Los cuidados, una cuestión de principios
La cooperativa La Comala y el grupo cooperativo Macrosad son dos ejemplos, con características muy diferentes, de cómo abordar los cuidados desde una perspectiva social y solidaria.
Una puede pensar, imaginando mundos, que el nombre, Comala, viene de aquel pueblo literario de la primera novela de Juan Rulfo. “El juego semántico da para mucho”, bromea Cindy Norori, de Nicaragua, en una videoconferencia desde Madrid junto a su compañera Mercedes Rodríguez, originaria de Colombia. El caso es que La Comala viene del comal, el utensilio de barro en el que allá, en su tierra, sus abuelas hacían las tortillas. Se sienten seguras en esta metafórica cocina que definen como un espacio comunitario donde se cuecen las ideas, un proyecto que trata de reconocer y dignificar los cuidados, un sector esencial muy precarizado que aún rezuma altas dosis de colonialismo.
La Comala es una pequeña cooperativa de trabajo asociado nacida en 2017 en Madrid con cuatro socias fundadoras, todas ellas originarias de países latinoamericanos. “Todas las socias trabajadoras cotizan al régimen de la Seguridad Social, lo que permite acceso a mayor prestación y adaptarnos al volumen de horas trabajadas, acceso a formación profesional bonificada, cobertura ante accidentes profesionales y todas las demás prestaciones de una persona trabajadora”, avisan en su página web, bien destacado en letras negritas, a modo de declaración de principios. Porque –y ellas mismas lo recuerdan– vienen de donde vienen, de un sector discriminado históricamente que inició hace nada su procedimiento para el Convenio 189 de la OIT. Esto es: ser considerado y protegido como un trabajo decente.
“Tenemos un enfoque de servicios de atención centrada en la persona, que implica un cambio en la forma de atender y acompañar. Trabajamos con un enfoque estratégico de intervención comunitaria, tratando de complementar los servicios de otras estructuras que actualmente trabajan también prestando apoyo a personas, hogares y entidades”, explican. Y por eso mismo entienden que su proyecto solo cabía en los valores y principios que promueve el cooperativismo: “Tratamos de satisfacer necesidades de las personas frente al beneficio económico. Una alternativa de empleo propio en condiciones dignas en el marco de una economía social y solidaria”.
Mercedes lo traduce muy claramente y es algo que trata de hacer entender a quien llega por primera vez: “Esto no es una empresa al uso, no es la empresa de Florentino Pérez”. La Comala, de hecho, comenzó por la estructura: “Éramos inicialmente cuatro. Ya estábamos cerca o habíamos pasado los 50 años. Y alguien dijo que iba a haber un curso de cooperativismo. La más reacia era yo. Nos apuntamos. Era muy básico”, rememora Mercedes, que por entonces no tenía ni idea de las complicaciones y burocracia que puede conllevar su constitución, de la angustia por tener que dar de baja a compañeras por la irregularidad sobrevenida, o lo que supone una baja médica de larga duración en este tipo de empresa. Lidiaban –y lidian– con la Ley de Extranjería, con el asilo. Y no querían tampoco perder la mochila que traían: desde educación infantil hasta restauración; desde los cuidados a la formación y comunicación. Unos dos años después de aquel curso, el 10 de diciembre de 2017, fueron al notario y celebraron, por partida doble, el Día de los Derechos Humanos.
“Al principio, si teníamos un servicio de 4 horas, lo repartíamos entre dos. Luego llegó uno de media jornada. Y luego la jornada completa. Y así fuimos, poco a poco”, prosigue Mercedes. Hoy son 16 socias y 24 trabajadoras que dan servicio a unas 150 personas usuarias –“No las llamamos clientes para romper la lógica capitalista”– en cuidados, limpieza en el hogar y en entidades en barrios como Vallecas. “El boca a boca, la calidad y la calidez nos han permitido llegar a más instituciones. Ahora mismo estamos en un momento de consolidación, de fortalecimiento de áreas internas para una estructura de crecimiento más sólida de adentro hacia afuera«, analiza Cindy.
Ambas insisten en otro eje fundamental en la cooperativa: la formación. La mayoría ha obtenido ya el certificado de socio-sanitarias. Y destacan también su compromiso ecológico: “No usamos productos abrasivos, hemos desterrado el amoníaco, y la lejía, lo justo”. En un chat, las comaleras comparten sus trucos de limpieza. Pero sobre todo, intercambian una forma de ver la vida: “Comalear los cuidados implica una forma de abordar el trabajo de cuidados de manera colectiva, solidaria y feminista”, concluyen.
Cuidados desde la intergeneracionalidad
Alicia Carrillo es la CEO de Macrosad. Pero ella misma se autocorrige y dice que no, que no es. Que tiene la suerte de ser la CEO de Macrosad, un grupo cooperativo dedicado a los cuidados –“del ciclo completo de la vida”, especifica– nacido hace 30 años en Jaén. “Trabajamos el sector de los cuidados fundamentalmente, pero también la infancia, la educación, la salud mental, la recuperación de menores, personas con diversidad funcional. Y lo hacemos para la administración pública, mayoritariamente. Tenemos una cooperativa matriz y después cooperativas por segmentos”, explica.
Desde sus inicios hasta ahora, Macrosad cuenta con 97 centros de trabajo repartidos por toda España y casi más de 23.000 familias atendidas. “Somos casi 9.000 los profesionales que formamos hoy la familia Macrosad. Y ya te digo, muy orgullosa de estar en el grupo al que pertenecemos”, insiste desde la sede central, en el parque tecnológico Geolit, en la misma provincia andaluza desde donde han ido creciendo todos estos años.
Entonces, volviendo hacia atrás, la palabra intergeneracional no estaba en las políticas, mucho menos en las conversaciones, en las casas, donde había que cuidar niños y personas mayores por separado, como si fuera un sacrilegio hacerlo junto, donde no había nadie para hacerlo. Pero fue ese término, ese concepto, desde ese primer momento, el motor que ha hecho de este proyecto su razón de ser.
“Para nosotros, las relaciones son únicas y hace mucho tiempo que nos dimos cuenta de que podíamos transformar o ayudar a mejorar la sociedad a través de la intergeneracionalidad. Cuando nadie todavía sabía pronunciar esta palabra –ahora hasta las pensiones son intergeneracionales, ¿no?– nosotros aplicábamos ya una política intergeneracional en nuestro servicio”, explica Carrillo. Es –resumen– una forma de entender el sistema de cuidados, de rehabilitación, de educación.
En su estructura, el CINTER (Centro Intergeneracional de Referencia), creado en 2018 en el municipio granadino de Albolote, ha sido pionero en España. “Une a menores de 0 a 3 años con personas mayores en un enclave especial, un centro de alojamientos para personas mayores que, a su vez, dispone de un centro de día y una escuela infantil”, afirma Carrillo, que anuncia la próxima apertura de otro centro intergeneracional, el CININ, en Dos Hermanas (Sevilla). El objetivo de este tipo de establecimientos es aunar la intervención educativa con la social para ayudar a construir comunidades más cohesionadas e inclusivas, según recoge el proyecto.
“Cuando una persona mayor está con un niño, siempre se le dibuja una sonrisa, esto está más que sabido. Pero al revés, hace 20 años, no se veía igual, no se entendía que una persona mayor pudiera enriquecer a un niño. Imagínate entrar con un bebé a una residencia. En aquel momento, nos costó romper muchas barreras”, rememora Carrillo, que considera que, aunque queda muchísmo por mejorar –y por hacer–, el sistema de cuidados ha avanzado en los últimos años.
No obstante –admite–, el sistema continúa siendo un laberinto para muchas familias que se enfrentan por primera vez a situaciones de dependencia. “Muchas veces no sabemos por dónde empezar y es el principal problema. Qué paso tenemos que seguir, cómo tengo que solicitar una ayuda, qué herramientas tengo en mi comunidad autónoma… Porque, al final, esto depende mucho de cada comunidad autónoma”, reflexiona la directiva.