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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 18.

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‘Las tres revoluciones que viví’. Capítulo 18.

Decimooctava entrega de la serie distópica de Alejandro Gaita 'Las tres revoluciones que viví'.

Valencia, verano de 2078. PIXABAY / Licencia CC0
Alejandro Gaita
13 abril 2020 Una lectura de 4 minutos
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Novedades. Rosario me visitó, pasó el fin de semana con Vicenta y conmigo y estuvimos echando una platicada sobre la que está liando. Es todo muy ilusionante, supongo, y pese a lo dura que es la clandestinidad está claro que elle es feliz así, no hacía más que sonreir y dar brincos. ¡Agua de Valencia para todes! Estuvo bien, pero no es un piso para vivir tres. En realidad, no es ni un piso para vivir dos. Vicenta se pasó a dormir a mi sofá y nos dejó su cama individual para que la compartiéramos Rosario y yo.

Me quedé bastante preocupada por la seguridad de Rosario. Ahorita que elle ya se fue, voy a vomitarlo todo en el papel, a ver si consigo que no se me agrave lo de arañarme, que llevo las pantorrillas en carne viva. Algunas manchas de sangre de los calcetines creo que ya no salen.

Según nos contó Rosario, últimamente está tomando parte en la preparación de la revolución noviolenta en Valencia, en lo que ella llama los tres pilares, es decir tejer redes solidarias, construir consenso y alterar la relación de fuerzas. Todo partiendo de la tradición de la cultura local, claro. Se parece al trabajo que hago yo con Vicenta y nuestras compañeras, todo ese revivir poco a poco la herencia de las Kellys, pero va bastante más allá. Está ayudando a montar algo a mitad camino entre las asociaciones de vecinos y las plataformas de afectados por las hipotecas. Tomando ideas del 15M, de la plataforma de cooperativas del Parke Alkosa, del palo noviolento a los bancos que dió Enric Duran. Es muy alejado de lo que conocemos en nuestra tierra, pero la única forma eficaz de facilitar la organización es que la semilla de la revolución crezca en el sustrato que existe aquí y ahora.

Nos explicó la construcción de estructuras libres, para ganar espacios y para aprender y experimentar con los principios teóricos en la práctica. Nos platicó sobre ofrecer una alternativa tras el colapso del régimen actual, lo que implica la educación popular en asamblearismo eficaz, en la gestión de conflictos, en la toma de decisiones, en la responsabilidad para llevar a cabo todo lo que es necesario cuando deja de ser obligatorio. Y nos relató, para alarma de Vicenta, la historia de las clínicas abortistas clandestinas que está ayudando a poner en marcha en Valencia, en Madrid y en Barcelona. Hace falta mucha teoría pero sobre todo muchísima praxis, la faena que hay por delante es increíble. Nos platicó de un pulso al poder, para facilitar el colapso ordenado de la jerarquía. Teoría y práctica de un sindicalismo noviolento, con bloqueos, barricadas y sentadas, y también educar a las fuerzas represivas en el absentismo y la deserción. Está pensando en imitar al movimiento educador «Luz al soldado», la asociación y la publicación homónimas en la Argentina de principios del XX. 

Todo lo que intenta poner en marcha son piezas complementarias entre sí e inútiles por separado. ¿De qué vale la construcción de consenso de que «queremos algo distinto y no tenemos miedo»? Por sí sola, de nada. Para quejarse en el bar. Pero es un componente imprescindible para que, cuando todo lo demás esté en su sitio, sea verdaderamente posible una revolución. Rosario sospecha que, el año en el que la sociedad esté lista, a Valencia la revolución llegará en Fallas.

Quizá lo más difícil es lo de la relación de fuerzas. Lo del «empoderamiento» fue muy popular aquí antes de la llegada del fascismo, así que Rosario se apoya en ese término, pero la realidad es que en su día no bastó. Es imprescindible una acumulación de una masa crítica de fuerzas económicas, intelectuales, físicas y de comunicación. Simbólicamente y prefigurativamente, queremos construir, no destruir, pero como mal necesario también se promueve el restar fuerza al adversario con no-colaboración, en todas sus formas, abiertas o clandestinas. Por lo que me cuenta Rosario, otro trabajo dificil es precisamente el llevar a buen término el debate entre la noviolencia propiamente dicha y lo que se puede llamar «violencia incruenta».

Le conté también mis progresos, mi infiltración como limpiadora en el centro de investigación. Todo el año que pasa en una serie interminable de «gracias señor», de «disculpe», de «con permiso», de sonreir a cerdos asquerosos y de limpiar suelos meados. Y la esperada sustitución de agosto, cuando me cambian de ritmo, veo laboratorios que normalmente no me tocan, y tengo la oportunidad de expropiar algo de material.

Rosario y yo quedamos en que elle le dedicará un par de años más a esto y luego nos vamos juntes al Norte, porque mi proyecto no puede esperar más. Vicenta dice que nos admira y que hagamos lo que queramos pero que ella se queda aquí, que no quiere líos.

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