Internacional
Youssef Mahmoud: “Lo que ocurre en Gaza nos obliga a repensar el significado de las palabras ‘derechos humanos’”
El exsubsecretario general de la ONU, experto en construcción de paz, apuesta por usar el futuro como instrumento para superar la actual fase de violencia y polarización: «Cuando te centras en el futuro como punto de partida, despistas a los que dominan el presente».
Esta entrevista con Youssef Mahmoud se publicó originalmente en #LaMarea107. Puedes conseguir la revista aquí o suscribirte para recibirla y seguir apoyando el periodismo independiente.
Youssef Mahmoud (Túnez, 1947) lo ha sido casi todo en Naciones Unidas. Entre otras muchas responsabilidades, fue subsecretario de la ONU, dirigió operaciones de paz en Burundi, África Central y Chad, fue miembro del grupo independiente de alto nivel sobre Operaciones de Paz de la Secretaría General y formó parte del grupo asesor para el Estudio Global sobre la Resolución 1325 del Consejo de Seguridad sobre Mujeres, Paz y Seguridad, una herramienta fundamental para la negociación y la resolución de conflictos.
En la actualidad, es asesor principal del prestigioso Instituto Internacional de la Paz, profesor invitado en el Centro de Liderazgo Africano del King’s College de Londres y copresidente del movimiento social Home for Humanity, que defiende que para solucionar los problemas del presente es necesario que la ciudadanía se una para imaginar el futuro que deseamos.
Le entrevistamos coincidiendo con su participación en las jornadas sobre la nueva agenda de paz y el desarme organizadas en Madrid y Barcelona por la Coordinadora de ONG para el Desarrollo, Novact, Aipaz y Movimiento por la Paz.
Lo primero, ¿cómo está viviendo el genocidio de Gaza?
Como muchos otros seres humanos, estoy sin palabras. Tras los numerosos horrores que se han sucedido a lo largo de la historia, parece que nos vemos obligados a repetirlos, y a hacerlo a sabiendas, mientras ocurren en este mismo momento. Estoy perdido. Hay quien tiene dudas a la hora de aplicar la palabra ‘genocidio’. La guerra consiste en ejércitos y soldados matándose entre sí, pero en Gaza asistimos al uso despiadado de la fuerza para erradicar a otros seres humanos después de haberlos deshumanizado. Y se está confundiendo a quienes han perpetrado crímenes y a quienes estaban en el momento y lugar equivocados.
¿Cómo está afectando la impunidad de Israel a la cultura de los derechos humanos y a la construcción de la paz?
Lo que está ocurriendo en Gaza nos obliga a repensar el significado de las palabras derechos humanos. ¿Qué humanos tienen derechos y cuáles no? ¿Por qué los humanos tienen derechos y otros seres no los tienen? Y lo más importante: ¿seguirán teniendo derechos quienes han sido deshumanizados? Esos son los problemas que tengo con la palabra humanos. Y en cuanto a la palabra derechos –derecho a ser, a hacer, a la propiedad–, ¿quién define esos derechos? Mucha gente los considera derechos universales aplicables a toda la humanidad, pero ¿qué ocurre cuando se respetan solo selectivamente y cuando le conviene a quienes deciden respetarlos? Se habla de los derechos humanos cuando son violados por algunos, pero nunca cuando lo hacen los poderosos. La adhesión selectiva a los derechos humanos los debilitan como marco común construido para la convivencia. Y el tema de la construcción de la paz también debe revisarse. Se concibe como un proceso por el que los líderes extranjeros acuden para apoyar a quienes, como no pueden vivir en paz, utilizan la violencia para resolver sus diferencias. Pero ¿qué entendemos por paz y quién la construye? Estos tiempos de crisis nos impulsan a cuestionar las suposiciones arraigadas que han conformado nuestra comprensión de todos estos asuntos y asumir que los derechos humanos ya no sirven para comprender lo que sucede en nuestro mundo porque han sido creados por unos terceros que, a su vez, no los respetan. Debemos aprovechar el momento, ahora que estamos perdidos, para revisar nuestras certezas sobre palabras, normas y estándares que están perpetuando los mismos problemas.
Sostiene que para resolver los problemas actuales necesitamos, primero, crear un nuevo paradigma basado en imaginar el futuro que deseamos y, después, diseñar medidas para avanzar hacia ese horizonte. ¿Cuáles deberían ser los pilares de ese nuevo sistema?
Lo primero es analizar el escenario insatisfactorio en el que vivimos para entender que es resultado de paradigmas en los que hemos invertido todo, económica, política y socialmente hablando. Los poderosos no los cuestionan porque son los que tienen mucho que perder. Uno de los paradigmas que más sufrimiento ha creado es el de la separación: entre los seres humanos y la naturaleza, entre las personas por el color de su piel, por su religión… En el caso de la separación de la naturaleza, el sistema económico dominante nos enseñó a tomar, usar y desperdiciar. Y cuando han llegado las terribles consecuencias, la respuesta ha sido la del greenwashing, el lavado de imagen verde, con medidas como la fabricación de coches eléctricos. No se nos anima a pensar de forma innovadora ni a cuestionar los paradigmas, la raíz del problema. Así, lidiamos con el trauma del presente perpetuando los intereses de unos pocos y el sufrimiento de todos.
Lo que proponemos muchos otros es sentarnos para crear otro paradigma, para imaginar el futuro que nos gustaría que vivieran las generaciones venideras. Yo puedo ser víctima de tu violencia, estar sufriéndola y sentirme agraviado por ello, así que si empezamos a trabajar desde el presente, nos centraremos en lo que nos divide, te culpabilizaré y buscaré chivos expiatorios para los problemas que yo haya podido crear.
Sin embargo, imaginar el futuro que queremos nos permite dar un paso adelante. Por ejemplo, pensar el sistema educativo que quiero que desarrolle a mi hijo como persona, para que sepa quién es, cuál es su propósito en la vida y cuál es su brújula interior. Si traemos esa visión al presente, podemos preguntarnos por las innovaciones que podemos poner en marcha ahora para construir ese futuro en común. Es más, cuando te centras en el futuro como punto de partida, despistas a los que dominan el presente. Creen que solo estamos soñando, así que no se molestarán en cooptar o en comprar tu innovación. En tiempos de agitación, pensar en el futuro es una forma de hacerte su amigo. Te permite lidiar con el presente desde la compasión y sentar las bases para un futuro que funcione para todos.
La sociedad civil también está dividida por las diferentes causas que defiende. ¿Cómo puede unirse para pensar ese futuro en común?
Los actores no gubernamentales y no estatales tienen un papel crucial a la hora de contribuir al don de la sabiduría que proviene del conocimiento de la propia conciencia, del ir hacia adentro, de hacer espacio al corazón. No hay forma de transformar nada sin haber desarrollado antes una conciencia interna para el cambio. De lo contrario, te quedarás atrapado en la resolución de los problemas. El sistema actual nos ha enseñado a separar lo que en inglés llamamos «las tres H»: cabeza, corazón y mano, lo que pensamos, lo que sentimos y lo que hacemos. El papel de la sociedad civil es desarrollar la conciencia de las oportunidades que nos brinda esta crisis. Si no promovemos esa conciencia, nos limitaremos a pensar que estamos en invierno.
¿A qué se refiere con el invierno?
En invierno, las hojas caen y todo parece muerto. Pero la naturaleza no funciona así, está invernando porque algo se está gestando, se está produciendo una regeneración tras esa crisis en la que todo parece desolador. La sociedad civil tiene la responsabilidad de decir cuáles son las semillas regenerativas que podemos aprovechar para preparar el futuro que hemos imaginado.
¿Cómo de importante es incluir en este futuro el respeto del medio ambiente y la justicia climática?
Lo que le acabo de decir del invierno es parte de la sabiduría que la naturaleza nos comparte: aunque parezca estéril y triste, está muy ocupada. La naturaleza nos dice: apresúrense lentamente, escuchen con humildad, den espacio a lo invisible. La ciencia nos enseñó que la objetividad y el conocimiento provienen de lo verificable, de lo visible. Y la naturaleza nos dice: escuchen lo que no pueden ver, sean amigables, sepan que siempre hay una primavera que llega después del invierno. Puede que no sea una primavera perfecta debido a la crisis climática, pero tras la muerte siempre hay regeneración. Si asumes que la naturaleza también eres tú, entonces vivirás este invierno como una fase de incubación, como una oruga antes de transformarse en mariposa. La justicia climática es una vía para la resolución de los problemas tal y como hemos comentado antes. Las instituciones internacionales idean medidas destinadas a la mitigación y denuncian que hay personas que están sufriendo las consecuencias de algo que no generaron. La ONU se creó para perpetuar esta mentalidad de resolver los problemas sin cuestionar las dinámicas de poder que los crean.
Ha estado al cargo de misiones de paz en Burundi, África Central y Chad. Tras esta experiencia, ¿qué opina sobre este tipo de respuestas y cómo cree que podrían mejorarse?
Las misiones de paz son una invención de Naciones Unidas para ayudar en la transición de los países que han decidido pasar de la violencia a la política y sentar las bases para que no haya un retorno al uso de la fuerza. Y ha habido algunos casos de éxito. Yo tuve la suerte de participar en esas misiones en una época en la que quienes alcanzaban un pacto político y firmaban un acuerdo de paz estaban decididos a resolver sus diferencias de forma no violenta. Desafortunadamente, la tecnología ha facilitado que en las guerras se empleen medios militares combinados con otros, como la desinformación. Así que ya no se pueden utilizar las operaciones de paz tradicionales para lidiar con estos nuevos instrumentos y con los actores no estatales que perpetran las violencias.
Durante un tiempo hubo quienes intentaron adaptar estas misiones a los nuevos contextos militarizándolas de manera que, en lugar de buscar mantener la paz, la imponían. Y la paz no se puede imponer, debe surgir de dentro hacia afuera y de abajo arriba. Pero como no había paz que mantener, cada vez se fueron destinando más recursos a la estabilización. Y como estas misiones están integradas por militares –a los que antes habíamos formado como fuerzas de paz–, rápidamente fueron cooptados para que usaran la fuerza. Primero para protegerse a sí mismos, luego a la población civil, y finalmente empleando la violencia bajo la bandera de la paz. No tiene ningún sentido.
Como la ONU y los Estados miembros se han dado cuenta de todo esto, ahora afirman que debemos adaptar el papel de las operaciones de paz al contexto de las organizaciones regionales, como es el caso de la Unión Africana. En un mundo azotado por la crisis climática y cada vez más desigual, estas operaciones son cada vez más conflictivas y más violentas. Un ejemplo es el del Sahel, donde la Unión Europea y Francia enviaron ejércitos para una operación militar que fue un fracaso. Al final tuvieron que marcharse.
En una región como el Sahel, en la que confluyen crisis climática, desigualdad, injerencias internacionales, colonialismo y nuevos actores armados, ¿qué nuevas políticas deberían ponerse en marcha para la construcción de la paz?
Lo primero que hay que hacer es unirse y desarrollar un entendimiento compartido sobre la situación en la que se encuentra la región, sin echarse la culpa los unos a los otros. Revisar qué entendemos por Sahel, por Sáhara, por desierto, porque son conceptos cargados de significados distintos dependiendo del imaginario. Y preguntar qué entendemos por paz en ese contexto. Hay que desaprender el lenguaje, los conceptos, las dinámicas de poder. Y por último, tenemos que imaginar juntos cómo podría ser el futuro compartido. La tiranía de lo urgente no debe sacrificar lo importante, que es nuestro futuro común como humanidad.
Ante la crisis que atraviesa la ONU, ¿considera que debería reformarse en profundidad, construir algo totalmente nuevo o hacer ambas cosas a la vez?
Creo que ambos enfoques son complementarios. Sabemos que el multilateralismo está en crisis pese a que es más necesario que nunca porque lo que aflige al planeta nos afecta a todos. Los desastres climáticos y las pandemias han democratizado la vulnerabilidad. Todos estamos en el mismo barco y el barco que debería ayudarnos a cruzar a una costa más segura hace aguas por razones que vienen desde su nacimiento. Tenemos que brindar cuidados paliativos a un barco que ya no sirve, la ONU, mientras cuidamos lo que necesita emerger para crear uno nuevo.
¿Y cómo ha afectado al derecho internacional y al multilateralismo el doble rasero con el que Occidente ha tratado la invasión rusa de Ucrania y otras crisis como el genocidio de Gaza o la vuelta de los talibanes al poder en Afganistán?
Ese doble rasero ha reducido la credibilidad de los instrumentos que regulan la igualdad de trato entre los seres humanos. Y es un problema con el que todos cargaremos. Mientras tratemos de manera diferente a seres humanos en las mismas situaciones de emergencia, ninguno de nosotros será libre. Cuando se violenta a otras personas nos estamos deshumanizando el resto. Y lo más importante: vamos a tener que lidiar con el legado multigeneracional del trauma que estas guerras están produciendo y que heredarán nuestros hijos y nietos. Tenemos que reinventar todas las reglas y formas de abordar las consecuencias de esta crisis en la que estamos inmersos.