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Yusuf, el refugiado que huyó de los islamistas y quiere ser abonado del Rayo

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Sociedad

Yusuf, el refugiado que huyó de los islamistas y quiere ser abonado del Rayo

Yusuf huyó de Somalia para evitar ser reclutado por los milicianos de Al Shabab. Tras pasar por varios centros de acogida, este joven de 19 años sueña con ser médico y con poder ver todos los domingos a su equipo favorito en el barrio que adora: Vallecas.

Yusuf Ugas Adam, refugiado somalí en España. Foto: ANTONIO MAESTRE
Antonio Maestre
05 octubre 2025 Una lectura de 6 minutos
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Esta entrevista está incluida en la revista de La Marea número 108. Puedes conseguir un ejemplar aquí por 5,95 euros.

Yusuf aparece cruzando el paso de cebra junto a la puerta Wilfred Agbonavbare. Lleva una camiseta antigua del Rayo con la mítica publicidad de los flanes Dhul. Luce una enorme sonrisa y la camaradería propia de un chico de su edad. Me saluda con un abrazo y nos sentamos a tomar una cerveza en el bar Primera Línea del mercado de Nueva Numancia.

Ese día el Rayo juega contra el FC Barcelona en casa y Yusuf luce cara de felicidad indisimulada al ver en los alrededores a tantos aficionados. Se pide una Fanta Naranja y se le nota nervioso, pero va perdiendo esa sensación poco a poco. Habla español con bastante fluidez a pesar de llevar poco más de un año en nuestro país. Es fácil mantener con él una conversación animada, aunque eso no evita que de vez en cuando agache la cabeza y esconda la mirada como pidiendo permiso por estar, por existir. Su presencia, sin embargo, inunda el espacio.

Su historia es como la de muchas personas refugiadas que llegan a España, puede que ni siquiera la más trágica, pero hiela la sonrisa de cualquiera que haya vivido en un país con unos estándares democráticos básicos. No da importancia a su drama, surge en la charla con naturalidad, brotando entre bromas de fútbol y anécdotas de su vida cotidiana.

Yusuf Ugas Adam tiene 19 años. Lleva desde noviembre de 2023 en España y ya ha logrado que se le conceda el estatus de protección internacional. Tardaron 14 meses en concedérselo, algo relativamente rápido en comparación con lo que suelen tardar estos procedimientos. Era uno de esos menores no acompañados que llegaron aquí, en su caso, huyendo de una situación dramática en Somalia. «Pero a mí me gustaría estar con mi familia en Mogadiscio», dice para dejar claro que él no ha elegido escapar del horror.

El conflicto en Somalia entre el gobierno del presidente Hassan Sheikh Mohamud y las milicias de Al Shabab es encarnizado. La guerra transcurre en las calles de la misma capital, azotada a menudo, también, por atentados suicidas. Nadie en el país escapa a esa realidad.

Yusuf trabajaba en Mogadiscio en una carnicería, junto a su padre, desde que tenía 14 años. De vez en cuando aparecían por el negocio familiar los milicianos de Al Shabab para decirle que cuando su hijo cumpliera 16 años tendría que irse a trabajar para ellos. El padre de Yusuf intentaba que el tiempo pasara confiando en que cuando llegara ese día se les olvidara la amenaza, que la situación política hubiera cambiado o que, para entonces, su hijo ya no estuviera en Mogadiscio. No pudo ser.

Su padre fue asesinado por evitar que lo reclutaran

Yusuf relata con una tranquilidad impactante que el trabajo consistiría en colocar paquetes bomba donde los islamistas le ordenaran, o bien en inmolarse como terrorista suicida. Hasta los 16 años, las visitas de los milicianos a la carnicería fueron constantes. Y cuando alcanzó la edad que le habían fijado para reclutarlo, la tragedia se hizo presente. Yusuf no llegó a ver nada: al regresar del colegio, se encontró un gran revuelo frente al pequeño negocio familiar. Los integrantes de Al Shabab habían asesinado a su padre por negarse a entregar a su hijo. Ni siquiera le permitieron ver el cuerpo. Su tío lo sacó de la ciudad de inmediato. Ese fue el momento en el que su familia decidió que tenían que huir del país.

Tomaron un coche y condujeron 10 horas seguidas hasta la ciudad keniana de Mandera, al noroeste de Mogadiscio, en un territorio en el que confluyen las fronteras de Kenia, Somalia y Etiopía. Desde allí fueron a Nairobi, la capital, para coger un vuelo hacia El Cairo, donde vive su abuelo. Todo el viaje a partir de Mandera lo hizo en solitario con un amigo de su misma edad del que se separaría al llegar a Marruecos.

Su primera parada fue Casablanca, donde intentó, sin éxito, tomar un vuelo hacia España. Lo intentó de nuevo en Rabat, y tampoco fue posible. Finalmente acabó en Marrakech. Los policías marroquíes (no las mafias) le pidieron dinero para poder acceder al aeropuerto, explica. Les suplicó; les insistió en que no tenía nada que darles, que solo le quedaban 20 dólares y que llevaba tres días sin comer. Yusuf asegura que nunca ha sufrido tanto racismo como en Marruecos: «Yo hablo árabe clásico y ellos árabe dariya. En cuanto abría la boca, el desprecio que me mostraban no lo he vivido jamás en España».

Llegó a Madrid desde Marrakech en un vuelo con destino a Bolivia, pero cuando aterrizó en Barajas no siguió su camino y pidió asilo. Desde entonces ha estado dando tumbos por diferentes centros de acogida. Es uno de esos jóvenes señalados, criminalizados a priori, sin que nadie se siente con ellos para escuchar sus historias, sus anhelos o sus proyectos de vida. Yusuf estuvo en el centro de menores de Hortaleza y después en el de Casa de Campo. Solo tiene buenas palabras para los educadores, las orientadoras y las trabajadoras sociales que le atendieron, aunque echa de menos un trato más amable por parte de la Administración autonómica: «Nunca te hacen caso, ni arreglan los problemas. Siempre es “ya hablaremos mañana”. Así hasta que cumplimos los 18 años y nos echan».

Ahora vive en Villaverde, pero quiere trasladarse a Vallecas. Su amor por el barrio viene de la época en la que hizo un curso de cocina en Alto del Arenal y le sorprendió la calidez de los vecinos. «Cuando salíamos del curso se ponían en la plaza a hablar con nosotros. Las señoras mayores nos preguntaban y se preocupaban por nosotros. Eso en Villaverde no pasa». La integración en Vallecas le sorprendió, le hizo sentir en casa, y desde entonces quiere mudarse y vivir allí con su madre y sus dos hermanos, que ahora mismo se encuentran en Kenia y Estados Unidos.

Amor por el Rayo

Yusuf conoció el Rayo Vallecano gracias a Elena, una trabajadora del centro de menores de Casa de Campo que le ayudó en todo y le regaló el cariño por Vallecas y por su equipo. Elena y su hermano le llevaron a ver un partido de fútbol contra el Celta (con victoria local incluida, por 2-1) y ya no pudo quitarse de encima el amor al club. Ahora solo quiere ser abonado, es su objetivo, su sueño, lo habla con Olivia, su trabajadora social en CEAR, y continuamente con cualquiera que quiera escucharle. Su deseo refleja la grandeza del Rayo, aunque esa misma grandeza contrasta con una gestión interna caótica que convierte en una odisea algo tan básico como sacar un abono. «Me dicen que me apunte a una lista de espera para ver si el año que viene lo consigo». Lo cuenta mientras me enseña las fotografías que tiene junto a Isi, su jugador favorito, y Augusto Batalla. Las firmas de ambos adornan una camiseta que me muestra orgulloso.

Ahora mismo Yusuf se está formando como mediador intercultural en el hospital Ramón y Cajal, pero él quiere estudiar Medicina y pronto comenzará a prepararse para obtener el título de la ESO. Aunque cursó el bachillerato en Somalia, su título solo puede convalidarse en Italia. Sabe que es muy difícil que pueda llegar a ser médico y que su futuro más probable esté ayudando a otros chicos como él. Tiene tablas y formación para hacerlo: habla cinco idiomas (árabe, somalí, suajili, inglés y español) y tiene un desparpajo y una experiencia vital que son un regalo para cualquier persona refugiada que llegue a España y tenga la suerte de encontrarse con él.

Yusuf no quiere acabar la entrevista sin que pueda dar las gracias a su educadora, Elena.
–¿Por lo que te ha ayudado? –pregunto.
–Sí, por eso también, pero sobre todo por haberme enseñado lo que es Vallecas y el Rayo.

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