Cultura | Sociedad
El ‘twerk’ (más allá del culo)
Reducido a un gesto sexualizado por el imaginario colectivo, el ‘twerk’ es en realidad un baile de origen afrodescendiente nacido en comunidad. Hoy, diversas bailarinas profesionales luchan por decolonizarlo y devolverle su dignidad.
Este reportaje sobre el ‘twerk’ se publicó originalmente en #LaMarea106. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y seguir apoyando el periodismo independiente.
Sexualización, prostitución, OnlyFans, videoclips… Estos son algunos de los términos a los que las alumnas de la bailarina y profesora Alexia Piñeiro asocian el twerk antes de iniciar un taller sobre este baile. «Después de la clase salen conceptos como esfuerzo, coordinación, conciencia corporal», cuenta satisfecha. «De hecho, se dan cuenta de que no necesitas tener un culo determinado para bailarlo, basta con que tengas pelvis».
La conexión inmediata entre twerk y culo no sorprende, ya que es a lo que esta danza ha sido reducida. Y si bien es cierto que el twerk enfatiza el movimiento de las caderas y los glúteos –así como el claqué podría considerarse un baile «de pies»–, en esta afirmación reduccionista hay un juicio y prejuicio: sobre el menor valor de un baile en función de la parte del cuerpo que mueva, y sobre la vergüenza o pudor de mover una zona asociada a lo genital, a lo íntimo y a lo sexual. Una frase que ya coloca el twerk en una posición inferior frente a otras danzas.
«Al principio había mucho clasismo de bailarines de otros estilos. Cuando se empezó a profesionalizar, se dieron cuenta de que a nivel técnico no es tan sencillo y empezó a cambiar un poco la película. Pero reconozco que si voy a un casting, no voy a decir soy bailarina de twerk. Al final, disfrazas un poco el término porque muchas veces hay un rechazo automático por el género debido a esa asociación con lo sexual», dice Iria Astasio, más conocida como Irie Queen, una bailarina profesional especializada en la cultura Dancehall y Twerk. Cree que esa idea tiene un epicentro: Miley Cyrus meneando el culo en los MTV Awards de 2013. «Esa imagen de Miley presenta a una mujer cosificada sirviendo al hombre, cuando en realidad el twerking en origen se bailaba culo con culo y en comunidad, entre mujeres, niños y señores y señoras mayores», resalta.
Por su parte, la también bailarina, docente y socióloga Kim Jordan, cree que «lo que molesta [a bailarines de otros estilos] es que no es un baile de élite». «No tienes que ser delgada ni tener un cuerpo específico o un calzado especial. Es una danza de la calle que se hacía en comunidad y está abierta a todo el mundo». Además, el hecho de que el instrumento principal sea la pelvis y el culo hace que se juzgue doblemente mal. «Al inicio se miraba mal el ballet porque las mujeres llevaban poca ropa. Y antes se juzgaba al vals porque bailaban muy pegados», recuerda. «Creo que todo va evolucionando».
Orígenes del ‘twerk’
El término twerk se refiere a un único movimiento –mover la pelvis arriba y abajo– de una fusión de estilos con pasos de bounce, dance hall, danza del vientre, funky brasileño, batón… «Básicamente hacer twerking es seguir el ritmo de la música con el culo, es decir, un tipo de booty dance, pero con muchas influencias», explica Irie. «Para mí es importante saber de dónde partimos, para dar un reconocimiento a los estilos que han sido invisibilizados».
Podríamos afirmar que el twerk viene del bounce de Nueva Orleans de la década de los 90. Nace como un subgénero del hip hop pero más rápido. Su falta de popularidad en ese momento «se debe a que está muy asociado a la comunidad LGTBIQ+» y sus representantes eran «mujeres trans u hombres gays y queers», comenta Irie.
Si vamos más atrás, las raíces del twerk se hunden en África. «Mover el culo es un gesto ancestral», sentencia la norteamericana Kim Jordan. «Se trasladó a los Estados Unidos, al Caribe y América del Sur en el siglo XIX con el comercio de las personas negras que fueron esclavizadas. En cada país donde hoy residen las generaciones afrodescendientes, vamos a encontrar una especie de meneo de culo con su propia cultura, música y pasos correspondientes».
Debido a este origen, Jordan insiste en la importancia de transmitir ese germen a su alumnado y denuncia la apropiación cultural del twerk que se ha dado en Europa y América del Norte. «Yo siempre digo que si quieres que el twerk sea feminista, tiene que ser antirracista. Bailar twerk no puede ser empoderante o liberador si no conoces su origen ni honras su historia, porque te cambia totalmente el concepto que tienes de este baile». Por eso, en sus cursos imparte una parte teórica sobre la historia de este estilo y sobre las referentes negras que existen. Big Freedia, el grupo TwerkNOLA o Mizz Twerksum –a la que define como «la paciente cero del twerk» porque hizo el primer vídeo viral de este baile– son algunos de los nombres clave.
«Históricamente las danzas de culo se utilizaban en comunidad para celebraciones: bodas, funerales, cumples, ritos de iniciación, rituales de fertilidad…», explica Jordan. «También se utilizaban para resistir desde un lugar de goce porque todos estos países fueron colonizados y les quitaron todo. Mantener sus danzas y sus cantos era una forma de proteger una parte de su cultura».
Además, su utilidad se relacionaba también con la recuperación postparto y el fortalecimiento de los músculos pélvicos. La reconocida matrona Ina May Gaskin habla del uso terapéutico del baile en las sociedades antiguas, como la danza del vientre en Oriente Medio, las danzas de hula de las islas del Pacífico o las danzas pélvicas en diversos países de África.
Convencida del impacto del twerk en su propio cuerpo tras su maternidad, Kim Jordan decidió enfocar más sus clases hacia la salud y la conciencia corporal, y profundizar así en los beneficios que podía tener para las mujeres embarazadas: «La gente viene con testimonios brutales del tipo ‘me ha regulado la regla, he podido quedarme embarazada, noto la cicatriz de la cesárea más flexible…’. También a nivel de autoestima, especialmente en la menopausia. Es sorprendente ver cómo, por primera vez en su vida, tienen una relación placentera y positiva con su útero, y no solo una asociación de la zona con el dolor».
Hombres que mueven el culo
«Hay gente que presupone que, por bailar estas cosas, eres gay o vas a mirar culos», cuenta Santi Botana, informático de profesión de 55 años que un día decidió ir con sus compañeras de crossfit a probar una clase de twerking. De las 140 alumnas de Irie Queen, Santi es uno de los seis hombres -y el único de más de 30 años-. «También he recibido muchos prejuicios por mi edad, como preguntándome qué me puede aportar a mí la gente joven, desde esta construcción social de lo que es la adultez que te dice que un adulto ya lo sabe todo».
Admite que bailar twerk y entrar en este círculo le ha roto los esquemas. «Nunca había bailado antes y ahora me siento liberado; te das cuenta de que el único motivo para no hacerlo eran las miradas ajenas. Ahora pongo por delante mi disfrute», confiesa. Habla de los tres tipos de miradas: la ajena, la propia cuando te ves hacer algo y la propia cuando lo experimentas. «Me quedo con la tercera. ¿Por qué tiene que valer más una que otra? Me quedo con lo bueno», dice sonriente.
También le ha servido para comprender lo constreñido que estaba por los roles de género: «He descubierto el concepto del género inconforme, que es la disconformidad con lo que se supone que tienes que ser por ser hombre. Me sigo considerando hombre pero me siento más libre. Creo que nos han marcado unas pautas de género tan cuadriculadas que no hay espacio para simplemente ser».
Decolonizar el ‘twerk’
Chanelle Hall es Miss Twerkology, aunque quizá deberíamos decir era. En 2018 decidió centrar sus esfuerzos en difundir las raíces africanas del baile y «cómo la esclavitud y el capitalismo han impactado en la forma en que los pueblos negros han sido posicionados en la sociedad». Así que se propuso hablar de ello en un torneo en Finlandia al que había sido invitada. Sin embargo, notó cierta resistencia de la organización. «No veían el valor o la importancia de tener esta conversación sobre los orígenes del baile», cuenta. «Una bailarina se hacía llamar la pionera del twerk y ese término borra a las mujeres que ya lo bailaban antes pero que no eran tan reconocidas. No se puede borrar cómo llegó el twerk a Europa solo porque quieras capitalizarlo», insiste. «No digo que las mujeres blancas no puedan bailar twerk, solo pido que se informen de sus raíces y den espacio a las mujeres negras para contar la historia con nosotras, sin dejarnos al margen».
Todo saltó por los aires definitivamente cuando en este evento, del que no quiere citar el nombre, descubrió que la mascota era un disfraz tipo blackface que simulaba una cabeza gigante de una mujer negra. «Pensé: esto es exactamente la razón por la que, cuando tomas algo de otra cultura, necesitas educarte sobre su historia y lo que significa, porque para ti puede parecer un homenaje, pero para nosotros es una ofensa».
Sus quejas a la organización sobre esto y sobre el hecho de que no hubiera más mujeres negras enseñando en el evento terminaron con ella abandonando su participación. «Ahí empezó el ciberacoso: recibí cientos de mensajes intentando desacreditar lo que yo decía, con comentarios abusivos durante tres años a mis redes e incluso amenazas de muerte y mensajes a mi móvil, que puse en conocimiento de la policía», explica visiblemente afectada. «Decidí que no merecía la pena seguir, por mi seguridad y mi salud mental», cuenta, y optó por ocupar un segundo plano visibilizando a bailarinas negras de twerk en su cuenta de Instagram Twerkology Nation.
Chanelle enfatiza que, ante la complejidad de la historia y las migraciones de las culturas negras, lo más respetuoso es «no reducirlas ni jerarquizarlas». «Al tratar de definir un único punto de inicio del twerk, se borran muchas realidades sobre como cómo migraron esas personas de África a América. Se romantiza el camino de la diáspora negra y se borra la esclavitud, así como el rol de los esclavos en preservar sus culturas y cómo sus bailes fueron explotados», denuncia Chanelle Hall. «Muchas de estas tradiciones vienen de personas que transmiten el conocimiento oralmente, que no quieren aparecer en libros ni ser parte de espacios formales, porque sus culturas son sagradas y usaban estos bailes de forma ritual y con un motivo, no empezaban a bailar porque sí o para irse de fiesta».
«Creo que muchas mujeres negras no quieren estar en primer plano en el twerk por el estigma de la hipersexualización que existe sobre sus cuerpos por el hecho de mover el culo. En realidad, muchas de estas danzas tienen raíces espirituales y de conexión comunitaria», lamenta. «Por suerte, creo que poco a poco está cambiando y por eso creo que es importante visibilizarlas».
Cuerpos disidentes
Raquel Segura es alumna de twerk y también ha estudiado atención sociosanitaria e integración social. Y decidió llevar su pasión por el baile a su trabajo como profe de actividades de ocio para personas con diversidad funcional en la asociación Alena. «Generalmente les han dado clases de expresión corporal o la típica clase de zumba; pero llevo años intentando enseñarles a bailar como tal, centrándonos en la técnica. Creo que es una manera de que tengan un objetivo», argumenta.
«Me dijeron que querían bailar reguetón porque saben que es lo que los chicos y chicas de su edad bailan. No quieren estar apartados de la sociedad», cuenta. Aunque ha supuesto un reto para su grupo, de 20 alumnos y alumnas. «Cuando empezamos a hacer los primeros pasos de culo, les daba la risa porque es una zona casi prohibida para ellos. Las personas con diversidad funcional están todavía muy infantilizadas», opina. «Lo que me gusta es normalizarlo, que sepan que es un baile más».
Lo cierto es que no es la primera vez que detecta este paternalismo. Recuerda sus experiencias en diversas residencias y reconoce que en algunas ya se empieza a impartir educación sexual a las personas con diversidad funcional pero «todavía continúa siendo un tabú en muchos centros y para muchas familias. Queda mucho camino».