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"La falta absoluta de empatía está diagnosticada por psiquiatras y psicólogos como un trastorno asocial de la personalidad, un egocentrismo social", escribe el autor.

Javier Durán
25 enero 2020 Una lectura de 4 minutos
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Llevamos una semana de temporal. Lo sabemos porque hay reporteros que, cobrando un sueldo muy por debajo de su cualificación profesional, ponen en riesgo su integridad, física y profesional, para ofrecernos más espectáculo que información soportando temperaturas bajo cero, el viento o la nieve.

Algunos como Jorge Romance han levantado la voz contra esta práctica tan extendida como peligrosa; esto escribía en su cuenta de Twitter:

Hasta que un reportero no tenga un accidente o enfermedad grave (espero no ser yo) seguiremos informando en directo desde sitios donde decimos que está prohibido pasar después de haber hecho kilómetros por carreteras por las que decimos que está prohibido circular #Gloria ¿Para? pic.twitter.com/Rm3HuEU7PH

— Jorge Romance (@Purnas) January 21, 2020

Lo sabemos porque no nos apetece salir a la calle, a soportar el frío y a la
lluvia, para ir a cenar a un restaurante y pedimos comida desde el confort de nuestro hogar para que nos la traiga un repartidor a domicilio, que se juega la vida por un salario miserable. Y probablemente incluso nos quejemos porque la comida “ha llegado tarde” o “está empapada”. Lo sabemos porque se ha activado en nuestras ciudades la operación Campaña contra el frío para que las personas que viven en la calle no mueran congelados.

Pero ante la falta de recursos y de plazas, muchas noches no hay sitio suficiente para los últimos de la fila, para los solicitantes de asilo, a los que recomiendan ir a “un cajero de un banco o la sala de urgencias de un hospital” para poder dormir en algún lugar sin el temor de no despertar a la mañana siguiente.

También estamos en pleno temporal político. Se ha activado la “alerta roja”. Lo sabemos porque los medios de comunicación no afines al gobierno han comenzado la guerra sucia contra todo lo que suene a progresista, incluida la subida a 950 euros del Salario Mínimo Interprofesional. Nada nuevo. Aunque esta vez la máquina del fango, como decía Umberto Eco, fabrica titulares denigrantes con nombres y apellidos: “Las obras para hacer el Congreso accesible a diputados como Echenique costarán más de 123.000€” o“Ana Pastor, de becaria en chanclas de Ferreras a un emporio con las “fake news”.

Lo sabemos porque la ultra y la plus ultra derecha han iniciado sus ataques a la escuela pública con la excusa del Pin, o más bien Censura, parental sobre algunos contenidos extraescolares. Incluso están utilizando a sus propios hijos como escudos humanos en su batalla contra la educación pública y la educación sexual.

Todo esto lo sabemos, pero no sabemos cómo capear este temporal que nos viene encima. Igual sí necesitamos un PIN, pero no parental, un “PIN empatial”; un PIN que nos haga ponernos en el lugar de los demás, aunque nosotros tengamos las necesidades cubiertas, un PIN que nos despierte ante las situaciones injustas. Porque si no somos empáticos con los que menos tienen, si no somos capaces de entender y experimentar por un momento lo que ellos sienten, tenemos un problema como sociedad.

No tenemos por qué compartir argumentos o ideología, ni cultura, ni clase, ni raza…Se trata de algo más antiguo, que fomenta incluso el cristianismo: la generosidad y la compasión. La falta absoluta de empatía está diagnosticada por psiquiatras y psicólogos como un trastorno asocial de la personalidad, un egocentrismo social, una psicopatía que te impide vivir con normalidad en sociedad, aunque parece que sí que te permite formar partidos políticos.

El fomento de la empatía hacia los demás también pasa por la forma en que hablamos, por nuestra Lengua. En varios idiomas europeos tienen un solo verbo para expresar ser y estar: To be en inglés, Sein en alemán, Être en francés. En castellano separamos los dos conceptos, y quizás esta peculiaridad verbal revela más de lo que parece de nosotros mismos. Porque, por ejemplo, no es lo mismo “ser” una sociedad que “estar” en una sociedad.

Hay un par de expresiones japonesas de hospitalidad que nos vendría bien aprender: la primera es Kikubari, que significa tener en cuenta a los demás, tener las habilidades sociales para comprender que eres parte de un grupo. La otra es omotenashi, saber anticiparse a las necesidades de los otros, respetarse mutuamente para conseguir la armonía social y ponerse en su lugar para que sean felices. El bien de la sociedad es más importante que el bien individual. En resumen, más empatía; un poquito de omotenashi, por favor.

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