Lidia Vega // Después de lanzarme a la calle el pasado 14 de abril, hay una pregunta que me martillea la cabeza una y otra vez, ¿por qué la monarquía no se pone a voluntad del pueblo?
No es solo que a mí, tras 22 años de vida, nunca se me haya preguntado si quiero un sistema monárquico o republicano como representación del Estado. Y ya no solo es que a mi generación no se le dé voz, es que a la última que la dejaron susurrar fue a la de mis abuelos antes de volverla a dormir. Murmurar en un referéndum edulcorado donde no se nombraba a la República y todo estaba orquestado para que heredara el legatario del dictador.
Por un momento, el 14 de junio de 2014, un pequeño aleteo esperanzador nos hacía soñar con poder acceder a las urnas y que el pueblo pudiera, por fin, volver a recuperar su voz. Pero no, volvieron a silenciarnos. No se trata de vestir los colores republicanos, se trata de hacer valer una más que dañada democracia, que parece que nunca acaba de despertar, nunca acaba de llegar.