de los intereses de los trabajadores de todo el Estado. Pablo Iglesias podía haber ofrecido dos años de moratoria respecto al debate territorial. Las confluencias nacionalistas habrían acatado esto (si de verdad su prioridad son los trabajadores) con la promesa de abrir el proceso territorial en 24 meses. Se le podía haber ocurrido a Podemos, pero también al PSOE, a IU… no sé: a alguien. Podían perfectamente haberse comprometido con los nacionalistas a reactivar el debate territorial a los dos años de Gobierno de progreso, y si para entonces ese Gobierno no secundase la apertura del melón territorial, hacerlo caer mediante una moción de censura.

Si Podemos hubiera dicho “señores, nos olvidamos dos años de la agenda nacionalista y vamos a emprender en todo el Estado medidas urgentes de regeneración democrática y social”, creo que el PSOE habría contado con más margen para aproximarse a la izquierda y, a la vez, Ciudadanos habría encontrado muchas dificultades para justificar el bloqueo de un Gobierno de progreso. Esos dos años de medidas sociales y de regeneración democráticas urgentes habrían significado un enorme alivio para los ciudadanos de este país. Se lo debían a los precarios, a los dependientes, a los parados, a los jubilados, a los estudiantes, a los autónomos… Pero claro, para eso los partidos debían haberse olvidado un poco de ellos mismos, de sus listas y equilibrios territoriales, de sus patrias y sus banderas, y haber pensado más en nosotros.

La llave estaba en manos de cualquiera de ellos: bastaba borrar esa línea roja del debate territorial y volver a pintarla dentro de dos años. Sin embargo, usando un símil tenístico, Podemos, PSOE y Ciudadanos han preferido desperdiciar una bola de partido y darle oxígeno al PP. La pena es que Podemos lo ha hecho seducido por el nacionalismo catalán. Pablo Iglesias ha antepuesto los intereses del procés al de los trabajadores. Habrá quien diga que Podemos no podía haber ofrecido esa moratoria de dos años porque los nacionalistas no le iban a dejar. Nunca lo sabremos. No han tenido la capacidad ni la imaginación política para proponerlo (y eso que en las últimas semanas hemos asistido a propuestas de pacto muchísimo más rocambolescas en el fondo y en las formas). Pero ya es demasiado tarde. El PP ha roto el servicio de la izquierda y ahora a la derecha le toca sacar.

Desde luego, hay que reconocer al nacionalismo catalán su pericia a la hora de encandilar y hacerse pasar por imprescindible ante los ojos de los grandes partidos estatales. En esto Podemos también empieza a imitar fielmente a sus mayores. El PSOE decidió en los noventa que los nacionalistas eran imprescindibles cuando Felipe González aceptó los votos de Convergència i Unió (CiU) para aprobar la reforma laboral de los contratos basura y las ETT. O en 2001, cuando de nuevo CiU aprobó la reforma laboral de Aznar. La gran diferencia respecto a las últimas décadas es que ya no es sólo el nacionalismo catalán de derechas (el de la alta burguesía y el de los menestrales pequeño-burgueses) el que presta sus muletas a la derecha española. Ahora las ha prestado también el nacionalismo catalán supuestamente ‘de izquierdas’, ese por el que Pablo Iglesias se ha dejado maniatar. Sin la intransigencia nacionalista, ahora mismo Rajoy no estaría en la Moncloa. Y da mucha rabia comprobar la torpeza de Podemos, como en su día fue torpe el PSOE, a la hora de bailarle el agua al nacionalismo catalán. De nuevo la última de las prioridades son los trabajadores (con independencia de dónde vivan).

Quizá esté pasando desapercibido el papel de Convergència en todo esto. El partido de la más rancia derecha catalana, de la oligarquía tradicionalista, el que con tanta diligencia ha aplicado recortes salvajes en Cataluña y que tantas veces ha ayudado a PSOE y PP a sacar adelante políticas contra los trabajadores de todo el Estado, vuelve a caer de pie y sus votos o su abstención son bien recibidos por Pablo Iglesias. Convergència es tan de derechas o más que Ciudadanos, pero, a diferencia del partido de Albert Rivera, el de Artur Mas y Carles Puigdemont ni está proscrito ni apestado por Podemos. ¿Por qué? La respuesta también es evidente: simplemente porque es nacionalista catalán. Son parte de ese chicle que Pablo Iglesias lleva pegado en la suela de su zapato. Ese chicle por el que Rajoy sigue en La Moncloa y tiene renovadas posibilidades de volver a ganar.

Pablo Iglesias pudo apurar una baza más. Todos los partidos alternativos al PP pudieron hacerlo. Una baza que pasaba por hacer esperar 24 meses al nacionalismo catalán. Sólo bastaba eso para que nos demostraran que su prioridad éramos los ciudadanos. En lugar de eso, han optado por hacernos esperar a nosotros, quién sabe por cuánto tiempo. Quizá para siempre. Gracias a todos, especialmente a Pablo.

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