¡Vente pa Alemania, Bob!

BERLÍN // Estamos en la Berlinale con Isabel Coixet, para el estreno en Panorama de su última película, Ayer no termina nunca, una bomba de estallido retardado que anoche vi por segunda vez y vuelve a arrastrarme en una resaca que no es de alcohol ni de trasnoche, sino de todo lo que se dijeron y callaron Javier Cámara y Candela Peña en la peli de Coixet.

Estamos en Berlín porque Coixet nos ha invitado al estreno en el festival y porque nos apetece mucho volver a pasar otros días juntos después de los deliciosos días que pasamos de rodaje en Barcelona hace unos meses. Aunque esta vez vamos más abrigados, nos encontramos con Tim Robbins en el estreno y tenemos ganas de decir “Yo también soy berlinés…”. Pero berlinés del Este, de entonces. Dame algo para la reconstrucción. Por favor.

Un festival de cine es una agenda: reuniones de trabajo, de placer, comidas, brunchs, fiestas… y es también una burbuja (con perdón) de tiempo donde importan las historias y el dinero. No sé si necesariamente en ese orden. Donde algunos conocidos te recomiendan enfáticos que vayas a tal o cual restaurante para ver a Oliver Stone haciendo negocios en una mesa de un rincón. Un festival de cine es eso, y nosotros. Que estamos aquí con una historia que habla de ellos y de nosotros; de nosotros, que en este caso también soy yo, que salgo en los títulos de crédito al final de la película. En serio. Roberto Enríquez, Bob Pop, dice. Y eso me legitima para la primera persona del plural y me hace sentir muy orgulloso de haber participado en una película que anoche el público aplaudió y lloró en una avenida de nombre Karl Marx. Chúpate esa, perspectiva histórica.

Hoy, todos los que estaban anoche en ese cine, sentirán cómo la ola que les arrastró ayer vuelve con ecos e intenta devolverles a lo hondo. Tal vez no sea el mejor plan para un lunes; tal vez no haya ninguno mejor.

Hoy, nosotros, el equipo de la película (me encanta repetirme), tenemos una comida en un rato y después unos canapés en un hotel, por la tarde. Como si anoche no hubiera pasado nada. Como si, después de entrar en una habitación llena de desconocidos y gritarles que no aguantamos más, pudiésemos salir, cerrar la puerta y fingir que no ha pasado nada. Como si hiciera falta fingir. Como si fuera a pasar algo, alguna vez, solo por decir algo. Y, pese a eso, lo seguimos intentando: hacemos películas, escribimos libros y hasta crónicas de alfombra roja sin pisar el suelo con el teclado.