Opinión
¿Por qué Gaza? Un mundo hostil y la sombra del fascismo
El genocidio en directo cometido contra los palestinos en Gaza habría resultado imposible sin la complicidad de Estados Unidos. O sin un contexto internacional donde rige la ley del más fuerte después de la invasión rusa de Ucrania. La impunidad con la que actúa Israel despierta todos los fantasmas de los totalitarismos de los años treinta.
Este análisis forma parte de una serie de artículos de Josep Carles Rius dedicados al genocidio de Gaza en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.
Si nos preguntamos cómo es posible que ocurra un genocidio retransmitido en directo, es lógico hacer memoria. No podemos banalizar palabras como nazismo, fascismo o estalinismo, que van ligadas a la muerte de millones y millones de seres humanos en el siglo XX. Pero debemos tener las alarmas bien encendidas cada vez que detectamos las brasas de aquellos viejos tiempos. Para que nunca puedan volver. Y estas brasas, ahora, están humeantes.
Cuando Vladímir Putin invadió el Dombás y se anexionó Crimea en 2014 rompió las reglas establecidas entre las grandes potencias después de la Segunda Guerra Mundial. Las alarmas no se activaron lo suficiente y en en 2022 llegó la invasión de Ucrania. Adam Michnik, el prestigioso periodista polaco, ganador del premio Princesa de Asturias de Humanidades de aquel mismo año, avisaba ya en 2016 de que Putin “es un fenómeno nuevo que aún no tiene nombre. De la misma forma que, cuando surgió el fascismo, tampoco tenía nombre”.
El fenómeno Putin aún no tiene nombre, pese a haber trastocado completamente el tablero internacional y a contribuir a establecer la ley del más fuerte. A debilitar las democracias y a potenciar las autocracias.
En los años treinta entraron en conflicto las grandes ideologías: las democracias liberales frente al nazismo; el nazismo frente al comunismo. Todos sabemos cuál fue el desenlace. La democracia venció. Pero los gérmenes antidemocráticos han seguido ahí. Y ocho décadas después de la Segunda Guerra Mundial, las democracias son cada vez más frágiles. Con la trágica novedad de que uno de los grandes focos que irradia totalitarismo y odio hoy está en la Casa Blanca, mientras que hace 80 años desde el despacho oval se comandaba la lucha contra el nazismo.
El odio transformado en el motor de una sociedad ha sido la raíz profunda que ha llevado a naciones enteras al abismo, a las peores degradaciones que puede protagonizar el ser humano. En el origen quizás hay causas, razones, que explican la chispa que enciende el odio hacia los que la sociedad identifica como los otros. Es el preludio de una deriva que después ya nadie sabe cómo detener.
El odio convertido en política alimentó el monstruo de todos los fascismos de los años treinta. Alemania, humillada tras la Primera Guerra Mundial, tenía motivos para sentirse frustrada. Los nazis señalaron a los culpables: los judíos, los gitanos, los comunistas, los disidentes, los intelectuales, los extranjeros, los diferentes… Los otros. Y dijeron: “Tenemos que odiarlos hasta el fin”. Una minoría lideró la ignominia, pero una mayoría calló, lo consintió. El resultado todos lo conocemos.
Norbert Bilbeny, catedrático de Ética de la Universidad de Barcelona, recuerda que el fascismo tiene, entre sus fundamentos, “la producción de doctrina (nacionalista, racista, antiparlamentaria siempre) y la profusión de propaganda (partidista) por todos los medios posibles, con la consiguiente pérdida del respeto a la verdad y la sustitución de esta por consignas. La propaganda fascista se distingue por provocar tres emociones: el sentimiento de miedo, la incitación del odio y el desprecio de la verdad”. El fascismo responde a un fenómeno histórico concreto. A uno de los momentos más oscuros y trágicos de la historia de la humanidad. Y a la pregunta de si quedan brasas de aquel terrible incendio, la respuesta es que sí. Desgraciadamente, sí.
Trump y el ataque a Irán
A diferencia de Putin, lo que representa Donald Trump sí tiene nombre. Con su segundo mandato, ha demostrado que el trumpismo sigue bien vivo en el mundo y adopta múltiples formas. En el fondo, es la manera de dar un nombre contemporáneo a los fenómenos políticos que van desde el populismo hasta la extrema derecha e incluso nos enlazan con el fascismo. Trump es una versión moderna de pulsiones muy antiguas, pero el hecho de haberlas expresado desde el despacho más poderoso del planeta le otorga el dudoso honor de ponerle nombre en el siglo XXI.
La coincidencia en el tiempo y en el poder de dos mandatarios como Vladímir Putin y Donald Trump, con amplios apoyos populares en sus respectivos países, hace que el mundo sea más inestable, más peligroso. Y en ese contexto, un personaje como Benjamin Netanyahu encuentra el escenario ideal para ejecutar sus planes personales y los de la coalición reaccionaria y fundamentalista que le sostiene en el poder.
El delirio de Trump y Netanyahu llegó a su cenit cuando a principios de año defendieron que Estados Unidos debería tomar el control de Gaza y transformarla en una “Riviera” sin palestinos, una zona con resorts para turistas sobre la tierra donde han sido asesinadas más de 58.000 personas, 18.000 de ellas niñas y niños. La propuesta va mucho más allá de la frivolidad, y es una muestra de crueldad que hace solo unos pocos años nos hubiera parecido inconcebible. De la misma forma que un ataque coordinado entre Israel y Estados Unidos contra Irán, tal como ocurrió el pasado mes de junio. Una decisión de Trump sin el aval del Congreso, un signo más de la deriva autocrática del presidente norteamericano.
Tiempos de individualismo
Y volvamos a la gran pregunta. ¿Si resurge el fantasma del fascismo por qué la reacción en contra es tan frágil? Para preservar la democracia, es decisiva la convivencia, y la esperanza de la humanidad reside en que sigamos tejiendo vínculos entre los ciudadanos. ¿Está en crisis esta «vida en común»? Pankaj Mishra, autor de La edad de la ira. Una historia del presente y una de las nuevas voces intelectuales más respetadas en Europa, considera que sí. ¿Por qué? “Porque hemos creído durante mucho tiempo en esta ideología del crecimiento individual, de la expansión individual. Se abrazaron a ella personas procedentes de sociedades que siempre habían apostado por algún tipo de bienestar colectivo, al que había situado por encima de cualquier otra cosa. No eran sociedades que cultivaran el individualismo, esa visión desoladora de la vida humana que desprecia el papel de la sociedad, la acción colectiva, el papel de la solidaridad o la empatía, el de la compasión. Hoy vemos cómo ese contrato social ha estallado, se ha deslegitimado. Y mucha gente se siente desesperanzada”.
La filósofa Marina Garcés profundiza en una etapa anterior, cuando la conciencia de ser interdependientes transformaba el paradigma del siglo XX, cuando “la sociología, la política, la filosofía, el arte, etc., giraban en torno al culto al individuo o a su crítica. El paradigma individualista parecía confundirse con la existencia humana misma, como si nunca pudieran llegar a diferenciarse. Frente a ello, reivindicar el nosotros era una apelación a reencontrar la comunidad, lo colectivo, y a abrir los sentidos posibles de la vida en plural”. Si, como dice Pankaj Mishra, este mundo ya es historia, ¿cuál es la alternativa?
Para Marina Garcés, “mientras el yo se hunde en el malestar psíquico, la soledad y el consumo, el nosotros se rearma a partir de identidades reconocibles, de nuevas ritualidades políticas y de líderes fuertes […]. La colaboración, la cooperación, el apoyo mutuo, las resistencias, la hospitalidad, el aprendizaje… son prácticas sociales y políticas que no pueden partir del grupo cerrado, sino que abren e inventan los sentidos posibles de la vida en común”. La humanidad se juega su futuro entre estas dos pulsiones.
No es Gaza, es toda Palestine y todo Oriente Medio, no son los judios, Balfour y los imperios britanico y frances expulsaron a los otomanos y dividieron el Cham para controlar esa zona geograficamente estrategica, mas cuando aparecio el petroleo y ahora mas por China, el problema ahora y lo tienen dificil es haber creado ellos mismos la inestabilidad en esa zona.