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Matarás a tu padre y a tu madre

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#UnaMareaDeLibros | Cultura

Matarás a tu padre y a tu madre

'Azufre' es un libro muy recomendable en el que cada relato añade una capa distinta a sus temas recurrentes, en particular la violencia paterna y la rebelión del hijo, pero también la amistad, la soledad, y la escritura como salvación posible, al menos como refugio temporal.

Detalle de la portada de 'Azufre', de Pepe Cervera.
José Ovejero
21 octubre 2022 Una lectura de 4 minutos
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Uno de los relatos de Azufre lleva un epígrafe de Chris Offutt, que dice: «No sabía que te había dado una infancia tan terrible como para que acabaras siendo escritor». Al leerlo, me acordé de un párrafo de Urs Widmer, que anoté hace mucho y me ha servido de guía: «Me prometí que, cuando fuese mayor, me ocuparía de que mi vida fuese buena, no mis libros. ¿Qué es un libro comparado con una vida? […] mi utopía durante mucho tiempo fue que el arte resultaría superfluo porque la vida sería por fin feliz».

No puedo saber, ni quiero, si Pepe Cervera es feliz –además, ¿qué significa eso? ¿feliz cuándo? ¿por cuánto tiempo?–, pero desde luego los relatos de Azufre rezuman una tristeza sosegada, una melancolía que en seguida queremos atribuir al autor, en lugar de al narrador de cada relato, también porque la mayoría de ellos comparten un aire autobiográfico. 

Los relatos en primera persona de Azufre tienen todos un nivel de detalle que nos lleva a pensar que lo que nos cuentan fue exactamente así. Una de las grandes virtudes de este libro es su capacidad, casi diría artesanal, de provocar imágenes precisas, de que cada gesto realizado por los personajes nos parezca extraído de la realidad y de que cada emoción del narrador se presente con toda su fuerza y una gran carga de veracidad. Lo que no significa que todo sucediese como nos cuentan. La dureza y violencia del padre, la ruptura con la familia, la imposibilidad de comunicar, el rechazo, el desprecio, se acumulan en las páginas –a veces incluso se repite un detalle, un suceso– y, como ante un cuadro realista particularmente logrado, tenemos la impresión de encontrarnos en el mismo cuarto que los personajes y respirar con ellos el ambiente a veces malsano. Pero también a veces nos detenemos y, como el narrador de A propósito de las jóvenes ideas, nos preguntamos: «¿Es esto real?».

Esa pregunta no nos la hacemos en el caso del relato que protagonizan Chet Baker y su padre, tampoco en el que se refiere al pintor Gustave Caillebot… y quizá nos equivocamos. Porque aunque es obvio que el narrador no estaba presente en los acontecimientos que ahí se nos presentan, aunque los sabemos inventados, ¿son menos reales la violencia entre el padre y el hijo, no es también una manera de autobiografía proyectar las propias heridas sobre situaciones ficticias? Lo mismo puede decirse del deseo que parece sentir el pintor por uno de los jóvenes de torso desnudo, motivo ulterior de dos de sus cuadros, que podría ser un reflejo del enamoramiento que siente el narrador por un amigo de adolescencia.

Si todo recuerdo, también la autobiografía, es una forma de ficción –¿es esto real?–, entonces la ficción descarada puede igualmente ser un vehículo para el recuerdo. Pepe Cervera usa ambas estrategias para acercarse a la realidad y además las combina en apuestas formales muy diversas: desde la narración en primera persona en la que nos guían la mirada, las emociones e interpretaciones del narrador, a una pieza de microteatro, a un relato que incluye correos electrónicos intercambiados con una amiga o a un ensayo autobiográfico que es también una reflexión pausada sobre lo que significa escribir. Que todas esas visiones nos resulten tan próximas, tan… ¿puedo decir veraces?, cada una a su manera, le debe mucho a un lenguaje cuidado, preciso, que concede a las escenas su propia luz y su propia perspectiva.

Azufre es un libro muy recomendable en el que cada relato añade una capa distinta a sus temas recurrentes, en particular la violencia paterna y la rebelión del hijo, pero también la amistad, la soledad, y la escritura como salvación posible, al menos como refugio temporal.

Aparte de sus cualidades literarias a la hora de que lo imaginado y lo recordado se materialicen ante quien lee, es muy de agradecer que no haya en estos relatos ni un momento que se adivine falso, ni un intento de reconciliación forzada ni de idealización de las relaciones. Matar al padre, y a la madre, significa rechazar la parte de su herencia que nos oprime y limita, defraudar sus expectativas para poder crecer. Hay quien no lo logra nunca. Y hay personas que lo consiguen dos veces: en la vida y en la escritura. Da la impresión de que Pepe Cervera es una de esas personas. Aunque haya que reconocer que los padres son inmortales, al menos hasta que mueren también los hijos.

Azufre

Pepe Cervera

Tres hermanas, 2021

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Comentarios
  1. ArroyoClaro dice:
    02/11/2022 a las 20:48

    MATARAS A TU AMIGO ó LA TRAICION DEL OBISPO ALMARCHA A MIGUEL HERNANDEZ. Miguel Hernández Gilabert nació un 30 de octubre de hace ahora 112 años.
    La carta inédita del hermano de Miguel Hernández a un amigo confirma la traición de su amigo el obispo Almarcha y las inhumanas condiciones que padeció el poeta antes de su muerte.
    ¿Cómo fue aquella traición? Miguel Hernández se sintió traicionado por quien creía un amigo, Luis Almarcha, porque, ante la petición de traslado a un hospital, el obispo le pedía a cambio dos cosas: que se casase por la Iglesia con Josefina Manresa (algo que hizo unos días antes de morir) y que se retractase de sus ideas. Por esto último no pasó, e incluso lo enfureció.
    Esto mismo se pone de manifiesto en la carta escrita por el hermano del poeta a su amigo en 1975. “Creo que fue a los cinco o seis meses de terminar la guerra cuando fui a ver al Obispo Almarcha para pedirle ayuda para mi hermano. Me dijo que no podía hacer ahora nada porque él no le quiso hacer caso cuando le propuso que rectificara de sus ideas y de sus escritos. Ahora no era caso”.
    Eso fue en una primera visita, pero hubo otra más. “Después de la primera visita fue la 2ª cuando mi hermano estaba ya con el pulmón quitado por D. Antonio Barbero, estando tan malo”. Entonces fue el propio obispo el que “propuso el traslado a Porta Celi, a un sanatorio que se llama así. Se estuvo esperando el traslado más de 20 días y no llegó, hasta que murió”.
    El hermano de Miguel Hernández no fue el único que intercedió ante el obispo para que fuese trasladado. También lo hizo, según Miguel Ángel Nepomuceno, el pintor y arquitecto Miguel Abad que estuvo preso con él en el Reformatorio de Alicante. “Fue un diálogo de silencios. Le dije que Miguel se moría y me respondió el silencio y un ‘yo no puedo hacer nada’”.
    Era el tercero de cuatro hermanos, Vicente, Elvira y Encarnación. Soñó y se convirtió en el poeta del pueblo, “genial epígono” de la generación del 27, según Dámaso Alonso. Todo ello a pesar de una vida truncada a los 31 años.
    De aquel querer mío,
    ¿qué queda en el aire?
    Sólo un traje frío
    donde ardió la sangre.
    Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
    La madrugada del 28 de marzo de 1942, hace 80 años, dijo adiós a la vida con sus “grandes ojos azules abiertos bajo el vacío ignorante”, como dice el poema de su amigo Vicente Aleixandre. Murió de tuberculosis en la enfermería del Reformatorio de Adultos de Alicante, tras pasar en menos de tres años por distintas cárceles como las de Huelva, Sevilla, Torrijos (Madrid), Orihuela, Conde de Toreno (Madrid), Palencia, Ocaña (Toledo), Albacete y Alicante.
    Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
    Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
    Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:
    no le atarás el alma.
    ‘Las cárceles’. El hombre acecha (1937-1939).
    Josefina Manresa contaba el último día que fue a visitarle, el 27 de marzo: “Esa vez no llevé al niño y me preguntó por él. Con lágrimas que le caían por las mejillas me dijo varias veces: Te lo tenías que haber traído. Tenía la ronquera de la muerte. Volví a visitarle al día siguiente y al poner la bolsa de comida en la taquilla me la rechazaron mirándome a los ojos. Yo me fui sin preguntar nada. No tenía valor de que me aseguraran su muerte”. Fue enterrado en el nicho número 1.009 del cementerio de Nuestra Señora del Remedio de Alicante, el día 30 de marzo.
    ¿Quién encierra una sonrisa?
    ¿Quién amuralla una voz?
    ‘Antes del odio’. Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)
    (ElDiario.es)

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