Un momento para respirar
Vida de escritor
«Veo todos los días en mi profesión que las relaciones afectivas se están transformando en estrategias para la conquista de mercado, atención, espacio», escribe José Ovejero en su diario.
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2 de octubre
Si tuviese fuerzas y conocimiento, el libro que querría escribir es un ensayo que podría titular muy spenglerianamente La decadencia de Occidente. Tengo varios capítulos en la cabeza de ese libro que nunca escribiré. Uno de ellos trataría de la disolución de los afectos. Tesis: los afectos están dejando de tener un valor en sí mismos y se han convertido en herramientas.
Veo todos los días en mi profesión que las relaciones afectivas se están transformando en estrategias para la conquista de mercado, atención, espacio. Muchas de esas relaciones afectivas no existirían si no se asentaran en relaciones de poder, y por eso se disuelven cuando la utilidad del otro desaparece. Si los afectos no tienen valor intrínseco y son solo instrumentos, no puede haber fidelidad ni solidaridad reales. El fomento del progreso personal se impone a cualquier otra consideración.
Meditar sobre este asunto es meditar sobre la crisis contemporánea de nuestras sociedades, lo que incluye la crisis de la idea misma de sociedad, la crisis de la verdad de los hechos –que se reinventan según afectos instrumentales–, el apoyo a dictadores en ciernes disfrazando de aprecio o acuerdo lo que solo es utilidad.
Y, por supuesto, las consecuencias para los demás de las políticas que apoyamos en la sociedad y en la vida privada se vuelven daños colaterales necesarios.
Si se insiste tanto desde el conservadurismo en el valor de la familia es porque la familia está dejando de tener valor, salvo como sistema de conservación, incremento y transmisión segura de capital.
12 de octubre
Ayer participé en Valdefest, un modesto festival cultural celebrado en Valdecaballeros, el pueblo de Badajoz del que procede la familia de mi madre. Me invitaron a presentar Vibración, inspirada por ese mismo pueblo, aunque no se le nombre en ningún momento en la novela. Y de pronto lo que estaba enmarcado solo en el campo de la ficción se encarna en una realidad concreta. Por mucho que invente acontecimientos e historias ambientados en un lugar que se parece a Valdecaballeros, muchos de los presentes conocen los paisajes en los que me baso, el dolmen prehistórico, el pantano, la central nuclear abandonada y seguramente leen el libro buscando discernir lo cierto y lo inventado. Si Ortega y Gasset decía que la novela debía ser una construcción hermética, que no dejase entrar la realidad, me temo que no hay nada más opuesto que mi literatura, y aún más cuando se lee en un contexto en el que realidad y ficción se entrelazan.
De todas maneras buscar un arte alejado de las preocupaciones cotidianas siempre me ha parecido una forma de esnobismo. La realidad moldea la literatura y viceversa.
13 de octubre
Imagino un gráfico animado de los cientos de escritores desplazándose por España –y por el mundo– para presentar sus libros y participar en ferias y encuentros literarios, dibujando una maraña de líneas que emborronan el mapa. Se entrecruzan, se superponen, se alejan unos de otros en un movimiento continuo disputándose un puñado de lectores en cada localidad y una prensa a menudo demasiado ocupada para hacerles caso –la oferta de autores es mucho mayor que la demanda–. Los imagino después en sus habitaciones de hotel o en sus casas, preguntándose si merece la pena tanto esfuerzo –no solo el de los escritores–, y si la felicidad está ahí, en ese presentarse repetidamente, en hablar una y otra vez del propio libro, en pasar tantas horas en medios de transporte y cambiando una y otra vez de colchón y de almohada.
Es verdad que en muchos de esos viajes surge un encuentro interesante o que te da a entender que no es inútil todo ese ajetreo y, sobre todo, que no es inútil lo que escribes. Pero cada vez me interesan más las invitaciones que puedo llenar de contenido nuevo, es decir, en las que se me pide no que hable otra vez de mi novela sino que diserte sobre un tema que me interese. Por desgracia, estas son las menos.
15 de octubre
Lo llaman paz cuando no es más que un alto el fuego. Por supuesto, me alegra la suspensión de la masacre, pero la operación parece sobre todo un lavado de cara de Trump y del Estado genocida. ¿Una paz avalada por la comunidad internacional que no pide responsabilidades por los asesinatos de civiles? Y me refiero también a los cometidos por Hamás aunque su número sea mucho menor. En esta guerra hemos visto de todo: no solo lo habitual, bombardeos y operaciones en los que mueren civiles, también su asesinato deliberado, bombardeos de hospitales, asesinato de periodistas y de médicos, destrucción de cultivos, asesinatos por hambre, ataque a civiles extranjeros en aguas internacionales, declaraciones de ministros promoviendo el exterminio. Si las protestas oficiales han sido tan tibias contra este despropósito cruel, ¿por qué vamos a esperar que Israel no continúe con su programa una vez «desmilitarizada» Gaza? Pongo «desmilitarizada» así, entre comillas, porque el Ejército de Israel no renuncia a su posibilidad de intervenir militarmente. Y Trump elogia con desvergüenza el buen uso de la fuerza por Israel.
Se está celebrando no la paz sino una victoria obtenida por medios inhumanos que atentan contra el derecho internacional. Pero bueno, todo esto es evidente. Me lo anoto, sin embargo, para no olvidarlo aturdido por el ruido de la propaganda.
En la historia biológica hay parásitos que logran un ‘salto de especie’: adaptarse para infectar nuevos organismos o, como es el caso, aspectos o esferas del organismo que hasta entonces permanecían fuera del área de su influencia. El Parásito del Capitalismo realizó este ‘salto’ no tanto ‘de especie’ sino ‘de esfera’ hace décadas, cuando dejó de depender exclusivamente de la acumulación material y pasó a nutrirse de la experiencia, la atención y la identidad del organismo parasitado. Ya no le basta con explotar cuerpos, bienes y recursos; ahora necesita poseer el tiempo, el relato personal, incluso las emociones que orientan las decisiones. Este salto de especie convirtió al capitalismo en un parásito de un orden jamás visto en la historia humana: uno que no solo drena recursos tangibles, sino que reconfigura la ecología mental y social del organismo parasitado. La explotación ya no solo tiene lugar en la fábrica, la oficina o el campo: invade el espacio doméstico, las redes afectivas, el sueño, el ocio. El Parásito se inocula a través de sistemas de recompensa emocional y validación social: competitividad, éxito, reconocimiento, ascenso económico. Una vez implantado, empieza a reorganizar la arquitectura psíquica del organismo parasitado: distorsiona su percepción del tiempo, erosiona su empatía, sustituye comunidad por jerarquía, mutualismo y reciprocidad por transacción y negocio.