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UnaMareaDeLibros | Las cartas y poemas de Sylvia Plath que no perdimos en el fuego

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Cultura

UnaMareaDeLibros | Las cartas y poemas de Sylvia Plath que no perdimos en el fuego

Esther López Barceló trae esta semana, en una #MareaDeLibros, a Sylvia Plath, pero no a la que se suicidó. Nos habla de la Sylvia de verdad.

Esther López Barceló
12 diciembre 2020 Una lectura de 11 minutos
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#UnaMareaDeLibros es una sección compartida por Esther López Barceló y José Ovejero. Textos, vídeos y ‘podcasts’ para hablar de libros y, por supuesto, de la realidad. Cada sábado, en lamarea.com 

Tendría apenas unos seis años cuando supe que Sylvia Plath se suicidó. En la biblioteca de mis padres estaban todos sus libros. Uno con las letras cursivas en el lomo se titulaba Cartas a mi madre. Imaginaba que en su relación epistolar hablaba de sus tendencias suicidas y me aterrorizaba pensar que sus palabras atrajeran irremediablemente al vacío. Temía que mi madre las leyese demasiado. Y no me tranquilizaba el hecho de que no hubiera horno en nuestra cocina.

La reducción de Sylvia Plath al estereotipo de poeta suicida llegó a mí antes que su escritura. Y, seguramente, es casi imposible hacer el viaje en sentido contrario. Su nombre está poderosamente anclado a su última decisión:

«A primera hora de la mañana del 11 de febrero de 1963, Sylvia Plath se arrodilló junto al horno abierto de la cocina (…) y abrió el gas. Había dejado vasos de leche junto a la cama de los niños. Y había puesto esparadrapo alrededor de las puertas y metido toallas bajo las mismas para proteger a los pequeños de la posible expansión del gas. Había tomado una buena cantidad de somníferos y había dejado una nota, en la que pedía que avisaran a su médico».

Linda Wagner, Sylvia Plath. Ed. Circe.

He tardado décadas en conocer quién era la mujer que se ocultaba tras la crónica de su muerte. Y ha sido en este año incierto y trágico de pandemia cuando han confluido, azarosamente, dos publicaciones en castellano que le han rendido homenaje. Por un lado, la editorial Nórdica, ilustrando su más célebre poemario, Ariel, y por otro, Tres Hermanas, recopilando más de 1.390 cartas dirigidas a más de 140 destinatarios a lo largo de toda su vida. En el caso del compendio epistolar, ha salido a la venta, únicamente, el primer volumen de los cinco totales que constituirán la obra completa. En ambos casos se trata de libros en los que anidar por tiempo indefinido y por eso es recomendable que queden hospedados en nuestra mesa de luz para ir degustándolos reposadamente. Aunque advierto de que adentrarse en Sylvia Plath es un viaje intenso del que no es fácil hallar el camino de regreso.  

Las Cartas de Sylvia Plath

La titánica tarea de reunir las miles de cartas escritas por Plath durante prácticamente toda su vida ha sido realizada con cuidado y esmero por Tres hermanas bajo la tutela de Cristina Pineda, precisamente, en el año en que celebra el quinto aniversario de su preciosa editorial. Toda una hazaña para estos tiempos inciertos. 

La maquetación de las misivas ha sido realizada por una de esas tres hermanas a quienes rinde tributo el nombre de la editorial. Mercedes Pineda ha realizado un trabajo proceloso cuidando su presentación, algo complicado a tenor de las centenares de notas al pie que constituyen un valor añadido de esta edición crítica. Todos los nombres aparecidos a lo largo de las epístolas están referenciados de forma minuciosa para que no perdamos el hilo de la vida de Sylvia Plath. 

El primer volumen de Cartas recorre sus primeros años. Nació en 1932 y comenzó a escribir misivas con tan solo ocho años; así el primer tomo se inicia en 1940 y acaba en 1951. Es una gran suerte que se conserven tantas de sus epístolas, algunas escritas con apenas ocho o nueve años. 

La primera de ellas será la única dirigida a su padre, Otto Emil Plath, quien morirá pocos meses después. El resto corresponden a los periodos estivales que Sylvia pasaba en campamentos en los que sus actividades preferidas eran nadar, dibujar y escribir. Es toda una experiencia asistir al intercambio de sus primeras poesías. La mayor parte de ellas hablan de hadas, plantas y fenómenos naturales. Estos versos de una Sylvia de apenas diez años impactan por cómo anticipan ya su brillante futuro como poeta:

Planta una pequeña almáciga

Mézclala con la lluvia, la granizada,

Revuélvela con la luz del sol,

y las flores harán su llegada (…)

Adivinamos su carácter obsesivo y responsable en la forma en que informaba a su madre de la salud contable de sus finanzas infantiles. Acostumbraba a dar cuenta de todos sus centavos gastados, ya sea en comida o en una adicción temprana: la filatelia. 

Enternece en nosotras, habitantes del siglo XXI aquejadas de una patológica necesidad de inmediatez, comprobar cómo la mesura del tiempo era tan distinta durante la juventud de Sylvia. En aquel entonces una podía recrearse escribiendo una carta y disfrutar de la excitación de recibir la respuesta días después. Eso sí, nuestra autora sufría mucho cuando durante tres días no recibía noticias maternas y así lo reconocía: 

«Ayer no recibí ninguna carta tuya, espero que estés bien. (…) ¿Estás bien? Me preocupo cuando no recibo cartas tuyas».

Mención aparte merece la correspondencia que intercambiaba con un niño alemán, con quien compartía sus reflexiones sobre las consecuencias de la guerra y acerca de cómo abominaba la crueldad humana. Si bien los comentarios relativos a esta época tendrán un tono ingenuo, acorde con su edad, Sylvia en su madurez se identificará como una «poeta política», tal y como expresó en 1962 en un artículo para la BBC. En él hablaba de que su papel era escribir sobre el mundo real y de los problemas prácticos de la existencia. Hallamos por tanto en esta tierna correspondencia con Hans-Joachim Neupert (1947-1952) ese incipiente desvelo:

«Qué razón tienes cuando dices que no podemos entender en su totalidad la seriedad de la vida si vivimos en buenas condiciones! Desde nuestras acogedoras casitas y satisfactorias ciudades…». 

Al pasar los años, una necesidad urgente de pertenencia y reconocimiento la atribulaba. Cuando comenzó la universidad, sus cartas se llenaron de excitación por las ansiadas respuestas de editores, el relato de su asistencia a eventos culturales, la crónica de sus efímeros noviazgos y la sensación de que todo estaba por llegar. Las dos últimas cartas de 1951 auguran el regreso de Sylvia a casa por Navidad que nos invita a ansiar la pronta publicación del siguiente volumen:

«¡Dios, no he estado tan ocupada en mi vida! Acabo de terminar de mecanografiar un artículo de quince páginas, que me ha llevado horas armar (…) Es realmente aterrador ver cómo los días se parten en segmentos frenéticos, con una docena de elecciones de trabajo alternativas clamando por ser terminadas».

«Traduciendo sus cartas he conocido a la Sylvia verdadera, no a la que metió la cabeza en el horno».

La traducción al castellano ha sido obra de Ainize Salaberri, de quien puede leerse también El descendimiento, de Anna Kavan, Las aventuras agrícolas de un cockney, de Virginia Woolf, y Buscando Mercy Street, de Linda Gray Sexton. Su capacidad para imaginar el castellano de autoras tan complejas y con voces tan genuinas es adictiva.  

Ainize Salaberri confiesa que abordar este trabajo ha sido una auténtica gozada. Traducirla ha sido una gran oportunidad para llegar a conocerla bien, dado que ni siquiera se estudia a esta autora a lo largo de la carrera de filología y su primera aproximación a su obra poética se dio de bruces con una mala traducción que se empeñaba en ver rimas donde no las había.

«No he conocido a la Sylvia Plath que metió la cabeza dentro del horno, sino a la de verdad. Ya no es Plath para mí. Es Sylvia, la real. Ha sido un proceso de inmersión maravilloso. Había momentos en que prácticamente sentía que me estaba escribiendo esas cartas a mí», explica Salaberri. 

«He podido conocer tanto a la niña obsesiva con todo: desde lo que comía, el dinero que se gastaba, los sellos que compraba, hasta la que se mataba a estudiar… He conocido a la Sylvia con una autoestima delicada, a una Sylvia muy tierna, capaz de romperse en cualquier momento. Extremadamente sensible y vulnerable. Pero sobre todo he descubierto a una Sylvia llena de vida. A nosotras se nos ha vendido la imagen de una Sylvia suicida con tendencias depresivas, muy oscura y lúgubre. Y una característica que he encontrado en las autoras que amo como Virginia Wolf, Anne Sexton y Sylvia Plath es que eran mujeres vitales. Sylvia tenía tendencia a la depresión pero estaba llena de vida. Eso es lo que me ha conquistado de ella. Y, desde que acabé la traducción de sus cartas, la echo de menos».

Ariel en la mirada de Sara Morante

Nórdica ha traído a las librerías un Ariel ilustrado, el poemario póstumo que encumbró a Sylvia Plath a los altares literarios. Los cuarenta poemas, traducidos por Jordi Doce, se encuentran tanto en castellano como en su versión inglesa original, esta última impresa en letras rojas. La composición del poemario es la que modificó quien fuera el esposo de Sylvia, Ted Hughes, en 1965. Además de compañero sentimental y padre de sus dos hijos, fue su albacea y es por eso que gran parte de las cartas y de su obra poética ha pasado el tamiz de su criterio. Es este un hecho que no pasa desapercibido para quien conoce bien a esta escritora atemporal, ya que precisamente fue su ruptura el desencadenante de su trágico final. 

Sara Morante, ha sido la ilustradora encargada de dar forma a este proyecto. Es una de las pocas artistas que saben captar la esencia de lo escrito, hacerlo suyo y no caer en la manida literalidad. Su mirada genera una obra completamente nueva que se halla en perpetuo diálogo con el texto que la alumbra. Su trabajo se conforma a través de un lenguaje propio que combina diferentes técnicas, entre las que destacan el dibujo y el collage. Elementos vegetales de flamante colorido, rostros espectrales y objetos de aires victorianos son algunas de sus señas de identidad que, en el caso de Ariel, parecen cobrar vida propia. Sus ilustraciones cual trampantojos están a punto de emerger de las páginas para representar la esencia de los poemas de Sylvia. Es curioso además observar cómo confluyen sus universos iconográficos. Ambas se valen, por ejemplo, de las amapolas para expresar el dolor. Sin embargo, y a pesar de las coincidencias, Morante revela cómo ilustrar Ariel le ha obligado a cambiar radicalmente su proceso creativo. 

«Plath me lo ha puesto todo patas arriba. Cuanto más la leía más profundamente me introducía en sus versos. Y cuanto más la leía más me asombraba su lucidez. Me di cuenta de que, más allá de la expresión de sus sentimientos, sus poemas tenían una mirada crítica de la realidad. 

Empecé a experimentar, a jugar y terminé recortando diez años de ilustraciones. Porque Sylvia tiene un lenguaje simbólico tan potente y personal que es imposible de desentrañar por completo. Y ello me obligó a manteneruna conversación con ella. Si ella me hablaba desde los años 60, yo le respondía desde el siglo XXI; si hablaba de su familia, yo le respondía con la mía. Este libro me ha exigido mucho más que cualquier otro hasta el momento».

Sylvia Plath, la leona de Dios

Ariel significa en hebreo la leona de Dios, y fue precisamente ese nombre uno de los que manejó la poeta para dar nombre al poemario. Según Linda Wagner, autora de su biografía publicada por la editorial Circe, Sylvia Plath «utilizó la leyenda de Medea [de Eurípides] como andamiaje de los poemas de cólera» que conforman esta obra. En la leyenda, Medea pierde a su esposo Jasón por una rival a la que mata a través de unos regalos que estallan en llamas. No obstante, a pesar de la interpretación autobiográfica del poemario, el concepto de Ariel no expresa resignación o derrota. Es un término poderoso. Transmite cólera pero también que, por fin, la protagonista toma las riendas de su vida. 

Si bien toda su obra ha sido concebida como confesional, no es menos cierto que, al distanciarse el lector del contexto vital de Plath, su alto valor literario desvela una clara potencialidad por sí mismo. La mitificación de esta escritora en torno a la crónica de su final la ha convertido, paradójicamente, en una completa desconocida. La gran mayoría del público sabe más del horno que la mató que del complejo universo simbólico que sublima su voz lírica. Es hora de leerla a ella, a través de las cartas y poemas que no se perdieron en el fuego. 

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