Economía | Opinión
Para cambiar las cosas, un (necesario) giro a la izquierda
«No es de recibo instalarse en la complacencia, en el mantra “las cosas van bien” o “con el tiempo mejorarán” o, lo peor de todo, “no hay alternativa”», escribe el economista Fernando Luengo.
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Cuando la evidencia empírica –en parte, al menos– apunta en la siguiente dirección…
1. La creación de puestos de trabajo es compatible, incluso en fases de crecimiento económico, con el mantenimiento de elevadas tasas de desempleo, lo que supone que una proporción significativa de las personas en edad de trabajar que buscan un empleo no lo encuentran.
2. Conseguir relativamente altos niveles de ocupación no se traduce en alcanzar salarios más elevados, y en paralelo, al contrario de lo sostenido por la economía convencional, una parte de los trabajadores que han conseguido un empleo se mantienen por debajo de los niveles de pobreza.
3. Los aumentos mayores o menores de la productividad del trabajo, esto es del valor añadido por persona ocupada, tienden a repartirse de manera desigual, privilegiando los beneficios de las empresas y penalizando las retribuciones de los asalariados.
4. El aumento de los márgenes empresariales y el acceso a recursos monetarios por parte de las empresas no se han convertido en inversiones productivas, sino que han servido para mejorar las retribuciones de los ejecutivos y grandes accionistas o se han colocado en operaciones financieras.
5. La desigualdad y la concentración de la renta y la riqueza ha alcanzado cotas históricas y el aumento de la inequidad se da tanto entre las rentas del capital y del trabajo como también entre los asalariados.
6. La concentración empresarial, la configuración de mercados oligopólicos, y las ganancias extraordinarias derivadas de esa privilegiada posición lejos de atenuarse se acentúan, reforzando un rasgo estructural del capitalismo.
7. Las políticas y las regulaciones públicas se encuentran cada vez más capturadas por los intereses corporativos, que ocupan parcelas crecientes y estratégicas del sector público, convirtiéndolas en negocio en su propio beneficio.
8. La fiscalidad sobre las rentas del capital es baja en comparación con las del trabajo, la presión fiscal soportada por las grandes corporaciones es mínima y los paraísos fiscales continúan operando sin apenas restricciones.
9. La inflación constituye un importante factor de redistribución regresiva de la renta que penaliza sobre todo a las clases populares y, particularmente, a los segmentos de población más vulnerables.
10. Los grupos de presión corporativos imponen a través de una tupida, difusa y compleja red de vínculos formales e informales la agenda de las instituciones comunitarias.
11. La pobreza en los países subdesarrollados, atrapados en una deuda externa insostenible e impagable, no solo se mantiene en cotas muy elevadas sino que está aumentando.
12. El cambio climático y la degradación de los ecosistemas avanza de manera imparable, sin que las tibias medidas adoptadas por gobiernos e instituciones los hayan revertido, penalizando en mayor medida a los pobres del norte y del sur.
13. El complejo militar/industrial, el formidable negocio de las empresas vinculadas al mismo y el generalizado aumento del gasto en armamento desempeñan un papel creciente en las estrategias económicas y políticas de los gobiernos.
14. La globalización de los mercados no ha cerrado la brecha entre los países ricos y pobres, sino que, en aspectos fundamentales, la ha ampliado.
…cuando todo esto sucede, con desigual intensidad dependiendo de los países, es obligado cuestionar, si se quiere hacer una política de izquierdas, tanto los pilares básicos del pensamiento económico dominante como las estrategias que se derivan del mismo. No es de recibo, en consecuencia, instalarse en la complacencia, en el mantra «las cosas van bien» o «con el tiempo mejorarán» o, lo peor de todo, «no hay alternativa».