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Abandonar la zona inundada de mierda

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Opinión

Abandonar la zona inundada de mierda

«Ruido. Ruido constante. Inundar para enfangar». Así describe Jorge Dioni López la estrategia de comunicación política que le llevó a buscar un ‘refugio’ en la música: «Cambié el dial de la radio. Dejé de moverme por los programas informativos y lo fijé en Radio Clásica».

Una mujer toca un violín en la calle de un pueblo. ÁLVARO MINGUITO
Jorge Dioni
02 agosto 2025 Una lectura de 4 minutos
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El artículo ‘Abandonar la zona inundada de mierda’ se publicó originalmente en #LaMarea107. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y seguir apoyando el periodismo independiente.

El funcionamiento del ciclo del lawfare hace décadas que está claro. Alguien elabora un dossier. Se lo entrega a un medio para que publique una serie de titulares que son reproducidos por otros medios y las organizaciones políticas. Un juez abre una causa basada en esos titulares y expande la investigación para crear más titulares que son también reproducidos. Ruido. Ruido constante. Inundar para enfangar. El objetivo final es el encausamiento del líder para forzar su dimisión: Lula o António Costa, por ejemplo. Si no es posible, de alguien cercano. Si no es posible, crear un estado de opinión generalizado de crispación y polarización que sólo terminará con un cambio de gobierno.

Mucho antes de que Steve Bannon teorizara sobre el concepto «inundar la zona de mierda», ya tuvimos en España al «sindicato del crimen», un grupo de periodistas y opinadores con buenos contactos en la justicia, las fuerzas de seguridad y los servicios secretos. El objetivo era hacer caer el gobierno de Felipe González. Cada semana, ruido. Más ruido. Según uno de sus miembros, «fue necesario poner en riesgo el Estado para acabar con González. No había otra manera de vencerlo». Tres décadas después, el expresidente está del lado de sus exacosadores. Suele suceder. Los proyectos basados en la resistencia acaban en la rendición o el canibalismo.

El modelo se repitió años después con el gobierno de Zapatero. No sólo había demostrado su eficacia, sino que simplificaba la labor del bloque de oposición. Todos a una. No hay que pensar en propuestas ni desarrollar un programa. Tampoco hay que pensar mucho el artículo del día siguiente. Ignacio Peyró, en aquellos años en la sección de opinión de El Mundo, lo explicó bien: «Un compañero mártir me explica el tema del día. Rubalcaba. […] Rubalcaba malo. […] Rubalcaba cabrón. Esto tiene una ventaja: el folio apenas me lleva un rato y resulta incluso divertido escribir tantos disparates, a sabiendas de que ninguna hipérbole parecerá osada».

En aquellos años, cambié el dial de la radio. Dejé de moverme por los programas informativos para ver «cómo estaba el patio» y lo fijé en Radio Clásica. Todos los días desayunaba escuchando Sinfonía de la mañana. Fue un refugio. No se trataba del privilegio de aislarse. No dejé de informarme, pero lo hacía leyendo un número limitado de artículos en un número limitado de periódicos y, sobre todo, libros. Salir del ruido e intentar ver más allá del fuego de mortero diario.

En aquellos años, Steve Bannon estaba desarrollando su estrategia de la inundación. No se trata de persuadir, sino de desorientar. No hay que proponer nada, sino agotar. La idea es poner al bloque contrario a pensar en tantas cosas, a preocuparse por tantas cosas, a investigar sobre tantas cosas para poder lidiar con tantas mentiras y tantas ansiedades, que acaben hundidos en la confusión. Desde la oposición, hay que crear la idea de que el país está en una situación límite que puede ser irreversible. Por ejemplo, durante los ayuntamientos presididos por Ada Colau, Barcelona sufría un terrible problema de delincuencia que, con datos parecidos, hoy ya no existe. Ese ayuntamiento solamente comenzó a intervenir de forma decidida en la ciudad catalana durante la pandemia, cuando ese ruido calló.

Es una situación emocional; pero, como explicaron Deleuze y Guattari, no es que la revolución se haga desde el deseo, sino que la revolución es el deseo. No hay proyecto transformador sin emociones. Cualquiera que dude sólo tiene que escuchar alguno de los discursos de Roosevelt retransmitidos por la radio. En sus Charlas junto al fuego, el presidente simulaba que estaba en zapatillas y junto a su familia para transmitir emociones: esperanza o fraternidad.

La Administración Trump funciona con esa idea. Su estrategia es la promoción de las pasiones tristes: miedo, frustración o resentimiento. Su táctica es la creación masiva de contenido para agotar. Inundar la zona de mierda para evitar la reacción. Sostiene Bannon: «Cada día los golpearemos con tres cosas, ellos se agarrarán a una y nosotros haremos lo que queramos». En ese «lo que queramos» hay un programa político basado en la desigualdad económica y social elaborado durante décadas por los centros de pensamiento insertados en las facultades universitarias de Económicas o Derecho. La amenaza de invadir Groenlandia o el anuncio de un cambio en el comercio mundial a través de aranceles masivos sirve para ocultar medidas aparentemente más burocráticas, como los nuevos recortes en la redistribución que servirán para crear una situación de desigualdad irreversible.

Es interesante salir de la zona inundada de mierda para abandonar la sensación de agotamiento. Buscar un refugio desde el que pensar, organizarse y proponer no sólo desde lo abstracto, sino desde la emoción. Dejar de añorar un mundo racional que nunca existió. La revolución es el deseo. No hay proyecto transformador sin emociones. No hay proyecto transformador desde la resistencia.

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Comentarios
  1. Pablo dice:
    02/08/2025 a las 13:14

    Buen articulo de opinion!!

    Responder

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