Elena, gestante por subrogación en Colombia: “No te secas las lágrimas con los billetes”
Elena* alquiló su vientre para pagar la universidad de su hijo mayor. Esta colombiana gestó gemelos para una pareja extranjera, pero afrontó importantes secuelas físicas y emocionales. El dinero que le pagaron, además, no resultó ser suficiente para su propósito.

Elena* tuvo su primer hijo siendo menor de edad, con tan solo 15 años. Seis años después nació su segundo hijo varón, que hoy la supera en altura. La última vez que tuvo un parto, la primera por cesárea, fue en diciembre de 2023. El doctor que la atendió registró dos niños prematuros en el acta de nacimiento. El nombre de Elena puede leerse junto a la palabra “madre”, pese a que ella no puso el óvulo para la gestación de los gemelos, que ahora viven en Israel. Una pareja homoparental israelí pagó una alta suma de dinero para que Elena gestara por subrogación a sus hijos en Colombia.
Como la mayoría de mujeres colombianas tomó la decisión de alquilar su vientre por razones económicas. ¿La suya? Pagar la universidad de su hijo mayor para que éste cumpliera su sueño de estudiar electrónica y sistemas. Desde hace cinco años, ella es la única responsable de los dos menores de edad, por lo que su familia aceptó la decisión, pero nunca habló del tipo de embarazo que estaba llevando a cabo con el resto de la comunidad en su barrio a las afueras de Bogotá, la capital. “Me sacrifico, mi hijo se lo merece, pero no es fácil”, pensó.
La mujer, de 32 años, empieza contando por teléfono que la vida de su familia cambió con el proceso de subrogación. Dejó su trabajo confeccionando lencería, lo que le permitió pasar más tiempo con sus hijos puesto que con la mensualidad que le ingresaba la clínica, unos 2.300.000 pesos, cubría su manutención y las deudas. Con esfuerzo, logró reunir suficiente dinero para comprarles un ordenador para las tareas escolares. “Les pude mejorar la calidad de vida, de sus estudios y emocionalmente también porque podía estar más pendiente”.
Las secuelas silenciadas en los cuerpos de las mujeres subrogantes
Un colchón sobre el suelo, ropa tendida, una foto escolar de su hijo menor colgando de la pared de la sala y una pila de cajas de cartón completan su nueva casa, a una cuadra del hogar de su madre. Elena tuvo que regresar al barrio popular que habita su familia por presiones de su expareja, quien está en prisión.
Sentadas en un sofá, explica que el dinero de las mensualidades se lo gastaba principalmente en alimentarse bien para mantener un embarazo gemelar saludable y que las mensualidades, si bien mejoraron brevemente sus vidas, no eran suficientes para sostener a su familia: “Ellos dicen que no lo tienes que tomar como un ingreso, sino como algo adicional; pero al tiempo te piden que no trabajes. No es justo”.
–¿En qué consisten los pagos?
–Desde que sale el positivo te dan unas mensualidades de 2.300.000 pesos (507 euros) y un bono para ropa de 600.000 pesos. Al finalizar me dieron 37 millones, porque me debían dos mensualidades, y estaba incluido el bono de buen comportamiento por acudir a las citas médicas y no hacer esperar al chófer de la ruta de gestantes. Y los seis millones de pesos extras por el embarazo doble.
Elena hizo los cálculos. La fundación, vinculada a la clínica y encargada de pagar a las gestantes, le ingresó un total de 55 millones de pesos por todo el proceso, unos 12.000 euros. Debido a que, bajo amenazas, tuvo que prestarle dinero al padre de sus hijos, el monto no alcanzaba para costear toda la universidad del mayor. Volvió a las matemáticas: necesitaba realizar al menos cuatro procesos para pagar toda su educación superior. Algo que no está permitido en Colombia, pero que tampoco está controlado por ningún ente estatal.
“Tú comparas la infancia de esos niños con la infancia que llevaron mis hijos y es totalmente diferente. Unos arriba y otros abajo”, dice con sus ojos redondos y color avellana clavados en el suelo. Es el quejido silencioso de una madre que, como otras compañeras de proceso, ponen en riesgo su salud para sacar adelante a sus propios hijos. “Hay mucha desigualdad. Los padres solo se enfocan en su deseo de formar una familia, ignorando lo que pasamos nosotras durante el embarazo”. Esta vez, su voz no tiembla con el reclamo.
Durante el embarazo su cuerpo también cambió. Debajo de los jeans ajustados y el jersey rosa que viste se esconde una faja reductora color beis que abarca desde lo alto del vientre hasta las pantorrillas. Un intento por recuperar su figura. El embarazo gemelar hizo que su cuerpo se expandiera tanto que, casi dos años después, las estrías todavía tienen un color carmín. Escondida entre los pliegues de piel flácida, una gran cicatriz atraviesa su abdomen. “Tu cuerpo se va llenando de hormonas porque es prácticamente un embarazo artificial. Cambia mucho durante el embarazo”.
Elena reconoce que, debido a esa marca, sus relaciones íntimas cambiaron. Siente vergüenza de su propio cuerpo y cuestiona la falta de información sobre los riesgos para la salud que implican estos procesos. Dice que nunca pensó en invertir el dinero obtenido en recuperar la forma del cuerpo de una mujer saludable en la treintena; la prioridad era la educación de su hijo. Tras el primer proceso de gestación subrogada su menstruación también cambió y comenzó a tener hemorragias y cólicos muy fuertes. La ginecóloga le dijo que se debía a las hormonas. “Son cosas que nadie te cuenta. Ellos te lo pintan todo bonito, pero no te explican los riesgos que hay”.
Si bien ya había escuchado por conocidas hablar de los vientres de alquiler, no fue hasta finales de 2022 cuando decidió convertirse en gestante subrogada. A través de las redes sociales contactó a una reclutadora, una exgestante que trabaja refiriendo mujeres a las clínicas de fertilidad. Ésta le explicó los beneficios económicos de gestar por subrogación y la puso en contacto con el centro donde llevaría a cabo su proceso, a más de 30 kilómetros de su casa.
Primero la visitó una trabajadora social, que revisó que Elena tenía unas condiciones de habitabilidad dignas para llevar a cabo un embarazo. Check. Estudiaron sus antecedentes judiciales. Check. Después, las múltiples pruebas médicas y ginecológicas para comprobar el estado de su útero y su salud. Check. En una pequeña sala de la clínica tuvo que rellenar decenas de preguntas tipo test y conversar con una psicóloga sobre los motivos que la impulsaron a realizar el proceso. Mintió levemente. No lo notaron. Check. Con los aprobados en mano –casa, cuerpo y mente–, conoció a través de una videollamada a los padres de intención. Luego del intercambio, firmó un contrato con el portador del esperma y padre de los gemelos.
En el contrato no se menciona a la clínica de fertilidad ni tampoco la suma total de dinero que recibe la gestante por los procesos. Esto es debido a que en Colombia, si bien no existe una regulación sobre los vientres de alquiler, la Corte Constitucional emitió en 2009 unos lineamientos para estos procesos, remarcando el altruismo de los mismos.
–¿Había alguna restricción en ese contrato?
–No recuerdo si lo ponía en el contrato, pero sí le recalcaban a una mucho que no podía tener relaciones sexuales, que no podía viajar fuera del país, que tenía que informar de cualquier cambio de domicilio.
“No te secas las lágrimas con los billetes”
Comenzó entonces el tratamiento hormonal, con más de cinco pastillas diarias, inyecciones y óvulos, con el fin de preparar su endometrio para la transferencia del embrión. En marzo de 2023, su endometrio ya estaba lo suficientemente estimulado y engrosado como para gestar vida. A las pocas semanas supo que el embrión se había dividido. “Uno piensa que es fácil embarazarse, parir y entregar al bebé, pero cuando empiezas a tomar hormonas y te quedas embarazada ves los cambios en tu cuerpo. Ves que no es tan fácil”, confiesa. “No te secas las lágrimas con los billetes”, dice irónicamente sobre la forma en la que muchas mujeres, como ella, llegan atraídas por las altas cifras que aparecen en los anuncios.
–¿Crees que es dinero fácil?
–No. [Silencio] La plata no cambia tu tranquilidad […]. La plata se queda en los intermediarios: las fundaciones y las clínicas.

El malestar que sintió Elena durante los siete meses que los gemelos permanecieron en su vientre no lo recuerda haber pasado con sus dos hijos propios. Náuseas constantes, vómitos diarios, acné por todo el cuerpo, caída del pelo son algunas de las posibles secuelas físicas del tratamiento hormonal para poder llevar a cabo un embarazo por subrogación. “Siento que ni el apoyo económico ni el apoyo emocional son suficientes para el trabajo que hay que realizar”. Habla del embarazo subrogado así, como un trabajo.
Los gemelos nacieron prematuros, con siete meses de gestación, debido a que uno de ellos presentaba problemas de crecimiento. El perinatólogo le programó una cesárea poco antes de la Navidad de 2023, adelantando las fechas para poder llevar el control de su paciente antes de salir de vacaciones. Las cesáreas, a menudo innecesarias y que podrían incurrir en violencia obstétrica, son frecuentes en este tipo de embarazos y facilitan a las clínicas que los padres de intención, mayoritariamente extranjeros, puedan llegar al país para el parto de sus hijos.
Elena llegó temprano a la cita, acompañada por su hijo mayor y sin rastro del personal del centro de fertilidad ni de la fundación donde realizó el proceso: “Todo lo organizan por WhatsApp. Hace falta más acompañamiento porque sí es un momento difícil”.
En el hospital tampoco estaban los padres de intención, que habían llegado ocho días antes a Colombia, pero se encontraban en Medellín haciendo turismo. No fue hasta el día siguiente que aparecieron en la clínica. Los recién nacidos esperaban en las incubadoras, donde pasaron más de un mes. Elena regresó a su casa tres días después, con una gran cicatriz en su vientre como única prueba de su embarazo.
–¿Cómo te sentiste al salir del hospital sin los bebés?
–Fue como que ya había cumplido con mi trabajo. No me afectó tanto emocionalmente porque sabía que los bebés no eran míos.
–¿Cómo le afectó a tus hijos?
–El niño pequeño trató de no acercarse mucho durante el embarazo. El mayor sí preguntaba por ellos. Yo traté de no vincularlos mucho con los bebés, porque les puede afectar.
Nuevamente se refiere al embarazo como un trabajo. Un mecanismo de disociación común entre las gestantes subrogadas. La psicóloga feminista especialista en maternidad Vanesa Giraldo habla también de duelo desautorizado en referencia a los daños psicológicos que padecen las mujeres que gestan mediadas por un contrato. “Desde el inicio se preparan para vivir una pérdida. Les dicen que no se pueden vincular emocionalmente con el bebé, que no tienen permitido llorar por el bebé porque ellas firman el contrato voluntaria y conscientemente”, explica. A eso, se suma la estigmatización social por el intercambio monetario, dice.
“Te dicen que mejor no muestres que te está dando duro lo del bebé o no te van a pagar”. Elena evita hablar de sus secuelas emocionales, pero narra las historias que le contaban sus compañeras gestantes subrogadas en los trayectos hasta la clínica. Muchas, dice, se quedan calladas por miedo a que no le entreguen la bonificación final, que solo llega una vez la psicóloga de la clínica de fertilidad te da el alta, pocos días después del parto.
Como Elena, varias gestantes entrevistadas para este reportaje habían sido madres siendo menores de edad; otras habían sufrido violencias y abusos sexuales a lo largo de su vida. Giraldo apunta a que la sistematicidad de las violencias sobre sus cuerpos las hace más vulnerables y propensas a realizar este tipo de procedimientos. “Si desde niña las deshumanizan, si sus cuerpos no tiene ningún valor, sino para el sistema capitalista y de cuidados, si las mujeres a su alrededor también lo sufren; si no tienen derechos sobre sus cuerpos… es el caldo de cultivo perfecto”, argumenta la psicóloga.
La atención desmedida que tenían las trabajadoras de la fundación y la clínica cesó en el momento en el que los bebés salieron de su cuerpo. Un relato que narran muchas gestantes que se sienten “especiales” por los halagos constantes que reciben por la labor que están haciendo. “Mientras el bebé está dentro de ti eres importante, después dejas de serlo porque ya no tienes lo que les interesa”, lamenta.

También denuncia que la clínica dejó de pagarle la salud pública y privada un mes después de salir del hospital sin los bebés, pese a que el contrato decía que su salud estaba cubierta por un año entero. “Me enteré porque tuve que ir a urgencias y allá me dijeron que no estaban pagando mis cuotas”.
Sin embargo, todavía debe estar en contacto con los abogados de la clínica puesto que no han podido realizar la impugnación de la maternidad, un requisito necesario para sacar de todos los registros a la mujer gestante. Debido a que algunos jueces de familia están demorando los trámites de estos procesos, como forma de presionar al Congreso colombiano para legislar sobre los vientres de alquiler, Elena todavía consta como madre de los gemelos. El juez pidió que se presentara en una audiencia, por el momento aplazada. La abogada de la clínica y representante de los padres de intención la llamó para explicarle todo lo que tenía que decir en el juicio.
“Tenía que decir pues que había sido un proceso de subrogación, que lo había hecho voluntariamente, que había sido altruista, que yo no lo había hecho por un interés económico, sino por ayudar a una familia, que ellos cubrieron mis gastos médicos, que estuvieron conmigo todo el tiempo, pero que yo no compartía ningún material genético con los bebés, que me habían informado de todo”, enumera según el relato que le confeccionaron para su eventual intervención ante un juez. Elena dice que se sintió mal, puesto que la abogada le estaba pidiendo mentir sobre los pagos que recibió.

Un segundo proceso “porque la plata no alcanza”
Elena comenzó a inicios de este año un segundo proceso en otra clínica de fertilidad. “Porque mi hijo mayor ya inicia la universidad y no tengo suficiente para pagarle el estudio”. Volvieron las semanas de tomar hormonas y pastillas, conoció a los padres de intención y le hicieron una nueva transferencia en mayo, apenas un año después de haber tenido a los gemelos.
A las pocas semanas, durante un chequeo vieron que tenía una pérdida embrionaria. “Me mandaron unas pastillas y lo aborté sola en casa”, explica recalcando el dolor agudo que sintió en su cuerpo. Poco después, la ginecóloga de la clínica encontró un mioma en su útero y la mandó a su centro de salud para que se lo extirparan si quería continuar con el proceso de subrogación, ya que tenía otras dos oportunidades más de transferencia embrionaria.
“Lo más correcto es que ustedes me hagan la histeroscopia y me quiten el mioma, porque, siga o no con el proceso, me salió por las hormonas suministradas”, cuenta que le dijo Elena a los médicos de la clínica, molesta por haber entrado al proceso sin la enfermedad, como demostraban las pruebas médicas iniciales. Nadie se hizo responsable y ella continúa con el mioma creciendo en su útero.
Elena manifiesta que en los últimos meses dejó de pensar en lo económico, y se puso a pensar en las secuelas de este tipo de procesos.
–¿Volverías a realizar el proceso?
–Primero debo hacerme retirar el mioma y, con todas las cosas que he visto y escuchado de otras chicas, estoy pensando si volver a hacerlo, porque no está bien el pago para tantos riesgos.
–¿Qué es lo que más miedo te da?
–Por mucho que tengamos un seguro de vida, si yo me llego a morir, mis hijos ni con toda la plata del mundo van a poder comprar una mamá.
Antes de despedirnos, sostiene la puerta entre las manos, y entre susurros confiesa que lo pasó muy mal psicológicamente durante el proceso debido también a la situación con el padre de sus hijos, pero que no podía contárselo a nadie en la clínica. Pide ayuda psicológica para ella y sus hijos. Su objetivo ahora es migrar, en parte motivada por el miedo y la situación con su exmarido.
Un mes después, Elena enviaría este mensaje: “He estado pensando en todo lo que me pudo pasar y me arrepiento mucho, muchísimo, de haberlo hecho. Mi salud se ha deteriorado demasiado desde que realicé el proceso”. Explica que no volverá a gestar por subrogación y que sigue sin poder afiliarse nuevamente al sistema de salud público para que le extirpen el mioma que le quedó por la sobrecarga de hormonas. Sus días los dedica al cuidado de una persona con discapacidad, en su intento por ahorrar el dinero suficiente para salir de Colombia y rehacer su vida.
–¿Qué se siente al saber que la familia a la que ayudó pudo entrar y salir de Colombia con facilidad, pero a las colombianas les piden muchos requisitos para entrar en Europa?
–Pienso que la diferencia social, económica… para ellos fue muy fácil porque la clase social de su familia les abre puertas. Hay mucha diferencia. ¿Sabes? Si yo pudiera volver atrás en el tiempo, seguro que no lo haría. La psicóloga me dice que haga un bloqueo mental y me olvide, porque me afecta mucho emocionalmente.
* El nombre de esta madre por subrogación ha sido cambiado para proteger su identidad y por motivos de seguridad.
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Investigar el negocio transnacional de la gestación subrogada ha requerido varios meses de trabajo en equipo por parte de seis periodistas. También han participado fotoperiodistas y especialistas en edición, diseño, programación y asesoramiento legal.
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