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Paulina Flores: “Me interesa la tragedia griega tanto como el reguetón. Me gusta transitar, no elegir bando”

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Cultura

Paulina Flores: “Me interesa la tragedia griega tanto como el reguetón. Me gusta transitar, no elegir bando”

La autora chilena ha publicado 'La próxima vez que te vea, te mato' (Anagrama), un viaje vertiginoso por las contradicciones de una generación marcada por el feminismo, el capitalismo emocional y la precariedad estructural.

La escritora Paulina Flores. CEDIDA
Guillem Pujol
27 julio 2025 Una lectura de 8 minutos
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«En el amor, siempre somos principiantes», dice Paulina Flores, una de las voces más singulares de la narrativa chilena contemporánea. Su literatura se mueve en los márgenes de lo íntimo y lo político, lo sentimental y lo estructural, sin subrayar nunca una respuesta definitiva. Tras Qué vergüenza (2016), un libro de cuentos que la consagró como una autora a seguir y que fue distinguido con el Premio Roberto Bolaño y el Premio Municipal de Literatura de Santiago, e Isla Decepción (2019), una novela que abordaba las heridas coloniales en el extremo austral de Chile, Flores publica ahora La próxima vez que te vea, te mato (Anagrama).

Protagonizada por Javiera, una mujer chilena que llega a Barcelona en medio de un desarraigo migrante, amoroso y económico, la novela es un viaje vertiginoso por las contradicciones de una generación marcada por el feminismo, el capitalismo emocional y la precariedad estructural. «Mostrar sexo sin caer en lo trillado es difícil. Y como escribir no es nada sin ese riesgo, eso es lo que más me interesa de la literatura», afirma Flores. Conversamos con ella sobre violencia, deseo, formas narrativas, adolescencia emocional y la dificultad –o imposibilidad– de romper con los vínculos heredados.

La próxima vez que te vea, te mato se mueve entre lo testimonial, lo personal, lo íntimo y lo social, sin anclarse del todo en uno de esos registros. ¿Cómo piensas esa variedad de registros cuando escribes? ¿Esa mezcla de géneros prefiguró el contenido, o tenías primero una idea que querías escribir?

Sí, yo diría que sí, que hay una búsqueda consciente entre lo íntimo y lo colectivo. No sé si leíste Las palmeras salvajes de William Faulkner…

No, no lo he leído.

Es un libro de referencia para mí. Lo leí cuando estaba en la universidad y me marcó muchísimo. Por un lado, cuenta una historia melodramática de amor entre un médico y una mujer casada, y por otro, la narración de unos presos que se ven obligados a ayudar tras la crecida del Mississippi. Y esa convivencia entre lo íntimo y lo social siempre se me quedó grabada. También viene de mi educación sentimental chilena, con el cancionero popular –Víctor Jara, Violeta Parra, Jorge González– donde una canción de amor puede ser también una canción de protesta. Y desde ahí está ese cruce en mi literatura.

Y en el caso de tu última novela, la violencia a la que puede llegar tu personaje también se encuentra imbricada en una red que participa del amor, de la rabia, del deseo… 

Ese fue el tema que más me costó. Tuve que leer mucho y buscar películas que me gustaran, como de artes marciales o de la yakuza, y permitirme disfrutar ese tipo de violencia desde la ficción, sin sentirme culpable. También me ayudó El arte de la crueldad de Maggie Nelson, donde analiza artistas crueles –Artaud, Bacon, Plath…– y cómo problematizan esa relación. El desafío era no caer ni en un cinismo frío ni en una ternura ingenua. Buscar ese punto medio incómodo.

Que también se encuentra en la reflexión sobre los afectos: relaciones monógamas, no monógamas, se presentan siempre con contradicciones inherentes… ¿cómo crees que conecta tu novela con los actuales debates feministas?

Bueno, estas cosas las entiendo más ahora que cuando las escribía. Mis personajes siempre enfrentan dilemas morales o problemas de identidad, y no quería categorizarlos en bueno-malo, machista-feminista. Además, pienso que el capitalismo se apropia de todo discurso alternativo y lo convierte en producto. Eso pasó con el amor libre y con los millennials. En 2021, cuando llegué a Barcelona, estaba de moda el poliamor, como si fuera la gran revolución. Y eso convivía con una educación sentimental heredada de telenovelas, donde lo romántico orbita en torno al hombre. Así que me interesaba mostrar esa tensión.

Hay también una obsesión con el pasado, con ese diálogo constante que el personaje mantiene con su historia. 

Sí. Lo he trabajado mucho en mis otros libros. Tiene que ver con Chile, con cómo nos relacionamos con la dictadura, que nunca terminó de resolverse, y también con las clases sociales, que en su aspiración tienden a borrar sus orígenes. Javiera es, quizás, de mis personajes más conscientemente aspiracionales.

En cuanto a clase social y experiencia migrante, me imagino que parte de tu vivencia en Barcelona se cuela en ese personaje.

Totalmente. Aunque mi migración fue protegida –con beca, sin racialización– la experiencia de llegar a un lugar donde no entiendes nada te vuelve un poco extraterrestre. Y eso se parece mucho al enamoramiento: todo parece nuevo, único. Javiera vive ambos procesos.

Me gusta cómo Barcelona funciona casi como un descenso a los infiernos.

Sí. Un amigo poeta me dijo algo parecido, que era como un descenso guiado por poetas virgilianos. Aunque en mi caso le añado un tono patético y quijotesco, porque no es tan oscuro. Esa mezcla me gusta.

He leído en entrevistas que trabajas intencionadamente con un punto de vista adolescente, en tanto que es útil para desplegar esa suerte de vulnerabilidad constante. ¿Es una herramienta literaria para ti?

Sí. Porque los adolescentes y los criminales son los que tienen problemas con la autoridad. Javiera quiere ser ambos. Además, en el amor, siempre somos principiantes. Raymond Carver quería titular De qué hablamos cuando hablamos de amor como Principiantes. Y eso también está cruzado por el capitalismo: el sistema quiere jóvenes, precarios, becarios eternos. Me interesa mostrar hasta qué punto nuestras decisiones son libres o son un reflejo de cómo funciona el mundo.

“El sistema quiere jóvenes, precarios, becarios eternos”

Y justamente, me da la impresión de que el personaje no es anticapitalista sino funcional al sistema, con esa tensión entre querer estar fuera, pero desear pertenecer.

Exacto. Al final, ella dice que es sumisa al amor, al arte y al capitalismo. No se engaña.

Hablemos del deseo. En la izquierda se ha hablado mucho del deseo como potencial emancipador, pero en tu libro aparece otra vertiente algo más claustrofóbica, digamos. ¿Qué significa para ti, el deseo?

Esa palabra siempre me ha fascinado porque no sé bien qué significa. Es como algo que está en un futuro que no existe. Me interesaba mucho trabajar escenas eróticas y mostrar cómo, formalmente, el lenguaje puede hacer que cosas viejas parezcan nuevas. Lo erótico tiene un componente masoquista que quise explorar.

Y eso tiene mucho que ver con el estilo, ¿no? Con cómo las emociones fuertes se transmiten.

Sí. Mostrar a alguien llorando es cursi. Mostrar sexo sin caer en lo trillado es difícil. Y como escribir no es nada sin ese riesgo, eso es lo que más me interesa de la literatura. Desde siempre me han fascinado escritores como Faulkner, Foster Wallace o Virginia Woolf, donde todo transcurre en la mente del personaje. Me interesa cómo narrar desde la mente y hacer que el lector se meta ahí.

¿Dirías entonces que la forma predetermina el contenido en tu escritura?

Sí, totalmente. Al principio parto de una idea general y trabajo con ciertas intuiciones, pero si no encuentro una forma para reflejar eso, me aburro. No podría escribirlo. Necesito que lo formal me motive, que me dé ganas de seguir. Ahí está todo mi amor a la literatura. Además, el tipo de literatura que me interesa está muy influenciado por autores que leí joven: Faulkner, Foster Wallace, Virginia Woolf… Todos ellos trabajan desde la mente, y en esa mente vive la historia, más que en la acción.

¿Sientes que perteneces a una generación literaria? ¿O escribes más desde una posición individual, al margen de etiquetas?

Veo ciertas afinidades. Por ejemplo, con Alejandro Zambra, con quien hice talleres hace años en Chile, siento una conexión formal, una búsqueda similar. También con Luna Miguel, que es amiga, y con Andrea Abreu. No sé si somos una vanguardia, ojalá lo fuéramos –es mi sueño, de hecho–, pero sí hay algo afectivo que nos une.

Sin embargo, últimamente me preocupa lo contrario: la sensación de que estamos viviendo una época en la que la industria editorial se ha vuelto como el fast fashion. Todo gira en torno a la novedad. Y eso me inquieta, porque la literatura, para mí, siempre fue otra cosa. En los últimos seis meses he sentido que se avecina una implosión. Y por eso, me he acercado mucho más a la poesía: la veo como un cocodrilo ancestral, una criatura primitiva que ha sobrevivido a todos los cambios de la historia. La novela, en comparación, es reciente. La poesía resiste.

“Cuando todo esto estalle, mi refugio serán las palabras”

¿Tu hipótesis sería entonces que hay una aceleración capitalista de la narrativa? ¿Una autodestrucción del modelo literario dominante?
Sí, algo así. Pero más que eso, creo que cuando todo esto estalle, mi refugio serán las palabras. Toda mi fe está puesta ahí. No escribo pensando “¿cuál será el próximo tema?”, pero sí me preocupa lo que veo. Prefiero ser consciente de cómo está funcionando todo.

Y dentro de eso, ¿cómo ves el lugar de la llamada “literatura de los márgenes”? ¿Te ubicas ahí o sientes que la categoría es en sí misma limitante?
Creo que eso pertenece a un mundillo un poco barcelonés, medio pequeño-burgués. No me ubico ahí. Justo estoy leyendo un libro de Mark Fisher, y me encantó una idea suya: que, por clase social, mucha gente solo puede tener experiencias estéticas profundas a través de la música popular. Y eso me hizo entender por qué la música es tan importante para mí, y por qué aparece tanto en mis libros.

Siempre he mezclado lo que se considera baja cultura con alta cultura. Me interesa la tragedia griega tanto como el reguetón. No quiero conectar ambas cosas de manera didáctica, sino vivir entre ellas. Me gusta transitar, no elegir bando.

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