Un momento para respirar
Komorebi
«Cuando era joven, me enorgullecía de cada sello en mi pasaporte», confiesa José Ovejero en su diario. Hoy, su relación con el acto de viajar ha cambiado: «Me entran dudas de si mis motivos para hacerlo son suficientes para justificar la contaminación que provoco».
27 de noviembre
Es más fácil pensar el pasado que el presente. Es más fácil ser generoso con el pasado que con el presente.
1 de diciembre
«Odio el surrealismo. Me parece una manifestación decadente del arte burgués». Frida Kahlo.
2 de diciembre
Se ha cumplido un año desde que empecé a escribir este diario. Noto con incomodidad que la parte privada o íntima ha ido perdiendo protagonismo debido a mi compromiso de publicar semanalmente algunos fragmentos en La Marea. Así que el diario está perdiendo una de sus funciones: registrar lo minúsculo, las ideas fugaces, lo inconcluso. Propósito para el nuevo año de diario: registrar también aquello que no es significativo para otros, también lo banal. Aquello que preferiría que no lo leyera nadie más que yo.
(Añado por pertinencia aquí esta cita, aunque no la anoto hasta unos días después). Al final de Perfect Days (qué maravillosa película ha rodado Wim Wenders), se lee: «Komorebi: vibración de luces y sombras creada por las hojas al ser movidas por el viento. Solo existe una vez, en ese momento».
6 de diciembre
Cuando era joven, me enorgullecía de cada sello en mi pasaporte, quizá porque los entendía como una demostración gráfica de que llevaba una vida interesante. Hace ya bastantes años que comencé a sentir cierto pudor al mirarlos, no porque considere reprensible viajar, sino porque me entran dudas de si mis motivos para hacerlo son suficientes para justificar la contaminación que provoco.
Ya, ya sé que una duda similar podría surgir con casi cada una de mis actividades. Ya, ya sé que no es deseable volver a las cavernas o llevar una vida de campesino de la Edad Media. Pero tampoco me parece mal, de vez en cuando, dudar de la propia forma de vida, de las propias decisiones, de las propias conveniencias. A veces no provocará más que un ejercicio inútil de mala conciencia, otras te llevará a reducir alguna de tus contradicciones.
Me acuerdo ahora de un personaje de Insurrección, que defendía tirar el plástico al contenedor de la basura orgánica, el cristal al del papel, etc., porque la buena conciencia de quien realiza actividades individuales de protección del medio ambiente solo sirve para enmascarar un sistema depredador. Mejor sería, entonces, hacer reventar las costuras del capitalismo contaminando lo más posible, dejando el grifo abierto, consumiendo toda la energía que puedas permitirte, eliminando todo maquillaje y toda hipocresía. A veces me pregunto si no tenía razón mi personaje.
9 de diciembre
Siempre que nos encontramos con Carlos Rod, el editor de La Uña Rota, nos regala un libro. Hace pocos días, en el aeropuerto de Guadalajara, nos regaló Por qué Georges Perec, de Kim Nguyen. He leído muy poco y hace mucho a Perec. Ahora que hemos terminado nuestra novela y que quiero tener unos meses más pausados, me digo que rellenar esa laguna podría ser un buen propósito para el nuevo año. Mi otra tarea pendiente es Naomi Klein.
Me pregunto si de verdad lo conseguiré. No leer a Perec y Klein, sino darme un descanso, dejar de lado mi obsesión por estar siempre atareado, como si un maestro severísimo me hubiera puesto unos deberes imposibles de cumplir en una sola vida.
He terminado el artículo sobre Germaine H. A pesar de lo atractivo del personaje –también de su hermanastra–, decido no escribir una novela sobre ella(s). Es extraño que escribir un libro no dependa –para mí– de haber encontrado una gran historia o un gran personaje. Hay un impulso instintivo que me lleva a decidir por encima de mi interés o del posible atractivo para los lectores. Como si hubiese una necesidad que se desprende de ciertas situaciones imaginadas o recordadas que otras no generan. Y solo la necesidad me parece justificación suficiente para la escritura.