Pablo L. Orosa, el compañero que nos recordaba por qué debemos amar el periodismo

Ha fallecido el periodista Pablo López Orosa, a los 34 años de edad. Orosa desarrolló buena parte de su carrera profesional como freelance especializado en Internacional: viajó por Oriente Medio, el Sudeste Asiático, América Central y África. Publicó en numerosos medios de comunicación, como Luzes, El País, la agencia Efe y La Marea, entre otros. Se labró la admiración, el respeto y el cariño de los compañeros y compañeras que lo conocieron, publicó el libro Fálame do silencio y fue reconocido con el XII Memorial Joan Gomis por su reportaje La tregua de los zapatos.

Su compañero y amigo Toni Martínez lo recuerda con las siguientes palabras:

A Pablo no le gustaba el pulpo a feira. O eso decía. Por la textura. Nunca me lo creí, más bien pensaba que era un acto de rebeldía ante el estereotipo. Cada vez que me veía me sonreía y me lanzaba un “¿qué tal, Martínez?”, como para darme importancia. En esos momentos yo ya me daba cuenta de que estaba delante de un tipo que, pese a haber viajado o precisamente por eso, era el tipo más cercano que jamás conocí. 

Así era Orosa, la imagen de la contradicción sosegada. Amaba Galicia por encima de todas las cosas, pero no dejaba de criticar su inmovilismo. “Este es un país para gente mayor”, se le oía decir, minutos después de hacer una defensa de la tradición, de la aldea y de la Galicia profunda. 

Su Depor, su coche blanco que últimamente había dejado aparcado a favor de la bicicleta y de esos paseos por la Coruña que adoraba. Su tortilla de Betanzos. Y su defensa del periodismo, por encima de todas las cosas.

Amaba esta profesión. Una pasión que compartíamos. Siempre que iba a Galicia le llamaba para vernos y compartir. Se le encendían los ojos cuando hablaba de Xose Manuel Pereiro, de Manuel Rivas… amaba la revista Luzes. Y preguntaba, “¿cómo vais en La Marea?”. Luego ya terminábamos hablando del “ser gallego” y su significado, de lo irrespirable que para él era Madrid y de nuestro futuro.

Me será muy extraño volver a Galicia y no enviarle el clásico WhatAapp “Estoy en Galiza”. Hoy Coruña es mucho más triste que ayer y el periodismo ha perdido a uno de sus grandes amantes. Y yo, yo ya no tengo cerca a un amigo que me enseñó más de lo que puedo llegar a aprender, contradicciones incluidas.