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“Si una relación no te hace sentir seguro, tienes derecho a salir, incluso si es con tus padres”

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Cultura | Entrevistas

“Si una relación no te hace sentir seguro, tienes derecho a salir, incluso si es con tus padres”

Andrea Bajani es una de las voces más destacadas de la narrativa italiana contemporánea. Su novela más reciente, 'El aniversario', ha generado un notable impacto crítico y lector.

El escritor italiano Andrea Bajani, autor de la novela 'El aniversario'. ALFREDO FREDIANI
Guillem Pujol
12 septiembre 2025 Una lectura de 7 minutos
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Andrea Bajani (Roma, 1975) es una de las voces más destacadas de la narrativa italiana contemporánea. Periodista, traductor y escritor, su obra se caracteriza por una mirada precisa y emocionalmente compleja sobre las relaciones humanas, los afectos y las estructuras que nos conforman. Su estilo sobrio y elegante lo ha convertido en un referente imprescindible de la literatura europea actual.

Su novela más reciente, El aniversario, publicada en castellano por Editorial Anagrama y en catalán por Edicions Periscopi, ha generado un notable impacto crítico y lector. Con más de 100.000 ejemplares vendidos en Italia y múltiples traducciones, el libro aborda uno de los grandes tabúes culturales de nuestra época: la posibilidad —y el derecho— de romper los lazos con la propia familia. Narrada con una extraordinaria contención emocional, El aniversario no es una autoficción, ni una memoria disfrazada. Es una novela en toda regla, escrita —como dice el propio Bajani en esta entrevista— desde la necesidad de ir más allá de lo conocido: “No estoy interesado en escribir lo que ya sé. Para mí, uno de los desafíos de la vocación literaria es descubrir lo que no sabes.”

El protagonista —un hijo que decide cortar definitivamente la relación con sus padres— se convierte en el vehículo para explorar el conflicto entre el mandato cultural del amor filial y la autoprotección emocional. “Si una amistad o un matrimonio es abusivo, podemos dejarlo. ¿Por qué no ocurre lo mismo con la familia?”, plantea Bajani.

Una de las cosas que más me sorprendió es cómo logra contar una historia profundamente íntima —la de una familia, la suya, podríamos pensar— y al mismo tiempo hacerla resonar como un relato universal. ¿Desde el inicio concibió el libro como una historia personal o quería hablar de algo que nos atraviesa a todos?

Curiosamente, fue todo lo contrario. Como escritor, nunca me interesó contar mi vida. Ni siquiera me siento cómodo con la noción de literatura como testimonio. Rechazo la autoficción, al menos como autor. Para mí, la novela es un territorio de búsqueda, un género inquieto que mezcla lo real con lo imaginario, lo percibido con lo inventado. No escribo para repetir lo que ya sé; escribo para descubrir lo que no sé. Ahí reside, en mi opinión, la esencia misma de la literatura.

Dice que no es autoficción, aunque muchos lectores lo leen como tal. ¿Dónde traza esa línea?

Para mí, la autoficción es una etiqueta que ha terminado por vaciar de sentido el trabajo literario. Toda novela contiene elementos autobiográficos y ficticios. Eso es inevitable. Pero lo que define a una novela es su voluntad de transformación. La literatura no es un espejo; es un lente que deforma, que amplifica, que interroga. No escribí El aniversario para contar mi historia. La escribí porque necesitaba explorar una experiencia que es más grande que yo. Y lo hice con las herramientas de la ficción, no del testimonio.

Y un terreno altamente político, al menos en lo simbólico de las relaciones entre sus personajes. ¿Diría que El aniversario es también una novela política?

Sin duda. Lo descubrí mientras la presentaba: lectores y lectoras se acercaban a decirme cosas como “¿Cómo puedes conocer mi historia tan bien?”. Incluso me nombraban terapeutas reales, convencidos de que yo hablaba de ellos. Y no, no los conocía. Eso me reveló que el libro tocaba algo más profundo que una experiencia personal: estaba hablando de una estructura compartida, de un dolor colectivo. La familia patriarcal no es solo una configuración privada, sino un modelo cultural que ha sido impuesto políticamente. Cuestionarla, por tanto, no es una anécdota íntima, sino un acto político.

El libro parece desafiar un pilar del imaginario judeocristiano —y muy específicamente italiano—: la familia. ¿Fue su intención desafiar ese imaginario?

Digamos que lo hice sin proponérmelo como consigna, pero sí, lo que ocurrió fue que el libro tocó un tabú. La idea de que los vínculos familiares no pueden romperse, por muy dañinos que sean, sigue profundamente arraigada. Si una relación de pareja es abusiva, puedes dejarla. Si una amistad te hace daño, puedes alejarte. Pero si es tu madre, tu padre, tu hermano… entonces no puedes. Hay una noción arcaica que dice que la sangre es destino. Y lo que yo planteo es que no debería serlo.

¿Cree que esa reacción es específica de Italia o es algo más general?

Diría que es más común en los países con fuerte tradición católica o latina. Cuando se vendieron los derechos del libro en el extranjero, mis agentes me comentaban que los editores de países nórdicos o anglosajones estaban más abiertos, mientras que en Italia, España o Francia el libro generaba incomodidad. Pero esa incomodidad es parte de lo que lo hace necesario.

A pesar de esa crítica a la familia como institución, también aparece la idea de la “familia elegida” mediante algunos personajes intentan ocupar el lugar del afecto perdido. Sin embargo, no parece que esta sea una respuesta total — o al menos — capaz de sustituirla perfectamente. ¿No cree del todo en esa alternativa?

Lo que pasa es que, en literatura, las respuestas cerradas no tienen cabida. Esa es tarea de los políticos, los sociólogos, los psicoanalistas. Lo que sí puede hacer una novela es cuestionar la versión oficial. Y esa versión dice que la familia patriarcal es lo normal, lo natural. Yo no creo en eso. Pero tampoco creo que podamos sustituirla por completo con una ficción de familia ideal y elegida. El protagonista del libro no destruye la familia como concepto: construye una propia, desde otro lugar, con otros principios. Es apenas un intento, sí, pero necesario.

Me pareció muy potente cómo retrata la emancipación. El protagonista rompe con su familia, pero no como un acto liberador sin costo, sino como algo profundamente doloroso. ¿La libertad duele?

Exacto. Era importante para mí no fingir un final feliz. Cuando una familia se rompe, aunque sea necesario, duele. La compasión consiste en no simplificar eso. No puedes simplemente cortar los lazos y ser feliz. Eso no existe. Pero, aunque duela, hay un derecho fundamental: el derecho a sentirse seguro, incluso si es necesario alejarte de tus propios padres. De eso trata El aniversario.

Eso se aleja bastante del ideal de “final feliz” o del sueño americano de la pastilla mágica…

Sí. Aquí no hay píldoras rojas o azules. No hay atajos. Solo hay una decisión: protegerte, aunque eso te aleje de quienes se supone que deben cuidarte.

Y que no deberíamos normalizar el sufrimiento solo porque viene de la familia…

Sí, y sin embargo todavía nos cuesta formularla en voz alta. Se asume que hay ciertos vínculos —el de madre, el de padre, el de hijo— que deben mantenerse incluso a costa del propio bienestar. Eso es una violencia simbólica tremenda. El aniversario no busca dinamitar esos vínculos, sino poner en cuestión la obligación de sostenerlos a toda costa. Si en una relación no hay seguridad, entonces hay que poder salir, sin culpa. Y eso, aunque parezca evidente, sigue siendo una herejía emocional en muchas culturas.

Muchos lectores y lectoras se han reconocido en la historia. ¿Cree que hay algo generacional en esta novela? ¿Que habla de un momento específico en el que ciertos silencios por fin pueden romperse?

Sin duda. Este libro solo podía escribirse ahora. Hace diez años no habría tenido ni el lenguaje ni el contexto para existir. Lo que El aniversario dice, lo dice porque el presente lo permite. O mejor: porque el presente lo necesita. Estamos en un momento de crisis —social, emocional, geopolítica— en el que muchas personas están cuestionando el modelo de familia que heredaron. Ya no basta con idealizar lo que fue. Hay una necesidad real de imaginar nuevas formas de estar juntos. Más justas, más sanas, más libres.

En este sentido, la novela también parece plantear una crítica al perdón como valor absoluto. El protagonista no busca reconciliación, ni cierre, ni paz con su pasado. Simplemente se aparta.

Sí, y eso fue una decisión deliberada. En muchas tradiciones, el perdón está sacralizado. Se asume que perdonar es siempre el gesto moralmente superior. Pero a veces el perdón implica una relación de poder: uno perdona desde arriba, el otro es perdonado desde abajo. Yo no quería reproducir esa lógica. El aniversario no trata sobre el perdón, sino sobre la renuncia al poder. Sobre cómo reconstruir los vínculos —o romperlos— sin que la jerarquía los determine. No es una historia de redención. Es una historia de límites.

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