Internacional
India: cómo ser autosuficiente dependiendo de China, Rusia y EEUU
El gigante asiático busca mantener relaciones multilaterales que, a largo plazo, podrían parecer incompatibles.
La política exterior de India podría considerarse un oxímoron: tiene su principal proveedor de armamento en Rusia; depende de los componentes y minerales chinos para mantener a flote su economía; y como principal mercado de exportación tiene a Estados Unidos.
Desde su independencia, a India le ha caracterizado su política de neutralidad internacional. Integrante del grupo de Países No Alineados que durante la Guerra Fría intentó mantener relaciones pragmáticas tanto con Estados Unidos como con la URSS, en este siglo XXI India busca aprovechar sus relaciones multilaterales para garantizar el desarrollo interno y posicionarse como un actor clave en un mundo multipolar.
«La autonomía estratégica sigue siendo el pilar central de la política exterior india y es improbable que la abandone. Sin embargo, esta autonomía no implica equidistancia con todos los centros de poder: India sigue cada vez más la alineación sin alianza. Esto significa trabajar selectivamente con EEUU en la seguridad marítima del Indopacífico, colaborar con Rusia en la adquisición de material de defensa y mantener abiertas las cadenas comerciales con China», explica Jannagath Panda, director del departamento del Centro de Estocolmo para Asuntos del Sur de Asia y el Indopacífico del Instituto de Asuntos de Seguridad y Desarrollo (SCSA-IPA).
«La sostenibilidad de este modelo depende de la destreza con la que India pueda gestionar las contradicciones entre estas relaciones. A largo plazo, el desafío residirá en reducir la dependencia excesiva de un solo socio, para así reforzar sus aspiraciones multipolares y garantizar que Nueva Delhi siga siendo indispensable para todos los actores, pero sin estar en deuda con nadie. Este equilibrio, por difícil que sea, es la mejor opción en un mundo cada vez más polarizado», añade el autor del libro India-China Relations: Politics of Resources, Identity and Authority in a Multipolar World Order (Routledge, 2017).
Aunque sea un actor clave, India aún es un Estado dependiente de las principales potencias, algunas con intereses divergentes, lo cual podría provocar turbulencias económicas a corto plazo. Quinta economía del mundo, el último lustro está demostrando que todavía no está preparada para imponer sus deseos más allá del sureste asiático.
Dos casos lo reflejan: en primer lugar, la tibia respuesta a los aranceles del 50% que Donald Trump ha decidido imponer a India por la compra de crudo ruso desde el inicio de la guerra en Ucrania; y en segundo lugar, la reacción comedida a la disputa con China por el incidente fronterizo en Galwan en 2020, en el que fallecieron al menos 20 soldados indios.
La relación con Estados Unidos
Si bien durante décadas India tuvo relaciones estables con la URSS, el siglo XXI la ha ido escorando hacia el bloque occidental en parcelas comerciales y alianzas de defensa. Las ansias indias de posicionarse como un actor global, así como las disputas históricas con China, la convirtieron en el principal actor con el que Occidente pretendía parar los pies al dragón chino.
Desde George W. Bush, todos los presidentes norteamericanos han tenido en cuenta el capital geográfico y poblacional de India. Por ello, EEUU transfirió fábricas de producción a India, llegó a un acuerdo nuclear en 2008 o impulsó tratados de cooperación militar en el Indopacífico. Así fue hasta que Donald Trump asumió su segundo mandato como presidente e inició una ofensiva arancelaria que perjudica a ambos países.
«El enfoque de Trump contradice los intereses a largo plazo de EEUU en Asia. Durante casi dos décadas, los responsables políticos estadounidenses invirtieron en consolidar a India como posible contrapeso a China. […] Sin embargo, Trump opera con impulsos tácticos a corto plazo. Sus abruptas escaladas arancelarias y sus exigencias coercitivas tienen el riesgo de distanciar a India y erosionar la confianza construida. De hecho, sus políticas podrían impulsar a India a diversificar aún más sus relaciones hacia Rusia, Europa, o, incluso, a ampliar con cautela sus lazos con China, disminuyendo así la influencia estadounidense», considera Panda.
El especialista explica que la presión de Trump no responde realmente a la compra de crudo ruso sino que «es un mensaje político»: «Washington se ha sentido frustrado porque Nueva Delhi no reconoció ni apoyó el papel de Trump en acontecimientos pasados del sur de Asia, como el alto el fuego entre India y Pakistán, y esta sensación de ser ‘ignorado’ se refleja en su enfoque punitivo. Para Trump, India no es indispensable en el Indopacífico, y utiliza tácticas de presión para recordar a Nueva Delhi sus vulnerabilidades».
Los tiempos han cambiado y la guerra comercial iniciada por el presidente estadounidense demuestra que, a corto plazo, es imposible detener a China: pese a la retórica, ha impuesto aranceles limitados a Pekín, mientras penaliza a aliados geoestratégicos esenciales como India. Manoj Joshi, experto de la Fundación de Investigación y Observación (ORF), explica que «China tiene una baza contra EEUU»: «Los minerales estratégicos son una forma de coerción que no tiene India. Además, Trump intenta atacar a los BRICS, a los que ve como amenaza multipolar para la hegemonía de EEUU, y piensa que India es el eslabón más débil».
El estilo mafioso de Trump podría redefinir alianzas cimentadas durante décadas. O no, ya que pocos políticos se atreven a desafiarle por motivos de dependencia y electoralismo: imponer aranceles recíprocos haría caer la economía y elevaría el desempleo.
En una época en la que domina el cortoplacismo político, no todos pueden ser como el brasileño Lula. Y el primer ministro de India, Narendra Modi, que apoya el capitalismo salvaje y asegura que India será potencia mundial en 2047, no parece dispuesto a que la sociedad pase por los traumas que desencadenaría una guerra comercial: con más de 87.000 millones de dólares, el principal mercado de destino de los productos indios es EEUU, y redireccionar esos productos a otros mercados sería posible, incluso recomendable, pero se necesitarían años.
Así, la línea roja de India parece estar en el sector agrícola: EEUU, que interesadamente permite exenciones a los semicondutores y los fármacos, quiere que India rebaje los aranceles para que las subvencionadas empresas estadounidenses puedan penetrar en un mercado que da de comer a cientos de millones de personas y que está caracterizado por el proteccionismo.
Joshi considera que «India no impondrá aranceles recíprocos a EEUU»: «A diferencia de China, carecemos de herramientas para presionar a EEUU y tendremos que negociar de forma diplomática. Tenemos una balanza comercial positiva y cualquier alteración en las relaciones nos afectaría. Además, tenemos una diáspora importante que envía remesas desde EEUU, que es también nuestro inversor extranjero principal, y compartimos intereses geopolíticos convergentes con respecto a China». Por ello, Joshi concluye que las divergencias serán temporales y acotadas: «La disputa fronteriza por el territorio y la causa de Pakistán enfrentan a India y China. Con EEUU no existen estos problemas. Nosotros, al igual que EEUU, vemos a China como un competidor, y aunque aparezcan dificultades, la política exterior será amigable por los intereses comunes con EEUU».
Dependiente de China
India sufre las consecuencias del America First de la Administración Trump, pero se puede afirmar que la dependencia con China es mucho mayor: depende de sus minerales críticos para mantener a flote la industria y poder fabricar esos productos que más tarde exporta a EEUU. Cambiar esta cadena de suministro llevaría al menos una década, tal vez más. «En el caso de EEUU, la dependencia es más geopolítica; no es económica. En el caso de China, existe una gran dependencia en el sector manufacturero. Necesitamos las herramientas, los componentes. Incluso dependemos en el sector farmacéutico: somos un gran exportador, pero los ingredientes para los fármacos provienen de China; exportamos productos electrónicos, pero dependemos de los componentes chinos. Somos dependientes de la cadena de suministro china», reconoce Joshi.
Además de desarrollar la capacidad productiva, diversificar los países de los que se importa y a los que exporta parece la solución a largo plazo. Es algo que China ha conseguido: India tiene en China al principal socio comercial, mientras que el mercado indio representa el 3,4% de las exportaciones chinas. Por eso, pese a mantener una enemistad histórica, India apuesta por el pragmatismo: desde el conflicto de 1962, China e India protagonizan conatos bélicos o enfrentamientos puntuales por territorios en disputa y, en una frontera de casi 3.500 kilómetros, aún quedan abiertas disputas en Ladakh, Doklam o Arunachal Pradesh. La última refriega fronteriza, la de 2020 en Galwan, en Ladakh, provocó que las relaciones se enfriaran, aunque no llegaron a romperse. Además, China es un aliado vital de Pakistán, el gran enemigo indio, y ha conseguido establecer relaciones económicas estables con los vecinos de India.
En el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái, recientemente Modi visitó China. Es su primer viaje a este país desde 2018. Algunos analistas especulan con que los aranceles de EEUU podrían provocar una alianza entre India y China, aunque para Joshi lo más probable es que se restablezcan las relaciones anteriores al conflicto de 2020 que provocó un enfriamiento que afectó sobre todo a la esfera diplomática.
Entre las medidas, se suspendieron los vuelos directos entre ambos países y Nueva Delhi prohibió más de un centenar de aplicaciones chinas, entre ellas TikTok. Sin embargo, los intercambios comerciales se mantuvieron sin apenas sobresaltos. Una dinámica que no cambiará hasta que India sea capaz de mantener su industria sin depender de los minerales y componentes chinos.
«India busca recalibrar la relación de forma pragmática. Durante décadas, China ha sido tanto competidor como socio, y Nueva Delhi comprende que no puede ignorarse el peso económico de Pekín. Tras años de tensiones fronterizas, las recientes reuniones de alto nivel sugieren un esfuerzo por estabilizar las relaciones. India quiere mantener los canales abiertos, participar donde sea posible el beneficio mutuo y, al mismo tiempo, resistir firmemente la asertividad china en la frontera o en el Indopacífico. En este sentido, India no está abandonando la desconfianza hacia China, sino que está demostrando madurez diplomática al combinar la competencia con la cooperación selectiva», explica Panda, quien considera que, para mitigar las vulnerabilidades actuales y mantener el crecimiento económico, Nueva Delhi tiene que combinar «autosuficiencia, diversificación y reciprocidad selectiva».