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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 25.

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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 25.

Vigesimoquinta entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.

Departamento Annemarie Götze, Universidad Libre, Uppsala, julio de 2091. PIXABAY / Licencia CC0
Alejandro Gaita
01 junio 2020 Una lectura de 4 minutos
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Acabo de salir de la reunión de laboratorio, y estoy feliz. Llevo 30 años con este proyecto, y el trabajo avanza en serio, por fin. Los cultivos de heces y las cepas de E coli Q7 no paran de multiplicarse, y están empezando a dar el paso entre de la Biología Sintética basada en el metabolismo a la basada en la genética, y no solamente para ir mejorando la calidad de las cepas por evolución dirigida, sino para dividir la computación en sub-procesos, y que distintas cepas puedan formar parte de un circuito distribuido. La verdad es que algunas cosas ya se me escapan, pero me siento cada vez más en paz, y a la vez menos responsable, porque ya hay un equipo de gente grande trabajando en ello. Si mañana yo me dejase el proyecto, seguiría adelante sin mí y sin ningún problema. Es un alivio tal que me siento flotar. O, si no flotar, al menos sí corretear como si tuviera 20 o 30 años menos.

Y también como si tuviera 20 o 30 años menos con el sexo, la verdad. Juegos sanos, cada vez más limpios, más fofos, más peludos y más arrugados, aquí en las tierras libres del norte. En las tierras libres del sur, hace 20 años, hubo juegos sanos, pero los viví como menos limpios. Cargados de la emoción de lo prohibido al venir de las reglas de la Supremacía. Y la máxima suciedad, frustración y culpabilidad, el fascismo. Y ni siquiera me atrevía a pensar mucho en ello, metida en la culpabilidad de «peor estará Rosario».

Ayer mismo estuvimos echando una platicada sobre respuestas a situaciones de abusos, acosos y violaciones. Platicábamos de la ‘hermosa, difícil y poderosa’ justicia transformativa mediante la rendición de cuentas, desde la tradición del Colectivo Crisálida. Me cuesta de imaginar. No sé qué harán ahorita en Nuevo Tecpatán, pero en mis tiempos lo normal era el destierro. Discutimos también la mediación tipo resolución de conflictos, si es que eso es lo que hay, y de lo complicado que es saber cuándo es un conflicto entre dos partes y cuándo es otra cosa. Y estuvimos debatiendo sobre la confrontación física directa, o la opción de ‘si me tocas te mato’, que es lo único que te queda en ausencia de una comunidad real. Y con los años que han pasado yo me sigo acordando del asqueroso Vicente Arrufat, y de los gritos que escuchábamos Vicenta y yo en el piso de Valencia, de tantas noches de sentirnos cómplices, víctimas, cobardes.


Uppsala, abril de 2097

¡Nos llegan noticias de Valencia! Tras casi dos décadas de trabajo callado en los casales, en las sociedades musicales y en las «comunidades autónomas», y como decía Rosario que tenía que pasar, el estallido de la revolución arrancó en Fallas. Rosario lo ve todo hecho, pero yo casi no puedo creerlo. ¿Esa misma gente que yo vi tan cargada de miedo y humillación ahora está poniendo en marcha una sociedad anarquista, sobre los cimientos de su fascismo moribundo? Seguro que les quedan décadas de trabajo, si no generaciones, para narrarse y superar toda la opresión que llevan en las tripas. Por ahora, para celebrarlo y a falta de churros, nos hemos preparado våfflors. Gofres, que dirían en Valencia.

Las ecoaldeas experimentales eran necesarias, claro. El día después de la revolución hay que comer, y para eso hay que tener al menos un germen de infraestructura social funcionando. Es tentador pensar que basta con tomar lo que hay, pero si se quiere alterar significativamente el orden social, eso implica trabajarlo desde fuera, porque las herramientas del amo nunca desmontan la casa del amo. Pero, a la vez, cualquier revolución popular hay que trabajarla desde dentro, o acaba en guerra. Aún así, temo por cómo salga la revolución en el resto del Estado, aunque por lo que sé se trabajó a conciencia en todas partes, tejiendo entre las distintas tradiciones revolucionarias de cada parte del país.

En Valencia, el 1 de marzo, las bandas tomaron las calles, las carpas cortaron las avenidas, y allí se quedaron. El consenso constituyente se escribió en los carteles y libretos de las Fallas. Fue un festival de interpretación alegórica de todas las figuras expuestas: todo tenía doble sentido, y todo el mundo lo tenía claro. Y, a la vez, en los casales, se platicaba y decidía sin disimulo. La complicidad de la policía y del público, y las dificultades logísticas para intervenir por parte de delegación hicieron el resto.  Parece que también hubo una acumulación considerable de material explosivo en puntos estratégicos, lo que contribuyó a disuadir la represión violenta. Se le está llamando «el año sin petardos».

Rosario dice que esperará unos meses a que se estabilice la cosa, al menos hasta asegurarse de que no estalla una guerra, y luego planea bajarse una temporada a montar escuelas libres. Parece que se ha olvidado de lo mal que lo pasamos allí, porque no creo que piense que la transfobia y la fobia a les no binaries hayan desaparecido. Le voy a echar mucho de menos. Aquí está una cómoda, no hay el calor ni la lluvia de Ntec, y las personas son amables, pero yo tengo poco que hacer ya, porque lo que fue mi proyecto ya corre solo desde hace años, y el que fue mi equipo trabaja más deprisa sin mi. Yo les anclo a mi perspectiva inicial, que no tiene por qué ser la mejor ni la más práctica, y por respeto mal entendido me harían más caso del conveniente. Me quedan unas pocas clases, platicar con admiradoras, hacer un poco de ejercicio para no anquilosarme. Dejarme cuidar e intentar no dar mucho trabajo y no pasar mucho frío.

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