Cultura
Juan Evaristo Valls: “La gente ya no se cree esa fantasía de realización plena y feliz a través del trabajo”
El pensador publica 'El derecho a las cosas bellas. Vindicación de la vida holgada' (Ariel), un ensayo que reivindica el derecho a la pereza, a la huelga, a la jubilación, a la ciudad y a la literatura.
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“Aquí no nos concierne el derecho al trabajo ni el derecho al descanso, sino algo distinto: la gloria a la desocupación”. Esa cita resume bien los postulados del ensayo recién publicado El derecho a las cosas bellas. Vindicación de la vida holgada (Ariel, 2025). Escrito por Juan Evaristo Valls Boix, el libro supone un canto a la posibilidad de alternativa al capitalismo. Pero no una alternativa cualquiera: el derecho a la pereza, a la huelga, a la jubilación, a la ciudad y a la literatura son los mecanismos que este profesor de Filosofía de la Cultura en la Universidad Complutense de Madrid articula para hacer ver que otra vida es posible, una vida horizontal.
En esta entrevista, el pensador reflexiona sobre los aspectos clave de su obra a través de algunas de las citas que dispara en las más de 200 páginas que ocupan sus reflexiones. Aquí va la primera: “¿Cómo competir con un cedro o una libélula? Mejor tenerlos cerca, la fiesta de la imaginación”.
Al principio de su ensayo defiende que “el derecho a las cosas bellas no es una quimera, sino un conjunto de garantías que imponen un límite absoluto al gobierno neoliberal de nuestras vidas”. ¿Qué son las cosas bellas?
Las cosas bellas son aquellas cosas inútiles que no sirven para nada o para nada más que en sí mismas, en su realización. Para mí, tienen que ver con lo inútil, con aquello que va más allá del trabajo, que no están al servicio del capital sino al servicio de la vida, al servicio de ese continuo comienzo de una posibilidad para la alternativa. En el libro recojo algunos apuntes en torno a esto de la mano de Emma Goldman, con quien comienzo el relato, pero también de Hannah Arendt, con cierta relectura de lo que ya apuntaba Aristóteles.
El primer derecho que menciona es el “derecho a la pereza”. Llega a afirmar que “cualquier sociedad que se construya en torno al trabajo es una sociedad que niega la vida”. En un momento hiperproductivista como el que vivimos, ¿cuál cree que es la percepción social del perezoso?
Vemos al perezoso, al vago, al inoperante como una figura abyecta, sospechosa a muchos niveles. El perezoso encarna la pérdida, y precisamente la pérdida es lo que el capital no tolera. Lo podemos reconocer como aquel que pierde el tiempo. Sin embargo, vivimos en un sistema capitalista que decreta una suerte de principio vital según el que todo lo que no gana o crece no merece vivir.
Esto va más allá de la idea de pérdida económica.
El perezoso es considerado alguien horroroso, escandaloso, también en términos ético-políticos. Y lo vemos así porque la pereza encarna un orden distinto de las cosas, un orden nuevo y, por tanto, la mejor prueba de que el capitalismo es un sistema que niega la vida, el goce y el disfrute.
¿Qué otras imágenes de la pereza existen?
Yo las denomino “el privilegio de la pereza”. Por ejemplo, aquel que se toma vacaciones porque se lo merece, como el turista que se va de crucero, la imagen de alguien descansando en una sauna o en un resort, o que hace un safari. Esa es la imagen de un ganador, de una persona que se ha realizado, del empresario rico que se merece descansar. Esa es la única imagen de inoperancia que tolera el capitalismo. Es perfecta, porque integra la idea del ganador con la del consumidor, que es otra forma de capital.
Yo lo que quiero es que la pereza sea algo que esté liberado para todos. Es paradójico que este sistema que promete felicidad y éxito produzca sistemática y estructuralmente malestar en la mayoría de la ciudadanía.
¿Funcionaría el sistema si todo el mundo practicara la pereza como posicionamiento político?
Abranzado la pereza se mostraría que el sistema en sí mismo ya es disfuncional. La idea del libro es proponer a través de estos derechos otra noción de lo público y otra forma de pensar la vida en común. Siempre hemos pensado esta idea del progreso desde el trabajo y la productividad. Una sociedad más perezosa nos llevaría a desplazar el capital del centro para entender la vida como descanso, placidez, repleta de vínculos improductivos y repleta de relaciones de cuidado.
Utiliza continuamente la metáfora de la horizontalidad para ilustrar este nuevo sistema que propugna. Dice, por ejemplo, que “lo horizontal es la condición de una vida justa y compartida, buena por justa, justa por buena, salvaje y bellísima al otro lado del mundo del trabajo”, o que “tal es la condición horizontal del viviente, que place y ni se levanta. La escucha y la conversación son su mayor destreza”. ¿A qué se refiere exactamente con vivir en horizontal?
Esta idea proviene de otras pensadoras, como Adriana Cavarero. Para mí, la horizontalidad aspira a vincular una reflexión anticapitalista sobre el rechazo del trabajo con una reflexión feminista en torno a los cuidados y la interdependencia. Me parece importante remarcar que siempre que hablamos de verticalidad o autonomía o crecimiento, hay un otro sobre el que nos apoyamos e invisibilizamos.
La condición horizontal tiene que ver con reconocer esa interdependencia, de estar siempre abrazando a esos otros. Esto está ligado a la pereza. Cuando realmente no hacemos nada, cuando salimos de la lógica que nos urge a aprovechar el tiempo, podemos escuchar esa alteridad. Solo ahí aparece esa relación de conversación y cuidado y no de aprovechamiento o competición. También aquí aparece un espacio para la alternativa, para pensar que las cosas pueden ser de otra forma.
Sobre este tema hay otra cita que me ha llamado la atención: “Una pasión extraña recorre nuestro cuerpo y nos impide desear. Es por ella que ya no sabemos de vida buena y solo pensamos en el éxito”. Estas palabras conjugan más adelante con otras: “Nuestros deseos se animan mutuamente, mi deseo sostiene tu deseo, tu deseo late dentro de mí y afirma la vida a través de mí”. ¿Somos capaces de desear algo nuevo, no preconfigurado?
Una de las cosas que he aprendido de los feminismos es que el cambio social acontece, no cuando satisfacemos nuestras demandas, sino cuando cambiamos el modo de desear. Si satisfacemos nuestros deseos actuales, seguirán siendo deseos de un sujeto capitalista, como quizá formar una familia, tener una casa o ganar mucho dinero. Muchos filósofos que abordan el capitalismo no solo como sistema económico, sino como forma de gobierno, defienden que en esta fase neoliberal en la que nos encontramos funciona a través del gobierno del deseo.
¿Somos víctimas de nuestros deseos?
Algo así, porque el capitalismo capta y secuestra nuestro deseo a través de la excitación constante, a través de una falsa sensación de libertad. Es lo que ocurre con el fomo, cuando pensamos que nos estamos perdiendo algo porque no podemos llegar a todo. Veo que no hay deseo suficiente para colmar tanta supuesta posibilidad de placer, por así decirlo.
¿Hay futuro para nuevos deseos?
Yo creo que sobre todo lo que hay es presente. Vemos un cambio de sensibilidad a nivel social. Lo vimos con el 15-M, lo hemos visto con las consecuencias de la pandemia y sus políticas de confinamiento, y mucha gente ahora deja sus trabajos cuando antes aguantaba cualquier cosa. La gente ya no se cree esa fantasía de realización plena y feliz a través del trabajo. Y responde. Lo vemos en los activismos antiturismo masificador, o en los activismos por la vivienda digna. Sí veo una sensibilidad nueva post-trabajo, si se quiere, o reticente y crítica con el trabajo que ya está serpenteando y drenando por la sociedad.
El derecho a la huelga es otro de los grandes temas que trata. “Dime en qué mundo vives y pensaremos juntos sus huelgas. Háblame de tu dolor capital y aprenderemos una huelga nueva, como se aprende una lengua íntima”, escribe. ¿Por qué le interesa la huelga como forma de vindicar una vida holgada?
Porque es la capacidad de decir no, de interrumpir los procesos, de deponer, deshacer y destituir lo asentado. Además, el derecho a huelga siempre ha estado unido al derecho de reunión y sindicalización, a estar vinculados. La huelga tampoco se trata de un vínculo familiarista, o de la clase obrera con la burguesía, sino entre iguales. Los camaradas son aquellos que duermen en la misma habitación, bajo la misma cámara, aquellos que están unidos por el descanso y no tanto por el cansancio, por eso me interesa la huelga entre camaradas, porque amenaza con distorsionar el sistema.
Más tarde habla del derecho a la jubilación casi como un continuum al de la pereza y la huelga. Dice que “la jubilación como derecho y no como caridad constituye una exigencia democrática que desvela las limitaciones y las bajezas de la relación contemporánea entre Estado y Capital”. ¿Qué significa a nivel social la existencia de la jubilación?
Si uno revisa nuestro lenguaje jurídico, la jubilación ha cristalizado en la seguridad social. Esto tiene una clara orientación asistencialista, lo que se alejaría del derecho pleno. Y también está ligada a la invalidez, a lo improductivo. Yo pienso que el derecho a la jubilación considera que la vida tiene valor en sí misma y por tanto nunca es inválida, ni siquiera en su decadencia. Es otro aspecto en el que el sistema falla, solo hay que ver que cada vez más personas reciben una pensión por su edad y son menos los trabajadores en activo que pueden sufragarlas.
En el capítulo del derecho a la ciudad señala que “una ciudad no es un encuentro de familias, sino un canto a la belleza de los desconocidos”. A mí me da la sensación de que vamos en sentido contrario.
Vivimos en ciudades que nos quieren para trabajar o consumir, pero no para vivir en ellas, y esto sucede de forma muy literal. Ahí es donde la ciudad deja de ser un derecho y se torna un privilegio reservado para aquellos que además de trabajar y consumir, pueden vivir en ella.
Por otra parte, solo en la ciudad es donde tienes la posibilidad de encontrarte con desconocidos. Eso no pasa en tu familia, en tu pueblo o en tu centro de trabajo. Eso es justamente la ciudad, vivir juntos sin guardar una relación común. Las ciudades ahora se han convertido en polos de atracción en donde vivir experiencias continuas, donde la gentrificación predomina y solo se busca generar valor a costa del pequeño comercio, de la esencia de los barrios, que poco a poco se está agotando. Ya hay barrios enteros que parecen parques temáticos para turistas, que se han convertido en una especie de decorados muy siniestros para los vecinos de siempre.
Cuando yo reclamo el derecho a la ciudad es para hacerme eco de estos activismos que entienden los barrios, no como espacios para crear valor, sino en los que poder reunirse, relacionarse sin tener que consumir o trabajar, y vivir sin más afán que vivir. Eso es lo que reivindico, la parte improductiva de la ciudad que tanto castiga el sistema en el que estamos inmersos. En la ciudad podemos no tener nada en común con los demás excepto una cosa, que es que vivimos justamente en una ciudad. Es decir, compartimos en mayor o menor medida nuestras condiciones materiales de vida.
En el último capítulo de su libro aborda el derecho a la literatura. En un momento dado, dice que “la incapacidad de pensar se corresponde con la incapacidad de parar. Sabiduría y productivismo se oponen como libertad y estrés se oponen”. ¿Qué subyace en esta relación que plantea?
Un primer apunte importante es la diferencia que realizo entre universidad y academia. Defiendo la universidad como el lugar del que puede nacer la posibilidad de articular una diferencia o alternativa sobre los instituido, a la capacidad de crear pensamiento crítico. La universidad es una institución preciosa porque en ella uno puede pararse, parar por un momento el sistema para pensar formas diferentes de articularlo, ya sea en un sentido más teórico o en otro más práctico. En el momento en que la universidad se somete o supedita al valor que le marca el mercado laboral, como cada vez sucede con más frecuencia, comienza a desaparecer en favor de la academia.
Deberíamos defender la capacidad de la universidad de ser ese lugar en el que poder pensar a fondo perdido, que supere la eficiencia y se arrime al deseo, al amor y la curiosidad por saber. Es ahí donde nacerá la posibilidad de desorden total y desbordamiento de las instituciones para pensar formas nuevas de articular la realidad y defendernos desde lo común.