Cultura
‘Sáhara: La barca del desierto’, un viaje a la herida abierta del pueblo saharaui
La obra de Mario Vega y Ruth Sánchez invita a preguntarse sobre cómo es posible que una realidad tan cercana haya estado tanto tiempo invisibilizada. Estos días se representa en el Teatro del Barrio (Madrid).
Esta reseña forma parte de El Periscopio, el suplemento cultural de La Marea, cuyo último número está dedicado íntegramente al Sáhara Occidental.
Sáhara: La barca del desierto, dirigida por Mario Vega y coescrita con Ruth Sánchez, se presenta como una pieza imprescindible que aborda el conflicto del Sáhara Occidental a través de la mirada singular de una enfermera canaria que llega a El Aaiún en 1970.
Desde los primeros acordes de música saharaui, el montaje atrapa: la ambientación sonora, la escenografía de telas que se transforman en jaimas y desierto, la iluminación que dibuja dunas y sombras… Todo se conjuga para que el público, más allá de ver y escuchar, sienta. Su director deja claro que «el Sáhara no puede seguir en los márgenes de la historia. Contarlo es un deber». Con esta obra rinde homenaje a una herida abierta que ahora cumple 50 años.
La actriz principal, Marta Viera, lleva sobre sus hombros el pulso emotivo: transmite miedo, ternura, indignación, humor casi inconsciente ante la absurdidad de la propaganda franquista y el silencio político posterior. Su interpretación se convierte en el gran pilar de la función. A ello se suma el trabajo del equipo –la camella articulada Janina, el manejo de telas y ambientes, los saltos entre el pasado y el presente–, que dota al montaje de textura, movimiento y ritmo.
La dramaturgia juega con varias capas: la personal, la histórica y la política. La narración nos lleva a los años 70, cuando la enfermera llega, pasa por la represión franquista contra el Frente Polisario y sufre la ocupación de Marruecos tras la retirada española y el exilio a los campamentos de refugiados en Tinduf. El amor ejerce de hilo conductor en la memoria viva de un pueblo que incluso ha sufrido bombardeos con napalm y fósforo blanco. Al mismo tiempo, el montaje intercala humor ácido, escenas que satirizan la propaganda y momentos de contemplación, lo que evita que el peso dramático sea solo soporte: este trabajo inyecta tensión e intercala con maestría momentos de risa, invitaciones a reflexionar y una carga emotiva que el público agradece con un tsunami de aplausos y gritos de «Sáhara libre».
Para quien ya conozca la historia saharaui, la obra resuena como reivindicación, como cicatriz doliente que busca justicia. Para quien no la conozca, esta es una excelente puerta de entrada: el descubrimiento de un silencio impensado, tan cerca geográficamente de las Islas Canarias y España, y tan aparentemente lejos en la memoria colectiva. El montaje no explica todo con datos; en su lugar, hace sentir, remueve, invita a preguntar, y lo hace desde los ojos de una mujer.
Sáhara: La barca del desierto es un teatro necesario. No solo por el tema que aborda, sino por su manera de contarlo, sin estridencias, con instrumentos escénicos afinados, música, iluminación y silencios. Una obra que deja pensativo a quien la contempla, despertando preguntas sobre cómo es posible que una realidad tan cercana haya estado tanto tiempo invisibilizada. Decía el italiano Vittorio Gassman que «el teatro no se hace para cantar las cosas, sino para cambiarlas»; decía el mexicano Luis de Tavira que «el teatro es el espejo que nos convierte en espectadores de nosotros mismos». He aquí un trabajo que hace honor a las citas de estos dos grandes dramaturgos.
‘Sáhara: la barca del desierto’ se estrenó el 19 de junio en el Teatro Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria y ya ha pasado por el Teatro Leal de La Laguna (Tenerife) y el teatro auditorio de Agüimes, en Gran Canaria. Desde el 5 hasta el 9 de noviembre estará en el Teatro del Barrio de Madrid.