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Opinión | OTRAS NOTICIAS

El día del ‘no’

Desde 1940, la mera palabra 'no', en griego, ya contiene un regusto antialemán

El primer ministro griego Alexis Tsipras.
Toño Fraguas
30 junio 2015 Una lectura de 4 minutos
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La palabra no está llena de significado patriótico en Grecia, y el primer ministro Alexis Tsipras lo sabe. Cada 28 de octubre los griegos celebran el Día del no. Es una fiesta nacional. Conmemoran la resistencia a la invasión germano-italiana en la Segunda Guerra Mundial. En 1940 Mussolini, por medio de su embajador en Atenas, lanzó un ultimátum al primer ministro Ioannis Metaxas. Debía permitir que las tropas del Eje tomaran posiciones en territorio griego. El ultimátum fue presentado en la Embajada… de Alemania. Si Metaxas no cedía, Grecia sería invadida. La respuesta del primer ministro griego ante el ultimátum de Italia y Alemania fue lacónica: «No». Y la guerra estalló.

Un enorme no, en griego oxi (léase oji), preside el cartel que ha diseñado Syriza de cara al referéndum del 5 de julio. Cualquier ciudadano heleno reconoce en esa palabra automáticamente una oposición al invasor foráneo… Desde 1940, la mera palabra no, en griego, ya contiene un regusto antialemán. Cada 28 de octubre, los griegos engalanan edificios con la bandera, y los escolares desfilan por las calles. El primero de cada clase tiene el honor de ser abanderado.

Italia no logró invadir Grecia, así que Alemania se vio obligada a intervenir y en abril de 1941 las tropas de Hitler penetraron en territorio heleno. La resistencia que encontraron en lugares como Creta llevó al alto mando alemán a establecer siniestras equivalencias. Por cada soldado alemán muerto, debían ser fusilados 100 ciudadanos griegos.

A ojos de un antinacionalista, uno de los puntos débiles de Tsipras es su populismo, su querencia por hablar del pueblo, de la patria. Lo hace a conciencia, sabe que la mayor parte de la ciudadanía griega todavía responde a esas consignas. La razón hay que buscarla en la historia.

Miedo al invasor

Grecia siempre se ha sentido pequeña y amenazada. Primero por la enorme y poderosa Turquía. Luego, por Alemania. Desde que en 1821 consiguió zafarse del Imperio Otomano en la llamada Revolución griega, el país ha mantenido un desproporcionado gasto militar, que todavía Tsipras se resiste a reducir, porque todavía se percibe como real la amenaza turca. Al fin y al cabo, el sangrante contencioso sobre Chipre sigue abierto.

Se equivoca quien piense que lo que ocurre en Grecia se restringe a la coyuntura económica actual. Lo que está ocurriendo en Grecia es la primera conflagración importante entre un Estado-Nación (en el caso griego, forjado, mal que bien, según las pautas de representatividad de las democracias liberales) y estructuras supranacionales sin legitimidad democrática.

Porque, por mucho que se empeñen los partidarios del ultracapitalismo, el FMI no es una institución elegida democráticamente. Y, además, algunos primeros ministros de los países del Eurogrupo, al incumplir los compromisos que adquirieron al concurrir en elecciones, han traicionado la confianza otorgada mediante el voto por los ciudadanos de sus respectivos Estados, con lo que su representatividad ha quedado en entredicho.

Hay que tener en cuenta que Grecia siempre tendrá un Plan B. Lo que está ocurriendo en Ucrania puede ser un juego de niños comparado con lo que se puede desencadenar en Grecia, porque Rusia siempre acudirá en socorro de su hermana ortodoxa. Cualquiera con un poco de bagaje histórico sabe que, desde que el mundo es mundo, Moscú desea mayor presencia en el Mediterráneo.

Los efluvios nacionalistas griegos son orientalizantes. La mayoría de los griegos, puestos entre la espada y la pared, podrían preferir antes a Rusia que a Berlín… o a Bruselas. Son muy capaces de decir adiós al sistema democrático liberal y abrazar un sistema pesudodemocrático populista, al estilo ruso. Y esa posibilidad no tiene nada que ver con la izquierda o la derecha. Tiene que ver con la historia y los imaginarios colectivos. Esos que la UE de Merkel está removiendo irresponsablemente y que Tsipras está manejando con destreza, pero asumiendo un riesgo enorme. Tsipras está jugando con fuego, y lo sabe. O eso cabe esperar: que lo sepa. ¿Será ésa su única baza?

En el no que defiende Tsipras puede verse representado tanto un ciudadano griego auténticamente europeísta (es decir, que defienda el sistema democrático occidental, frente a la globalización ultracapitalista), como un nacionalista griego antieuropeísta, que defienda el hecho diferencial heleno orientalizante y ortodoxo, frente a los invasores de Occidente. Esas dos sensibilidades concita el actual Gobierno griego, formado por izquierdistas y nacionalistas.

Que la mayoría de los griegos se sientan respetados, acogidos y reconocidos en la UE es de vital importancia en el tablero geopolítico de occidente. También es de vital importancia para el proyecto político de la UE. Pero el proyecto político de la UE es lo último que le importa a Merkel, al FMI, y a algunos gobiernos europeos, inmersos en una enorme crisis de representatividad y afanados en convertir a los países del sur de Europa en los nuevos Tigres asiáticos sin derechos laborales. Mano de obra barata al servicio de los intereses del Norte, y de las grandes fortunas familiares y empresariales, apátridas por definición (y por interés).

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