Cultura
Dos perros callejeros
‘Black Dog’ es un canto al antihéroe, una película irónica y bellísima sobre la inesperada amistad entre un perro y un exconvicto en una China rural que también se vacía.
Contar una historia sobre la amistad/amor entre un perro y un ser humano implica siempre grandes riesgos. En ocasiones puede uno bajar las defensas y acabar gozando (arrasado por las lágrimas y la vergüenza) de una película como Siempre a tu lado (Hachiko) (2009)… si logra sobrevivir al coma diabético, claro. Hay también, por supuesto, obras maestras como Umberto D (1952), de Vittorio De Sica, pero no son habituales. Lo normal es que la cursilería arruine el relato porque los perros son pura emoción. Y en el cine, como en la droga, la emoción hay que cortarla convenientemente para que no sobrevenga el desastre.
Uno de los muchos aciertos de Black Dog es la distancia que su director pone entre sus protagonistas y el público. Esta distancia es tanto sentimental como material: no hay planos cortos de ellos, no hay unos ojos, caninos y acuosos, ocupando toda la pantalla y estrujándonos el corazón. Guan Hu no juega a eso. Dispone sus imágenes de forma casi teatral. Pretende trasladar su narración a través de las formas y los cuerpos, como en la danza o en el cine mudo. Y lo consigue superando incluso las limitaciones técnicas que impone el color del animal: se trata de un galgo tan negro, tan negro que no hay en el mundo una cámara con un rango dinámico capaz de captar sus detalles. A veces no es más que una mancha negra moviéndose por el encuadre, una sombra chinesca, pero tan expresiva que captura nuestra atención y no la suelta.
Obviamente, para trabajar con estos elementos, hay que ser un monstruo de la composición, y no hay muchos directores así, no crean. O no saben concebir un gran plano general (quizás han visto demasiada televisión) o caen en el cliché del paisaje publicitario. Guan compone imágenes a la manera de los grandes maestros. La primera escena de Black Dog es una estampida, pero no de caballos, sino de perros asilvestrados en el desierto del Gobi. Y al verla uno se imagina a David Lean o a John Ford diciendo: «Good job, Hu».
El director chino cuenta la historia de dos perros callejeros; uno, efectivamente, del orden de los cánidos y el otro, humano. Transcurre en 2008, cuando Pekín celebraba sus Juegos Olímpicos y certificaba su estatus de superpotencia. Pero Guan se centra en una pequeña ciudad desindustrializada en proceso de vaciarse. Sólo quedan unos pocos habitantes y los perros que han sido abandonados por sus dueños antes de emigrar. Es entonces cuando Lang (Eddie Peng) sale de la cárcel y regresa allí, al origen de sus problemas con la ley. Y allí, nuevamente, todo le saldrá mal, salvo en su relación con este perro negro, presuntamente rabioso, al que todo el mundo quiere sacrificar.
Black Dog es un canto al antihéroe, ahí radica su encanto y su singularidad. Lang no gana ninguna pelea. No consigue enamorar a la chica ni hacer las paces con su padre alcohólico. Ni siquiera consigue saltar con su moto como lo hacía antes (era artista de circo). Y no estamos ante un drama, ojo. Guan cuenta todo esto con una distancia irónica deliciosa y una belleza arrebatadora. Con esta historia sobre dos seres marginados y solitarios ganó (merecidísimamente) el gran premio de la sección Un Certain Regard, en Cannes.
‘Black Dog’, de Guan Hu, se estrena en cines el viernes 4 de julio.
Esta reseña se ha publicado originalmente en El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para apoyar el periodismo independiente.