Análisis
Peter Thiel: el gurú de Silicon Valley que sueña con abolir la democracia
El magnate escribió: “La libertad y la democracia ya no son compatibles”. La frase resume gran parte de su pensamiento: cree que el progreso exige decisiones impopulares, liderazgos fuertes y, sobre todo, que las mayorías no interfieran en los planes de las élites innovadoras.
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Este artículo fue publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.
Peter Thiel no es solo un millonario excéntrico. Cofundador de PayPal, Palantir y uno de los primeros inversores de Facebook, es también una de las figuras más controvertidas –es decir, más peligrosas– del capitalismo tecnológico que cada vez domina más ámbitos de la vida democrática de Estados Unidos. Su influencia va mucho más allá de las finanzas: alcanza la ideología, la política y las tecnologías de vigilancia masiva.
En un ensayo de 2009 titulado The Education of a Libertarian, Thiel escribió que “la libertad y la democracia ya no son compatibles”. La frase resume gran parte de su pensamiento: cree que el progreso exige decisiones impopulares, liderazgos fuertes y, sobre todo, que las mayorías no interfieran en los planes de las élites innovadoras.
Thiel combina libertarianismo económico, darwinismo social y una visión casi religiosa del futuro. Defiende la idea de que los individuos más brillantes deben liderar sin trabas burocráticas ni regulaciones. Según esta lógica, el Estado solo sirve si protege la innovación y castiga la disidencia.
Ha sido promotor de ideas radicales como las seasteads –ciudades flotantes sin leyes nacionales– y ha invertido millones en investigación sobre la inmortalidad, la inteligencia artificial y la criogenia. Todo ello desde una visión tecnocrática que idealiza un futuro gobernado por ingenieros, algoritmos y capital privado.
Palantir, vigilancia y control: la distopía hecha software
Uno de los proyectos más polémicos de Thiel es Palantir Technologies, una empresa especializada en el análisis masivo de datos y la vigilancia predictiva. El nombre proviene de El Señor de los Anillos: las piedras mágicas que permiten ver a distancia. Pero, como en la novela de Tolkien, su uso tiende a corromper.
Palantir ha trabajado con el Pentágono, la CIA y especialmente con ICE (la agencia de inmigración de Estados Unidos), proporcionando herramientas para rastrear, perfilar y detener a personas migrantes. En 2021, sus contratos públicos superaron los 1.500 millones de dólares. No es una startup cualquiera: es una pieza clave del nuevo complejo militar-digital.
A diferencia de otros magnates tecnológicos, Thiel no oculta su posicionamiento ideológico. Fue uno de los pocos multimillonarios de Silicon Valley que apoyó públicamente a Donald Trump en 2016. También financió las campañas de candidatos ultraconservadores como J.D. Vance y Blake Masters, defensores de restringir el voto, controlar internet y restaurar un “orden natural” jerárquico.
Su proximidad con pensadores neorreaccionarios como Curtis Yarvin refuerza esta preocupación. Yarvin propone un modelo posdemocrático en el que Estados Unidos sería gobernado como una empresa, por un CEO vitalicio. Thiel no ha suscrito abiertamente esta idea, pero sí ha financiado espacios donde se promueve.
Peter Thiel defiende la innovación radical, incluso si implica destruir lo que existe. Su visión es la de un mundo reconstruido desde cero, donde los valores ilustrados –igualdad, libertad, derechos humanos– son obstáculos a superar. Para él, la democracia es un lastre y la historia, un campo de batalla donde solo sobreviven los mejores.
Su lectura de pensadores como Carl Schmitt –jurista del Tercer Reich– o Leo Strauss le permite justificar “la excepción” como forma legítima de gobierno. En su mundo ideal, el soberano no es el pueblo, sino el empresario. No se trata de política, sino de eficiencia.
¿Un nuevo tipo de mesías tecnológico?
Thiel ha dicho públicamente que “la muerte es un problema técnico pendiente de resolver”. Y ha invertido millones en empresas biotecnológicas que buscan prolongar la vida indefinidamente. Su ambición no es solo dominar el mercado: es conquistar el tiempo, el cuerpo y la conciencia.
En este sentido, no estamos ante un simple inversor: es un ideólogo, un estratega y un actor con capacidad para modelar el futuro político y tecnológico. Su figura recuerda a los industriales del siglo XX que financiaron el ascenso del autoritarismo en Europa. Solo que, esta vez, el poder no se viste de uniforme, sino de algoritmo.
Peter Thiel es al mismo tiempo síntoma y motor de un ecosistema donde el capital, la tecnología y la ideología convergen. Un ecosistema que, lejos de reforzar la democracia, la pone en cuestión. En nombre de la eficiencia, del futuro o de la libertad, se diseñan hoy sistemas que concentran poder, desmantelan derechos y reducen lo común a datos.
¿Puede la democracia sobrevivir al asalto del tecnoautoritarismo? ¿Y qué ocurre cuando los amos del código quieren reescribir el contrato social? Thiel, con su fortuna, su influencia y sus ideas radicales, encarna esa pregunta. Y, por ahora, va ganando.