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¿Crisis? PIB versus FIB

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¿Crisis? PIB versus FIB

Cada día aumentan las voces que ponen en entredicho el Producto Interior Bruto como referencia para medir el bienestar y prefieren hablar del concepto de Felicidad Interior Bruta.

Javier Rodríguez Albuquerque
30 diciembre 2013 Una lectura de 4 minutos
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Últimamente se habla y se escribe mucho sobre la bajada o subida del Producto Interior Bruto (PIB). A raíz de esto descubro que, desde hace tiempo, hay personas, personas relevantes, que ponen en entredicho este indicador como referencia para medir el bienestar. ¿Por qué? Porque el PIB sólo se basa en la cantidad de elementos materiales que poseemos, lo cual no da razón en absoluto del nivel de bienestar de una sociedad. No lo sabemos, porque no nos lo dicen, pero desde hace más de 30 años expertos están buscando otras vías para medir el bienestar de la sociedad. Nació así el concepto de Felicidad Interior Bruta (FIB), concepto que propone medir la riqueza de las naciones por el bienestar real de los ciudadanos, por la alegría de vivir, por las sonrisas y no por el dinero, como hace el todopoderoso PIB.

Hace casi 40 años, en un aislado reino del Himalaya, Bután (yo ni sabía que existía un país con este nombre), un carismático rey decidió que era más importante la Felicidad Interior Bruta que el PIB. Hoy, Bután es la democracia más joven del mundo y el exótico campo de pruebas de uno de los debates más interesantes del pensamiento económico global, un debate al que se han apuntado (eso sí, modestamente) premios Nobel como Joseph E. Stiglitz o Amartya Sen y líderes occidentales como Nicolas Sarkozy o Gordon Brown (por cierto, personas nada sospechosos de pertenecer a ningún movimiento antiglobalización).

El 2 de junio de 1974, en su discurso de coronación, Jigme Singye Wangchuck (rey de Bután) dijo: «La Felicidad Interior Bruta es mucho más importante que el Producto Interior Bruto». Tenía 18 años y se convertía, tras la repentina muerte de su padre, en el monarca más joven del mundo. No fue un mero eslogan. Desde aquel día, la filosofía de la felicidad interior bruta ha guiado la política de Bután y su modelo de desarrollo. La idea es que el modo de medir el progreso no debe basarse estrictamente en el flujo de dinero. El verdadero desarrollo de una sociedad, defienden, tiene lugar cuando los avances en lo material y en lo espiritual se complementan y se refuerzan uno a otro.

La felicidad interior bruta se basa en dos principios budistas: Uno, es que todas las criaturas vivas persiguen la felicidad. El budismo habla de una felicidad individual. En un plano nacional, corresponde al Gobierno crear un entorno que facilite a los ciudadanos individuales encontrar esa felicidad.

El otro, es el principio budista del “camino intermedio». Nos dice Lyonpo Thinley Gyamtso, ex ministro del Interior y de Educación: «Están los países modernos, y luego está lo que era Bután hasta los años setenta. Medieval, sin carreteras, sin escuelas, con la religión como única guía. Son dos extremos, y la FIB busca el camino intermedio». Añade: “Lo que medimos afecta a lo que hacemos, si los índices únicamente miden cuánto se produce, tenderemos sólo a producir más”.

Se puede encontrar bastante literatura en Internet sobre cómo se desarrolla exactamente este sistema de medición, que en resumidas cuentas se basa en una encuesta de unas 180 preguntas a un % de la ciudadanía con preguntas relativas a:

1. Bienestar psicológico. 2. Uso del tiempo. 3. Vitalidad de la comunidad. 4. Cultura. 5. Salud. 6. Educación. 7. Diversidad medioambiental. 8. Nivel de vida. 9. Gobierno. Alguien diría que es como “una encuesta de clima laboral” en una empresa. La primera encuesta se realizó entre diciembre de 2007 y marzo de 2008.

Como os decía, esto no nace y muere en Bután, hay todo un mundo creciente de expertos, políticos y ciudadanos preocupados con el tema. Así, el profesor Adrian White en la Universidad de Leicester (Reino Unido) en 2006 realizó una investigación que denominó “el Mapamundi de la Felicidad”. En esta investigación Bután resultó ser el octavo país más feliz de los 178 países estudiados (por detrás de Dinamarca, Suiza, Austria, Islandia, Bahamas, Finlandia y Suecia). Y era el único entre los 10 primeros con un PIB per cápita muy bajo (5.312 dólares en 2008, seis veces menor que el español).

Esto no acaba aquí. Países, como Japón, están planteándose también incorporar la FIB entre sus índices de progreso, conscientes de que su gran riqueza económica no es capaz de detener el incremento sostenido del número de suicidios y de enfermedades mentales o el progresivo aislamiento de una cada vez mayor parte de la población.

En este mismo sentido nos dice Eduardo Punset en su libro El alma está en el cerebro que en los años 90 se realizó un estudio en 64 países y se comprobó que los ricos no son más felices que el resto. Así, a pesar de que las posibilidades de tener más aumentan, “las depresiones crecen exponencialmente en los países desarrollados”.

Acabo aquí (¡por fin!) esta serie de artículos en los que he utilizado la “crisis” como «tapadera» para revisar conceptos que tenemos sacralizados en la sociedad actual (la productividad, el paro y el crecimiento económico), pero que son absolutamente revisables en función de lo que queramos SER. Estoy convencido de que algo se mueve ahí fuera y que hay muchos ojos puestos en esta alternativa de la FIB.

Y termino con una cita de unos de mis autores favoritos: John Kenneth Galbraith. Galbraith fue profesor emérito de economía de la Universidad de Harvard y autor de La sociedad opulenta (1960), libro de referencia cuando yo estudiaba, allá a finales de los 70. Pues bien, este afamado economista escribe en su libro La economía del fraude inocente (2004): “Las corporaciones han decidido que el éxito social consiste en tener más automóviles, más televisores, más vestidos, más armamento letal… He aquí la medida del progreso humano. Los efectos negativos (la contaminación, la destrucción del paisaje, la desprotección de la salud pública, la amenaza de acciones militares y la muerte) no cuentan. Por desgracia, hoy parece que damos más importancia a la producción de coches, microondas o dinamita que al arte, la educación, la ternura o al equilibrio en la vida. De nuevo, falta equilibrio, y precisamente por ello nos queda mucho por hacer para que las respuestas al tradicional… “¿cómo estás?”, sean encabezadas por un sincero “¡bien!”.

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