Internacional
Zohran Mamdani conquista Nueva York: la ola socialista que sacude al Partido Demócrata
Este artículo ha sido publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.
Nueva York despierta con un aire distinto. Después de años en los que la política municipal parecía una sucesión de inercias, la ciudad ha elegido como alcalde a Zohran Mamdani, un joven de 34 años que se define abiertamente como “democratic socialist” y que ha ganado con un discurso claro: recuperar la ciudad para quienes la hacen posible. Su victoria –con un 50,4% de los votos frente al 41,6% de Andrew Cuomo– no solo rompe con la rutina política. Señala el cansancio de una mayoría silenciosa y, sobre todo, la voluntad de empezar a corregir el rumbo de un Partido Demócrata que hace tiempo olvidó a la clase trabajadora.
La primera clave de su campaña fue la concreción: autobuses gratuitos, congelación de los alquileres regulados hasta 2030, guarderías sin coste para menores de cinco años, protección para inquilinos en barrios presionados por fondos inmobiliarios y un plan para aumentar el parque de vivienda social. No se trataba de grandes gestos ideológicos ni de promesas vaporosas para atraer inversión, sino de algo más elemental: hacer la vida respirable. En una ciudad donde pagar el alquiler es una forma de ansiedad crónica, la propuesta resonó como una evidencia.
La segunda clave fue el método. En lugar de confiar en consultoras, Mamdani organizó una estructura de base: cien mil voluntarios llamaron a tres millones de puertas. A pie de calle, sin filtros, sin la obsesión por el relato, emergió un diagnóstico compartido. La política tradicional se había acostumbrado a escuchar solo a quienes ya podían hacerse escuchar. Esta campaña hizo justamente lo contrario: amplificó al inquilino, al trabajador del metro, al repartidor, al estudiante atrapado en alquileres imposibles. La victoria no fue fruto de una genialidad individual, sino de un territorio social dispuesto a movilizarse.
Socialismo democrático
Mamdani se define como “democratic socialist” e integra la corriente representada a nivel nacional por Bernie Sanders. Según datos biográficos, reconoce que el impulso de su campaña de 2016 le influyó para adoptar esa etiqueta. Su programa –transporte público gratuito en autobús, congelación de alquileres regulados, guarderías gratuitas, salario mínimo de 30 dólares para 2030, impuestos a las grandes fortunas– encaja con la nueva izquierda urbana que reivindica derechos sociales antes que concesiones al mercado. Su victoria manda una señal: la estrategia progresista que habla de clases trabajadoras, vivienda asequible y servicios públicos puede ganar en la gran ciudad.
La reacción de los sectores tradicionales confirma la sacudida. Grandes donantes intentaron frenar su ascenso; veteranos del partido deslizaron advertencias sobre seguridad y caos fiscal. Sin embargo, el electorado ya no confía en ese repertorio del miedo. La seguridad se entiende también como la posibilidad de pagar el alquiler, llegar al trabajo en transporte digno y criar hijos sin hipotecar la vida entera. Cuando la estabilidad se vuelve inaccesible, defender el statu quo deja de parecer sensato.
Lo más notable es el voto joven. La franja de 18 a 29 años apoyó a Mamdani con una contundencia que no se explica solo por redes sociales o estética política. Se explica por un cambio de horizonte: esta generación no compara con el pasado idealizado de sus padres, sino con la precariedad real que habita aquí y ahora. Cuando el futuro se encoge, la imaginación electoral se expande.
Sacar al Partido Demócrata del centro
La victoria, además, tiene un efecto catalizador dentro del propio Partido Demócrata. No basta con celebrar la pluralidad; hay que gobernarla. Muchos cargos locales han tomado nota: aunque los sondeos advierten desde hace años del descontento urbano, pocos dirigentes se atrevieron a traducir ese hartazgo en política pública. Mamdani lo ha hecho, demostrando que las políticas sociales no son un suicidio electoral, sino un instrumento competitivo. La victoria obliga a reabrir debates que muchos daban por cerrados: vivienda pública, transporte gratuito parcial, impuestos al capital inmobiliario, financiación de cuidados. Nada de eso es radical; radical es normalizar la expulsión residencial.
Muchos interpretan esta elección como una anomalía. Con más atención, parece lo contrario: el retorno de una lógica adormecida. El Partido Demócrata, desde hace décadas, ha adoptado una posición cómoda en los centros urbanos: retórica progresista, políticas económicas moderadas, promesas de accesibilidad que nunca se materializan. Este equilibrio permitió neutralizar tensiones internas, pero tuvo un coste: la desconexión con la vida cotidiana de quienes habitan la ciudad sin poder permitirse sus escaparates. Con Mamdani, esa fractura deja de ser un secreto.
Su victoria envía un mensaje interno claro: la esperanza electoral no pasa por seguir gesticulando al centro, sino por reconstruir un bloque que hable de salarios, vivienda, transporte y cuidados. Lo relevante no es que sea socialista, sino que está devolviendo a la conversación política derechos que, poco a poco, se fueron presentando como lujos.
Por supuesto, gobernar será otra historia. La maquinaria institucional de Nueva York no está diseñada para facilitar transformaciones profundas. Habrá resistencias de la policía, del lobby inmobiliario, de agencias municipales y, eventualmente, de compañeras y compañeros de partido. Y, sin embargo, por primera vez en décadas, alguien podrá disputar el sentido común desde dentro del despacho, no desde la protesta externa. Eso ya es una victoria política en sí misma.
El efecto simbólico también es profundo. Nueva York, la ciudad del mito, del skyline como postal ideológica, llevaba tiempo convertida en un producto financiero. Esta elección no es solo un giro electoral, sino un recordatorio generacional: cuando la política se desconecta de la vida, algo acaba explotando. Y cuando aparece alguien que propone volver a unirlas, incluso parcialmente, la ciudad escucha.
Mamdani no resolverá todos los problemas de Nueva York. Pero su victoria demuestra que hay espacio para otra conversación: una donde la clase trabajadora no aparezca como fotograma testimonial, sino como sujeto político. Lo que ocurre ahora es incierto. Lo que ya ocurrió, no: la ciudad más emblemática de Estados Unidos acaba de enviar un mensaje al corazón de su propio partido. Escuchad. Volved. Todavía estáis a tiempo.