Cultura
Lorca, el símbolo de nuestro propio genocidio
Estas son las dos propuestas teatrales en cartel que recuperan la figura del poeta granadino para combatir la desmemoria.
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Desentrañarle letra por letra y gesto por gesto es a lo que se dedican desde hace décadas multitud de historiadores, artistas, filólogos y científicos. Si Federico García Lorca es infinito, más inconmensurables son los esfuerzos por acercarse a su vida y obra. “Lorca es, radicalmente, un hombre en contra”, escribió Francisco Umbral. Esa cita podría resumir y también ligar las dos propuestas escénicas que actualmente se ofrecen en Madrid. De un lado, su viaje repleto de autoconocimiento a Nueva York, la creación de una nueva persona. Del otro, cómo sus últimos días aportan la fuerza necesaria para sacar a la palestra conceptos como desaparición forzosa, asesinato e, incluso, genocidio.
Jesús Torres dirige Poeta [perdido] en Nueva York, una creación teatral interpretada por él mismo que, con todas las entradas vendidas, ocupa hasta este fin de semana la misma sala del Teatro Fernando Fernán Gómez que en 2022 dio cobijo a Vicenta, Lorca, la obra que reencontró a la madre del gran poeta. Este gaditano de 41 años descubrió muy pronto al autor de obras como Bodas de sangre y Yerma. “Con 11 años representé La zapatera prodigiosa en el colegio y ahí empecé a entender que se podía amar de diferentes formas, incluso hacer arte con ello”, comienza a explicar el mismo Torres.
Durante el proceso de creación del texto de la obra, también a su cargo, se dio la libertad suficiente para crear un relato entretejido con los versos neoyorquinos del poeta granadino y su correspondencia de aquellos días. Su investigación previa lo llevó a acercarse a Lorca de otra manera: “Le tenemos mucho cariño pero, como todas las personas, tiene sus grises. Hay cartas que escribe realmente duras que he decidido suavizar. Es bonito también unirnos a él en sus diferencias. No nos podemos comparar con el genio, pero sí con esa persona que teme, que se equivoca y miente para vernos reconocidos en ella”, ilustra el dramaturgo.
Preconizar su asesinato
La obra es todo un alegato a la contradicción, la desesperanza y la tristeza que ese primer Lorca que desembarca en Nueva York el 25 de junio de 1929 siente por todo su cuerpo, desgarrado por su desamor con Emilio Aladrén, con quien mantenía un idilio. “Se ve en un país en el que nadie habla su idioma, en el que siente muy lejano a sus seres queridos”, comenta Torres. Estados emocionales que de manera majestuosa transmite a lo largo de su interpretación gracias también a la labor de un numeroso equipo que siempre lo acompaña.
El actor no esquiva lo enigmático de Lorca, la superstición andaluza que siempre corrió por su sangre. “En Nueva York llegó a ver su muerte, algo muy apocalíptico pero también extremadamente profético”, dice al respecto. Se refiere a los versos de Lorca en su Fábula y rueda de los tres amigos: “Cuando se hundieron las formas puras / bajo el cri cri de las margaritas, / comprendí que me habían asesinado. / Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias, / abrieron los toneles y los armarios, / destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro. / Ya no me encontraron. / ¿No me encontraron? / No. No me encontraron”.
Cuando la tierra habla
Ese podría ser el punto de partida de otra obra que estos días –y hasta el próximo 21 de diciembre– ocupa las tablas del Teatro del Barrio, también en Madrid. Con María San Miguel al frente de la dramaturgia y la dirección, Federico. No hay olvido ni sueño: carne viva supone un viaje al interior de esa España todavía enterrada en cunetas, cementerios y ciudades que pisamos cada día. Un profuso trabajo de investigación, que ha llevado a la creadora de la dramaturgia a visitar y entrevistar a decenas de personas y especialistas en la figura de Lorca, toma cuerpo en esta obra como si de un reportaje periodístico y teatral que cuenta qué es y cómo se lleva a cabo una exhumación se tratara.

La figura del desaparecido más universal de España se utiliza aquí como una forma de contrarrestar los relatos que cada vez más empujan a la desmemoria. “Al inicio, cuando hablamos de La casa de Bernarda Alba, dejamos entrever que en la historia más reciente de España hay acontecimientos que ocurrieron y se borraron, y otros que se han reconstruido mal, al servicio de ciertos intereses”, dice San Miguel.
Porque lo que no se nombra no existe, pero también lo que se nombra crea imaginarios. “Mucha gente todavía no se refiere a Lorca como víctima de una desaparición forzada, ni siquiera habla de asesinato, solo dicen que murió. Así se evita que se sepa que lo que verdaderamente ocurrió en España fue un genocidio, y no una guerra entre hermanos”, reflexiona la dramaturga vallisoletana siguiendo la tesis esgrimida por Paul Preston en El holocausto español. Odio y exterminio en la Guerra Civil y después.
Figuras clave en la historiografía lorquiana como Ian Gibson acompañan continuamente al espectador en esta trama en la que los documentos bibliográficos son desempaquetados de bolsas como si de huesos a punto de ser examinados por un forense se trataran. Una y otra vez, sobre el escenario, se repiten mensajes como “aquí los huesos hablan” y “aquí la tierra habla, solo hay que saber escucharla”. ¿Y qué dicen los huesos y la tierra? “Que esto no fue una guerra fratricida. Que cada vez que se abre una fosa se ve cómo aparecen cadáveres con hasta dos tiros en la cabeza, que sus cuerpos fueron arrojados con violencia y que todavía guardan marcas que indican que fueron torturados antes de morir asesinados”, responde tajante la directora.
La identidad española, enterrada en cunetas
San Miguel, como ya ha hecho en tantas ocasiones anteriores, no quería representar algo pasado. “Federico nos abre una puerta hacia lo invisible, un camino que nos lleva siempre a hablar no solo sobre lo que nos pasó, sino sobre lo que nos sigue pasando”, explica. Y añade: “Me parece aterrador que en España, con miles de cuerpos enterrados en fosas comunes, esto no sea algo que se intente solucionar de inmediato ni constantemente esté en el debate público”. Según las estimaciones, existen 114.000 cuerpos no identificados enterrados por toda España, 45.000 de ellos únicamente en Andalucía. “Hay que hablar de esto, porque forma parte de nuestra identidad”, subraya.

En este gran lugar de especulación poética que la compañía Proyecto 43-2 crea durante hora y media todo está medido al milímetro. Balas, gafas, un lápiz y una goma, almendras. Son apenas unos cuantos elementos del atrezzo que el elenco utiliza para contar todo lo que se puede encontrar a la hora de exhumar los cuerpos. “Todo esto lo hemos conocido gracias al equipo multidisciplinar de investigación de la Universidad de Granada. La gente debe conocer que tras los desenterramientos hay un trabajo riguroso y científico por parte de profesionales que se han preparado para ello durante años”, reivindica la directora de la obra, que girará por diversas ciudades en los próximos meses.
El simbolismo juega un papel preponderante. Los ojos más avezados se podrán percatar de cómo las cajas de plástico transparentes de almacenaje que tantas personas guardan en sus casas son similares a las utilizadas por los arqueólogos. San Miguel le ha querido dar una vuelta y, en cada una de ellas, simula la inscripción que los investigadores utilizan: “Si ellos escriben datos científicos que identifican al individuo, nosotras lo hemos imitado escribiendo F-18, si es la función 18, el número del orden en que esa caja aparece en escena y las siglas del título de la obra”, comenta sobre esta particular nomenclatura.
Contra el negacionismo, conocimiento
El negacionismo oscurece España. “La tierra habla, y hay algunos que todavía la quieren acallar. Por eso, lo primero que hace la derecha y extrema derecha cuando llega al poder es derogar las leyes de memoria, o dejarlas sin financiación”, destaca San Miguel. Asimismo, asevera que “la tierra sigue contando algo muy doloroso, que es el relato de la verdad frente al oficial”, que durante tantos años se inculcó a base de miedo, represión y nacional-catolicismo.
Lorca sigue hablando desde la tierra. Grita y se revuelve. Tanto sus obras, como Poeta en Nueva York, como su fatal desenlace, el asesinato a manos de las fuerzas sublevadas, continúan creando una atmósfera de denuncia y consciencia en cada creación teatral que las aborda. “Nuestros hijos nacerán con el puño levantado”, cantan al inicio de Federico. No hay olvido ni sueño: carne viva. Aunque hay muchas formas de levantar el puño, una de ellas quizá sí que la puedan hacer nuestros hijos cuando respondan y reescriban al poeta visionario neoyorquino, para poder decir: “Ya me encontraron. / ¿Me encontraron? / Sí. Sí me encontraron”.