Un momento para respirar
Cine que rompe silencios
«De las seis películas que vimos en el Festival de San Sebastián, en cuatro el silencio desempeña un papel importante. Pero no me refiero a ese callar que nos permite reflexionar o sentir lo que nos rodea, sino a un silencio que destruye al individuo y a la sociedad», escribe Ovejero en su diario.
30 de septiembre
Recordaba, viendo la muy ruidosa Franz, la película de Agnieszka Holland sobre Kafka, una conocida frase del escritor que creo se encuentra en una de las cartas a Felice: «La noche no es suficientemente noche». Se refería Kafka a la necesidad de recogimiento, de aislamiento, de silencio para escribir.
No solo para quien escribe es esencial que el ruido cese; el silencio nos sirve para pensar, para detenernos en lo que nos importa o duele o satisface. El ruido, en nuestros edificios, mejor aislados que antiguamente, y en estos tiempos en los que hay mucha más gente viviendo sola que en el pasado, llega sin embargo a través de aparatos y redes sociales. La noche no es suficientemente noche porque no permitimos y no nos permiten que lo sea.
El silencio se ha vuelto un lujo que disfrutamos mucho menos de lo que podríamos permitirnos.
De las seis películas que vimos durante los dos días que estuvimos en el Festival de San Sebastián, en cuatro el silencio desempeña un papel importante. Pero no me refiero ahora a ese callar que nos permite reflexionar o sentir lo que nos rodea, sino a un silencio que destruye al individuo y a la sociedad.
En La tarta del presidente (Mamlaket) se cuenta la historia de una niña a la que toca hornear una tarta por el cumpleaños de Sadam Husein, cosa que debe hacer un alumno de cada escuela. El drama surge porque la niña vive con su abuela en una pobreza tal que no tienen dinero para comprar los huevos ni harina ni azúcar. Tan pobres son, que la abuela decide entregar la niña a una familia que se hará cargo de ella. Pero no le explica la auténtica razón a la cría, por lo que esta interpreta que su abuela está enfadada con ella y por eso la abandona.
Siempre he defendido que a los niños hay que contarles todo, es decir, todo lo que les atañe, aunque sea indirectamente; no sé qué opinarán la pedagogía o los miles de libros publicados sobre «cómo cuidar a tus hijos» o «cómo ser un buen padre/una buena madre», pero estoy convencido de que silenciar los problemas solo los agranda. Aunque se trate de asuntos que pueden asustar al niño, o que le duelan –también que los padres tienen problemas, sea entre ellos o de otro tipo, como problemas económicos–, de cualquier manera el niño los percibe e intenta explicárselos, a menudo, como en el caso de la niña de Mamlaket, buscando la culpa en sí mismos. Así que lo mejor es intentar explicárselos de forma adecuada a su edad. «No se le puede decir eso a un niño» es una frase que se usa demasiado, quizá porque nos sentimos incómodos explicando ciertas cosas.
No sé cómo he llegado a este momento de consultorio para padres, porque de lo que quería escribir es de mi sorpresa por encontrarme tantas películas con el silencio como eje; si en Mamlaket solo atañe a una rama secundaria del argumento, en Maspalomas lo articula: el hombre gay que tras un ictus es ingresado por su hija en una residencia y allí vuelve a entrar en el armario. Aunque a veces abuse de los estereotipos y el final sea algo complaciente, me interesó sobre todo cómo una persona que creía haberse librado de las expectativas ajenas vuelve a verse sometida a ellas y solo puede hacerlo guardando silencio sobre quién es de verdad.
También en Cuerpo celeste, una recomendable película chilena,hay un silencio tan atronador como paradójico. Los padres de la protagonista se dedican –aunque de forma clandestina– a romper silencios sobre los asesinados por la dictadura de Pinochet: localizan tumbas en el desierto, las marcan y así luego podrán ser desenterrados los cadáveres, sacados del olvido y del silencio impuesto sobre ellos. Pero no le cuentan a la hija lo que hacen. Ella varias veces pregunta qué están haciendo o de qué hablaban y han callado al llegar ella; la adolescente se adelanta a la respuesta de sus padres, que se sabe de memoria: «Nada». En dos escenas de la película, los protagonistas gritan, como juego pero que se vuelve simbólico, «nada», una y otra vez, provocando un eco que repite la palabra. De pronto la nada se vuelve ruido, se amplifica y cobra significado. Lo que se quería silenciar reverbera en las vidas de todos ellos.
1 de octubre
También Le cri des gardes está marcada por el silencio, esta vez el de los colonizadores sobre sus crímenes. Un trabajador africano muere en un supuesto accidente en una empresa de obras públicas en África Occidental dirigida por blancos. El hermano del fallecido llega en la noche a reclamar el cadáver. El capataz le da largas, luego le ofrece dinero, le amenaza, le ruega, reconoce de boquilla que se han cometido errores, hace falsas promesas; cualquier cosa con tal de no entregar el cadáver, la prueba no solo del crimen, también de la responsabilidad individual y colectiva del delito, porque el joven ha sido asesinado por un ingeniero, amigo del capataz. La metáfora de la relación entre los poderes coloniales y sus excolonias es –¿demasiado?– evidente: actos simbólicos, contrición, soborno, chantaje, pero nunca reconocer y asumir auténtica responsabilidad del delito.
Supongo que es casualidad haber visto varias películas seguidas articuladas por lo que no se dice. O a lo mejor, en una época de fake news, tergiversaciones constantes de la verdad y de una política que avanza a golpe de eslogan publicitario en lugar de ideas, nos empieza a preocupar todo eso que se oculta tras tanto palabrerío interesado, pues sabemos que lo que se calla a menudo es más importante que lo que se dice. Y el arte suele ser el sismógrafo que recoge las agitaciones en una sociedad antes de que esta las perciba conscientemente.